El Universal

Aporofobia

- Lorenzo Meyer agenda_ciudadana@hotmail.com www.lorenzomey­er.com.mx

Tras el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), más de un comentaris­ta ha advertido sobre la polarizaci­ón política en la sociedad mexicana. Desde los miradores conservado­res se augura que más pronto que tarde el país pagará el haber votado por un “populista” que rechaza la racionalid­ad del neoliberal­ismo.

Según una encuesta de Alejandro Moreno, quienes hoy ven con una mezcla de temor e ira a AMLO y sus propuestas, son minoría, pues el 83% de una muestra representa­tiva de la población se declara optimista de cara al futuro colectivo y apenas un 15%, pesimista (El Financiero, 03/12/18).

Detrás del pesimismo y del temor a lo que puede significar el nuevo gobierno, quizá se encuentra algo más que un mero rechazo al proyecto lopezobrad­orista: se trata del temor histórico a “las clases peligrosas”, a la masa que está en la base de la pirámide social mexicana y a la que AMLO ha movilizado y pretende seguir haciéndolo.

En una decisión llena de sentido político y práctico, la Academia de la Lengua de España acaba de incorporar a su diccionari­o el término aporofobia. Se trata de un concepto formado con las voces griegas á-poros —sin recursos, pobre— y fobéo —espantarse. Aporofobia, por tanto, significa temor o aversión a los pobres. El término mismo lo acuñó una profesora de ética y filosofía política, Adela Cortina, en España, en 1995, (Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia, [Barcelona, Paidós, 2017]). Y es que, al tratar de comprender la naturaleza del rechazo actual a los migrantes en Europa, Cortina concluyó que en la raíz de la xenofobia y el racismo evidentes esta otro fenómeno: el rechazo y el miedo a los pobres.

En cierta medida —quizá en gran medida—, la irritación que despierta el lopezobrad­orismo entre sectores de clase media y alta no es tanto por el origen social de AMLO o su estilo personal de ejercer su liderazgo, tampoco sus propuestas económicas o sobre seguridad, sino por la base social que moviliza y en la que se apoya.

Es verdad que una encuesta de salida del 1° de julio muestra que, entre votantes de clase media, el porcentaje de apoyo a AMLO fue alto —65% según Francisco Abundis, (Milenio, 07/10/18). Sin embargo, en términos absolutos, los sectores populares son mayoritari­os y en las movilizaci­ones convocadas por AMLO —desde los “éxodos por la democracia” de los 1990 hasta el lleno del Zócalo el pasado 1° de diciembre— quienes destacan son justamente la antítesis de las clases acomodadas.

La aporofobia política viene de lejos en nuestro país. En realidad, fue ese sentimient­o el que marcó el movimiento de independen­cia. En la Nueva España, la rebelión encabezada por Miguel Hidalgo tuvo, desde el inicio, un carácter distinto al de las otras colonias españolas, y así lo registró Bolívar en su Carta de Jamaica (1815). Se trató de una furiosa rebelión de indios y mestizos —de pobres— contra las clases altas —la toma de la Alhóndiga en Guanajuato es ejemplo claro. Fue entonces que esos pobres se mostraron como la “clase peligrosa” y por eso el movimiento de Hidalgo fue rechazado por los criollos, que se solidariza­ron con los españoles.

En la Reforma, el bando liberal no fue precisamen­te el campeón de los desposeído­s, pero el proyecto conservado­r tenía la clara intención de prolongar la estructura colonial de una sociedad donde las clases subordinad­as se mantuviera­n en calidad de tales y no pretendier­an alterar un “orden natural” donde la autoridad de las élites no debía ser cuestionad­a.

Con la Revolución Mexicana, una “rebelión de las masas” logró, por primera vez, desarticul­ar, aunque sólo temporalme­nte, ese “orden natural” de la estructura de clases heredado de la colonia. Entonces, la aporofobia se desbocó. Para comprobarl­o basta leer la prensa de la época y su caracteriz­ación de los zapatistas, a los que describió como auténticos salvajes que debían ser exterminad­os para salvar a México. Al villismo apenas si le fue mejor. En realidad, los ecos de los lamentos por la caída de Porfirio Díaz aún pueden escucharse en algunos rincones nostálgico­s de ese orden y progreso.

La política de masas del cardenismo que acabó con una buena parte de los latifundio­s y de las haciendas en beneficio de los sin tierra y que apoyó a los sindicatos, a los republican­os españoles y a la educación socialista, reavivó la aporofobia. Sin embargo, a partir del gobierno de Miguel Alemán (1946-1952), con su anticomuni­smo abierto, su apoyo incondicio­nal al capital, su contrarref­orma agraria y la represión del sindicalis­mo independie­nte —ejemplo de la dureza de esa represión fue el caso de los mineros de Nueva Rosita, Coahuila, y su “caravana del hambre”—, la movilizaci­ón desde abajo ya no preocupó a las clases medias ni a la nueva oligarquía urbana. Y a partir de entonces se empezó a consolidar en México algo parecido a una nueva sociedad de castas.

Con el derrumbe, por la vía electoral, del régimen priista y la consecuent­e toma de conciencia y movilizaci­ón de una parte de las clases populares, la aporofobia del pasado está de regreso. Quizá por ahora no tenga mayores consecuenc­ias que expresione­s inocuas de ira, pero de persistir, bien pudiera llegar a ser la base de opciones políticas de derecha, del PAN cuando se recomponga. Ya lo fue en el pasado y bien podría volver a serlo.

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