El hotel de lujo que duró poco
En avenida Niños Héroes está una fastuosa posada de los 40. Hoy es bodega y set de cintas y comerciales
En la avenida Niños Héroes, a unos pasos de la estación del Metro del mismo nombre y frente al Tribunal Superior de Justicia de la capital, sobresale una construcción que, por su deterioro y aspecto, se le ha llamado popularmente “embrujada”: es el hotel La Posada del Sol.
La entrada es lo único que se distingue entre los puestos de comida que se extienden a lo largo de la calle, cuyos coloridos rótulos o iluminaciones contrastan con el material de la fachada de la construcción.
Su historia se remonta a la primera mitad del siglo pasado, cuando el ingeniero Fernando Saldaña Galván decidió invertir parte de su fortuna en su propio hotel.
La Posada del Sol estaba planeada para que la gente, además de alojarse, pudiera disfrutar del bar, de los salones o de un paseo entre jardines y esculturas. Sus siete niveles estaban construidos, principalmente, de piedra y tezontle, ornamentados con vitrales y herrería.
Hoy lo único que queda visible para los curiosos son sus diferentes estilos arquitectónicos a simple vista desde el exterior.
A pesar de su majestuosidad, su actividad como hotel fue efímera. La explicación poco a poco se ha tornado en leyenda: se dice que su dueño quedó bastante endeudado tras la construcción y tomó la decisión de suicidarse dentro del hotel, pero no hay pruebas que lo confirmen. Con el tiempo, el inmueble pasó a manos del Gobierno capitalino y desde entonces se ha usado como bodega.
Algunos medios han logrado escabullirse al interior del lugar, sus fotografías registran madera podrida, salones y estancias completamente vacías y un altar que se atribuye a la segunda leyenda más famosa del sitio: cuando fungía como una instancia del DIF, la hija de una trabajadora se perdió y fue hallada muerta.
Actualmente, la estructura de La Posada del Sol está ligeramente inclinada, pero ha sobrevivido a varios sismos. Este lugar se renta para que se filmen comerciales o escenas de películas, como Kilómetro 31, de Rigoberto Castañeda, o Forward, de Henry Bedwell.
En nuestra visita observamos que la entrada de Niños Héroes 139 se abrió un par de veces sólo para que entraran dos mujeres que empujaban diablitos; el vigilante nos dijo que no se permitía el acceso a nadie.
Quienes se encontraban en los puestos de alimentos cercanos contaron que “de vez en cuando” entran por agua; un comensal comentó que nunca se había preguntado la historia de ese lugar: “Cuando uno vive aquí —en la ciudad— a veces no da tiempo de fijarse en esas cosas, ¿no?”.