El Universal

CAFÉ CON SABOR ORIENTAL

Los cafés de chinos forman parte de la historia de la CDMX, una mezcla cultural que inició en la cocina.

- NAYELI REYES

Un día , un octogenari­o afectado por Alzheimer entró al café La Nacional y, en un momento de lucidez, pidió lo de siempre: un bísquet. “Es que ya no me saben igual que hace 50 años”, le dijo a Jorge Chao, el propietari­o.

“Yo le digo que lo comprendo y le doy la razón”, cuenta Jorge, pues los ingredient­es y los sentidos de las personas no son inmunes a los años, van cambiando y mucho.

Estos negocios de dueños chinos comenzaron en la primera mitad del siglo XX y sus económicos precios favorecían a estudiante­s y a obreros.

Por unos centavos las personas podían beber un café caliente preparado con un concentrad­o especial y el famoso pan dulce, amasado y horneado con las técnicas de migrantes chinos de la época. Además, en sus menús el chop suey y el chow fan convivían sin problema con chilaquile­s, enchiladas y su especialid­ad de bistec o milanesas con papas.

Entre los siglos XIX y XX migracione­s de trabajador­es chinos llegaron a este territorio por conflictos en su país, principalm­ente al norte de México, primero como mano de obra barata y pronto prosperaro­n con negocios como lavandería­s y abarrotes.

El racismo de los mexicanos desembocó en matanzas de orientales en Sonora y Coahuila. Algunos se fueron a la capital, donde la violencia era menor. Ya en los 40 se fundó el barrio chino en la calle de Dolores.

Jorge Chao cuenta con su vida la edad de La Nacional. Ahí llegó a los pocos meses de nacido hace 65 años, en 1953. Trabaja desde los cinco años, cuando ayudaba a atender la barra y llenaba un bote de tres litros con propinas de 20 y 25 centavos.

El primero en llegar fue el abuelo de Jorge, se estableció en Tampico. Después su padre, quien tenía 14 años, y luego se casó y probó fortuna en la capital, donde un chino lo financió para conseguir el traspaso de ese local en la calle Rosales, dice que los paisanos se ayudadaban entre sí.

Al terminar la secundaria, Jorge se dedicó de lleno al negocio familiar. Hoy su madre lleva el mando.

Tienen comensales de toda la vida, el peculiar sabor del pan los hace regresar. “Seguimos trabajando artesanalm­ente”, comenta Jorge.

A unos kilómetros, en la calle Serapio Rendón, otro sitio: el Café Córdoba. María Elena Alvarado, nieta de Luis Romero Chao, es quien mantiene la tradición de chinos aquí.

Su abuelo comenzó a trabajarlo en los 50; sin embargo, antes estuvo en manos de otro chino. Elena estima que este sitio inició en los años 30.

“Antes este café era muy famoso y había mucha gente porque estaban los cines [Ópera]... ahora ya no, ves la colonia más vacía”, explica Elena, en medio de la solitaria cafetería.

El sabor del café es el mismo . “Tengo clientes que vienen aquí desde niños y me dicen ‘es que mi papá me traía’”. Vuelven a recordar, incluso el mobiliario se conserva.

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Desde muy pequeño Jorge se intrigó con la hechura del pan, la curiosidad se convirtió en amor por el oficio. Aunque ya no hornea porque el trabajo en la cocina le provocó artritis, procura que el sabor tradiciona­l se mantenga en La Nacional.

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