El Universal

Conociendo a Noam Chomsky

- Por EMILIO LEZAMA Analista político. @emilioleza­ma

La primera vez que vi a Noam Chomsky fue en La Habana. Yo tenía 16 años y no sabía bien a bien quién era, pero cuando mi papá me pronunció su nombre me sonó importante. Me colé a una de sus conferenci­as y durante dos horas lo escuché hablar de Estados Unidos y “el dilema de la dominación”. Confieso que no entendí todo, pero me sorprendió la lucidez con la que criticó a su propio país; su diatriba no era ideológica como la mayoría sino completame­nte lógica y racional. Era difícil no acabar dándole la razón.

En 2009 fundé Los hijos de la Malinche con Héctor Tajonar de Lara y empezamos un programa de radio por internet. Bajo el amparo de la ingenuidad decidimos que queríamos entrevista­r a los pensadores más importante­s del mundo. Hicimos una lista y mandamos correos a mansalva; sólo Chomsky contestó: “Me encantaría hacerla pero tengo una agenda de entrevista­s muy ocupada, casi no hay espacios para los próximos años”. Su rechazo nos pareció sumamente alentador; después de todo, se había tomado la molestia de contestar. Celebramos con un par de pulques y volvimos a mandar un correo tratando de convencerl­o de la importanci­a de la entrevista y de nuestro proyecto. Chomsky, que siempre ha tenido una debilidad por México (no es solamente que nos considere un polo de resistenci­a al Imperio sino que su hija vive aquí desde hace mucho tiempo), aceptó.

Chomsky es sin ninguna duda la mente más brillante que he entrevista­do. La charla duró media hora y discutimos temas de filosofía y política. Nos sorprendió la manera en que elaboraba cada uno de sus argumentos. Por momentos parecía que se salía de tema, pero al final todo era parte de una hilación profundame­nte lógica con la que argumentab­a sus puntos. Nos dio una cátedra de diez minutos sobre la Teoría del Comportami­ento en la que refutó a Descartes, se apoyó en Newton y acabó planteando una teoría del lenguaje basada en la creativida­d. Cuando Chomsky habla, da la sensación de que las cosas más complicada­s son relativame­nte sencillas, casi obvias.

Durante los próximos años me atrincheré en una respuesta de correo en la que me dijo “querer mantenerse al tanto de nuestras hechuras”. Aunque sospeché que su frase era más amable que sincera, me escudé en ella para seguir mandando correos y comentario­s sobre los sucesos del mundo. Él siempre me contestó.

En 2012 Chomsky me invitó a su oficina a platicar con él. Se veía cansado y había un asomo de tristeza en una cara que generalmen­te es poco expresiva. Platicamos de temas tan variados como Giordano Bruno y la elección en México y aproveché para regalarle unas fotos de la ciudad y un ejemplar de Pedro Páramo en inglés. Aún así lo que más me sorprendió de aquella plática fue su interés por hablar de la familia y temas menos académicos. En público Chomsky rara vez se sale de su mundo intelectua­l, pero ese día había un tono de afección humana en la conversaci­ón; un año después saldría el documental “Es el hombre que es alto, feliz? De Michel Gondry, en el que por primera vez escuché a Chomsky hablar desde la emocionali­dad y no desde su intelecto, era claro que la muerte de su esposa, unos años atrás lo había afectado profundame­nte.

Hace unos días Noam Chomsky cumplió 90 años. Su obra es inconmensu­rable. A su edad, ha revolucion­ado la lingüístic­a, la filosofía, el análisis político y, en general, el pensamient­o humano. Aún así, todo ello no engloba la caracterís­tica más admirable de Noam Chomsky: su profunda calidad humana. A pesar de ser el pensador más importante de nuestra época, Chomsky ha dedicado su vida a compartir su conocimien­to y escuchar el de cientos de jóvenes de todos lados del mundo. A pesar de su rostro serio y su innegable formalidad, en Chomsky hay una profunda empatía humana. Hace unos meses, tras su plática con López Obrador, me escribió diciéndome que le parecía era el mejor de los candidatos a pesar de que él tenía muchas reservas con respecto al tabasqueño, incluyendo “sus planes para seguir el uso y desarrollo de combustibl­es fósiles que son una amenaza para la humanidad”. Segurament­e Chomsky tiene mejores cosas que hacer que comentar política conmigo, pero aún así no deja de hacerlo.

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