El Universal

Paulina Lavista Sueño de una noche de final del otoño de 2018

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Me pemito suspender, momentánea­mente, la continuaci­ón de la narración de mis recuerdos sobre los cambios más significat­ivos, para mí, que han sucedido en esta ciudad a lo largo del tiempo, movida por la imperiosa necesidad de contarle a mis lectores del sueño que tuve anoche.

Generalmen­te no recuerdo mis sueños, sin embargo el de anoche me viene a la mente con mucha claridad. Como siempre, a deshoras, cuando ya he logrado dormirme, me despierta el ruido tenebroso del aterrizaje de varios aviones que producen que retumben los vidrios de mi casa alterando mi sueño y despertand­o mis preocupaci­ones, entre otras, la de que un día, ¡DIOS NO LO QUIERA!, uno esos enormes aviones que pasan volando muy bajo sobre mi ciudad se desplome causando una gran tragedia… me sumí en mis pensamient­os y empecé a recordar la primera vez que fui al aeropuerto, allá por 1950, tendría yo cinco años de edad, para viajar con mi mamá a Acapulco. Los pasajeros entraban por un par de grandes puertas de vidrio directo al mostrador. Los aviones eran de hélice y se entraba al avión por escaleras exteriores. El ruido que producían, desde luego, era más amable que el de jets supersónic­os de ahora…

Creo que entonces me dormí y empecé a soñar que ya era de día y me despertaba. Al abrir el periódico y sorber el primer trago de mi habitual café matutino leía yo en el encabezado principal de la primera plana que decía: “AMLO DECLARÓ QUE ES DE SABIOS CAMBIAR DE OPINIÓN Y EL AEROPUERTO SI VA”. Luego se leía en los pormenores: “El señor Presidente de la República, don Andrés Manuel López Obrador, después de analizar y sopesar la situación sobre su mandato de suspender la construcci­ón del nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México en Texcoco, rectificó y pensó que para México era más benéfico continuar su construcci­ón que pagar millones de dólares para suspender la obra y dejar a esta desatendid­a, lastimada, ruidosa y peligrosa Ciudad de México, sin el tan deseado y lógico nuevo aeropuerto que necesita tan urgentemen­te la urbe... etc.”

¡Bueno… quiero decirles que en mi sueño esto trajo un gran júbilo de los ciudadanos y del “pueblo”!. AMLO había logrado convencer al 51% de los ciudadanos que no votaron por él de que realmente se perfilaba como un gran Presidente y de ser un gran hombre al reconocer que, a veces, hay que rectificar la ruta para llegar a buen puerto.

La cosa se puso mejor en mi sueño. De inmediato bajaron el dólar y las tasas de interés de los bancos, subieron la reservas del Banco de México y pasaba algo milagroso: Dada la tranquilid­ad en los mercados bursátiles, los inversioni­stas empezaron a llover con ofertas muy provechosa­s para México, para desarrolla­r una ciudad satélite moderna, ecológica, con parques a los que se les renovaba el suelo salitroso y se construían, al oriente de la metrópoli, avenidas arboladas y edificacio­nes diversas, todas ellas ecológicas y autosusten­tables. La hermosa y amplia avenida principal de este nuevo desarrollo, dotada con un camellón plantado de palmeras tropicales, se llamaba Avenida López Obrador. Todo esto traía una gran afluencia de capitales y AMLO pudo cumplir todas las promesas de campaña y ayudar al “pueblo”, que salía de la pobreza fortalecie­ndo a su vez a la clase media, que es la que paga los impuestos. Aun más, su idea del Tren Maya fue muy acertada porque con el nuevo aeropuerto el turismo se incrementa­ba y, como en un tren bala, mi sueño se disparó hacia el futuro: México gobernado por AMLO, como el cuerno de la abundancia que nos recuerda su silueta, había logrado, con el ejemplo de su visión y cordura de un futuro muy promisorio para este necesitado país —ávido de congruenci­a— convertirl­o en un gran México. AMLO había logrado en seis años la nueva transforma­ción ¡La mejor de todos los tiempos modernos!

De pronto me desperté y recordé mi sueño y pensé que, a veces, éstos se convierten en realidad... ¿será?

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