Tramas musicales
Algo de música persiste en la literatura. No por azar existen los salmos, que no pueden reducirse a mera literatura. La
Ilíada invoca a la musa para cantar la cólera del pélida Aquiles y la Divina Comedia de Dante Alighieri está hecha de cantos. Ciertos poemas épicos se llaman la Canción de Roland y
Cantar del mío Cid. Las modulaciones sonoras de cada idioma a veces hallan formas íntimas no sólo en la poesía.
No pocos escritores han recurrido, aunque sea sólo de nombre, a formas musicales como la sonata, la suite, la sinfonía. E. T. A. Hoffmann adoptó el nombre de Amadeus menos como una superstición que como una demostración de admiración. Algunos, como Eduard Mörike, Thomas Bernhard, Julian Barnes, han convertido a músicos en personajes literarios. Thomas Mann atribuyó algo de las teorías de Arnold Schönberg a Adrian Leverkühn, el protagonista de Doktor Faustus, en el que pueden reconocerse asimismo anécdotas y rasgos de Nietzsche. En un texto muy recomendable, incluido en Cuaderno de música I, Mario Lavista ha examinado el conocimiento que Sor Juana Inés de la Cruz tenía de teoría musical y de las aportaciones del monje benedictino Guido d’Arezzo, que pueden descubrirse en poemas como “Música” o los Villancicos de Asunción, por lo que considera “a Sor Juana como un ilustre miembro del honroso linaje de músicos que en la Edad Media (...) eran llamados musicus o músicos-filósofos, para distinguirlos del cantor o músico-intérprete. Para ella, la música es aún una de las disciplinas que conforman el quadrivium, y, por esa razón, capaz de contener toda una serie de implicaciones y posibilidades metafísicas: sólo así puede anhelar a ser la representación del universo y reflejo de la voluntad divina”.
En un poema, “Instrumento músico”, Luis Cernuda se preguntaba: Si para despertar las notas, Con una pluma de águila Pulsaba el músico árabe Las cuerdas del laúd,
Para despertar la palabra, ¿La pluma de qué ave Pulsada por qué mano Es la que hiere en tí? Marsias, un texto de Luis Cernuda, fue el origen de una obra de Mario Lavista para oboe y ocho copas de cristal que cifran el reto musical de Marsias y Apolo. No es la única creación del lector Mario Lavista que procede de la literatura: convirtió Aura, de Carlos Fuentes, en una ópera con libreto de Juan Tovar, transformó
Gargantúa, de Rabelais, en una suite para narrador, orquesta y coro infantil y la “Suite del insomnio”, de Xavier Villaurrutia, sobre todo un dístico:
la noche juega con los ruidos copiándolos en su espejo de sonidos
adquirió otro eco en el cuarteto para cuerdas Reflejos de la noche.
También con Octavio Paz ha mantenido un diálogo natural que se inició en los años 80 del siglo pasado con Hacia el comienzo para mezzosoprano y gran orquesta procedente de Vislumbres de
la India y cuya manifestación musical reciente es Maithuna para dos sopranos y un pequeño ensamble de percusiones que tocan las mismas cantantes. Lavista considera que el erotismo en la poesía de Paz “pertenece más al ámbito de lo sagrado que al mundo profano”.
Al escribir acerca de las “Versiones del Stabat Mater”, Mario Lavista advierte que la relación entre la palabra y el sonido, entre el texto y la música, “pertenece más al mundo de los sueños y de la fantasía, y que se trata, en última instancia, de un diálogo con el que la poesía y la música, la palabra y el sonido, exploran sus mutuos misterios”.
Mario Lavista ha confesado que, como Sor Juana, sus composiciones religiosas como Stabat Mater, Missa Brevis, Salmo, abrevan de la idea medieval de la música como una de las disciplinas del quadrivium con la aritmética, la geometría y la astronomía; “constituía un cuerpo de conocimiento fundamental para el filósofo y el teólogo: sin la música, la comprensión de Dios y del alma humana no podía alcanzarse”.
La noche del sábado pasado, 8 de diciembre, en la Sala Nezahualcóyotl, la OFUNAM, bajo la dirección de Ronald Zollman, y los Niños y Jóvenes Cantores de la Facultad de Música, cuya directora coral es Patricia Morales, estrenaron el Requiem de
Tlatelolco que la UNAM le comisionó a Mario Lavista, que advierte que su “obra no tiene nada que ver con un panfleto. No me interesaba hacer una obra anecdótica, demagógica, de ataque a un gobierno. Lo que me pareció fundamental es tratar de hacer una obra de música que recuerde y conmemore la matanza de los estudiantes de una forma musical heredada desde la Edad Media”.
No es música fúnebre; es música religiosa que, como lo adivinaba Álvaro Mutis en un poema, “Homenaje. Después de escuchar la música de Mario Lavista”: No tiene signo este don de eternidad que, sin pertenecernos, nos rescata del uso y las costumbres, de los días y del llanto, del gozo y su ceniza voladora.