Apuntes sobre la Casa Blanca
Pláticas con Corea del Norte, un ataque en Siria, tuits contra su procurador general, una investigación que no para sobre sus posibles nexos con Rusia, una cumbre con Vladimir Putin que sí ocurrió, otra que no ocurrió, la guerra comercial con China, la tregua, la renegociación del TLCAN, la pérdida de la Cámara Baja, la salida del acuerdo nuclear con Irán y la disposición a estrangular su economía, la negación de los hallazgos de la CIA sobre la responsabilidad del príncipe Bin Salman en el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, conflictos con medios, con jueces, con sociedad civil, pleitos con países aliados, ¿por dónde se empieza? Busco consignar sólo algunos de los aspectos que marcaron 2018.
Para Trump, lo más importante es presentarse como un presidente que cumple con la perspectiva de “America First”, y “Make America Great Again”: Estados Unidos, gracias a él, “sale” del “caos”, del “desorden” y de la “carnicería” en que se ha convertido y, a través de poner sus intereses antes que los de los demás, finalmente “recupera su grandeza”. Entonces, atacar al presidente sirio Bashar al-Assad tiene sentido, pero solamente porque demuestra que Trump es diferente a Obama en tanto que él sí cumple con sus amenazas, un mensaje crucial enviado para que otros actores lo lean con claridad y que le otorga una posición de fuerza cuando tiene que negociar o imponer situaciones. Pero al mismo tiempo, para Trump es indispensable no involucrarse en conflictos lejanos, “ajenos”, y de los que Washington “no obtiene nada concreto”. Para Trump, EU debería sacar a sus tropas de Siria, y “enviarlas a su frontera sur”, en donde sí hay riesgos “reales” de crimen y “terrorismo”.
En 2018 se pasa a un entorno de negociación con Corea del Norte. Las conversaciones con Pyongyang permiten a Trump ostentar los “beneficios” de proyectarse como un presidente que, con sus tácticas, “obliga” a los enemigos a negociar bajo sus términos. Igualmente, el exigir que los miembros de la OTAN honren sus compromisos de gasto militar, o los amagues contra grandes aliados, tienen sentido desde un discurso que pretende presumir a un presidente que está dispuesto a poner los intereses de su país por encima de los de los demás.
Con Moscú y Beijing las tensiones crecieron en 2018. La guerra comercial con China podría mirarse como el combate a las capacidades económicas del mayor de los rivales. Salvo que, para Trump, el tema tiene mucho más que ver con cuidar a los productores estadounidenses de un país que emplea tácticas comerciales injustas. Desde un ángulo relacionado, los tratados que “no funcionan”, son abandonados o renegociados, como lo es el acuerdo nuclear con Irán. El TLCAN vive un camino no demasiado diferente, pero en ese caso, las contrapartes sí estuvieron dispuestas a renegociar. La cuestión es que ahora, el nuevo pacto comercial, el T-MEC, tiene que ser procesado al interior con un Congreso de mayoría demócrata. En efecto, Trump tendrá que gobernar con una Cámara Baja de oposición, lo que le complica situaciones como las investigaciones especiales que pesan sobre él.
En suma, estamos a la mitad de una gestión que pretende reorientar la política interna y externa de EU a partir de medidas nacionalistas, proteccionistas, y de priorizar la visión transaccional de las relaciones económicas y políticas de la superpotencia, medidas y acciones enfocadas a generar ganancias palpables y, sobre todo, a proteger lo que es percibido por Trump como las mayores amenazas a la seguridad. Estas visiones, naturalmente, han producido y seguirán produciendo gran cantidad de conflictos, tanto dentro como fuera de EU. Pero como dice Trump, esas no son situaciones que le incomoden, por el contrario. El conflicto es el ambiente en el que mejor se mueve este presidente.