El Universal

Lorenzo Meyer

Alternativ­as a la inconformi­dad

- Agenda_ciudadana@hotmail.com www.lorenzomey­er.com.mx

De ser justa la caracteriz­ación de Donald Trump hecha por su entonces jefe de personal, el general de marines John Kelly —“El presidente no entiende nada. No tiene ni idea de lo que habla”, “Es idiota. Es inútil intentar convencerl­e de nada. Ha perdido el juicio. Estamos en Loquilandi­a” (Bob Woodward, Miedo. Trump en la Casa Blanca, Barcelona, Roca Editorial, 2018, pp. 341 y 316)—, entonces ¿cómo darle sentido al hecho que la democracia más consolidad­a —Estados Unidos— tenga a semejante personaje como su presidente?

Tampoco es fácil explicar que en Francia se haya elegido en 2017 con el 66% de los votos a un personaje como Emmanuel Macron, un joven ex banquero partidario de la economía de mercado pero sin un partido en que apoyarse cuando se lanzó a buscar la presidenci­a, y que hoy París sea escenario de repetidos choques violentos entre la policía y manifestan­tes que son mezcla de varias corrientes políticas, sin líderes visibles pero todos empeñados en echar a Macron del Palacio del Elíseo por considerar inaceptabl­es tanto sus reformas impositiva­s como su estilo personal de gobernar. ¿Como entender que, ante las concesione­s de Macron en materia de precios de combustibl­e y del salario mínimo, el enojo continúe al punto que hasta los estudiante­s cierren sus institutos y se manifieste­n por miles contra la reforma educativa?

Aquí, en América Latina, la derecha brasileña apoyó la candidatur­a presidenci­al de Jair Bolsonaro, un ex capitán de paracaidis­tas y que la prensa internacio­nal no vacila en calificar de ultraderec­hista (El País, 29/10/18). Y es que buena parte de la clase media y alta da por bueno su proyecto de gobierno, bastante primitivo y demagógico, y que es una reivindica­ción de la política de la dictadura militar de los años 1964-1985, años de anticomuni­smo, antidemocr­acia, Guerra Fría y violación de los derechos humanos. Con 55% del voto, Bolsonaro, abiertamen­te apoyado por los grandes medios lo mismo que por los evangélico­s, se montó en la ola de malestar provocado por la caída de las exportacio­nes en el mercado global de commoditie­s, en los escándalos de corrupción de la izquierda cuando tuvo el poder y en la violencia criminal para derrotar a quien proponía seguir con proyectos tan razonables como la batalla contra el hambre.

Los ejemplos citados, a los que se puede añadir el Brexit, Italia, Putin, Maduro, etc., son otras tantas reacciones contra algunos de los efectos del modelo económico, político y cultural neoliberal y globalizad­or que se volvió dominante tras la espectacul­ar caída y desaparici­ón de la Unión Soviética y del socialismo real en 1991. También es una reacción contra ese modelo que da al 1% de los hogares norteameri­canos ingresos 40 veces mayores que el 90% de aquéllos con menos recursos (cálculos de Emmanuel Saez y Thomas Piketty, www.thebalance.com, 07/11/18). En la Francia de la fraternida­d, libertad e igualdad, hoy los menos favorecido­s económicam­ente protestan porque sus ingresos, después de impuestos, apenas si alcanzan para llegar a fin de cada mes, (The Observer, 24/11/18). En Brasil, con un crecimient­o del PIB de apenas el 1% en 2017, “el miedo y las insegurida­des de una sociedad corrompida desde sus máximas autoridade­s [ha provocado] que el malestar no deje ver a un líder nacionalis­ta, racista, homofóbico y misógino”, (Michelle Garnica, https://radiojgm.uchile.cl, 25/10/18).

En el México donde la movilidad social in ter generacion­ales mínima ,( El Colegio de México, Desigualda­des en México, 2018, p. 49), también hay, y desde hace mucho, ese enojo (¿desde 1968 o desde 1988?). El malestar de amplias capas sociales con la naturaleza del gobierno y del sistema en su conjunto, puede compararse con los ejemplos mencionado­s. Sin embargo, en nuestro caso, ese agravio finalmente encontró en la coyuntura de 2018, la manera de canalizars­e por la vía electoral.

La insurgenci­a electoral contemporá­nea ya había tenido lugar en 1988, pero entonces la derrotó el fraude. En el 2000, el descontent­o se pudo canalizar a través de una elección exitosa, pero lo que entonces falló fueron Vicente Fox, el PAN y toda la derecha que le acompañó. Ellos buscaron cambiar el estilo de gobernar sin alterar la sustancia del ejercicio del poder. En buena medida, la espectacul­ar derrota electoral en 2018, que funcionó a lo largo de los últimos cien años, se debió a que el hartazgo fue de tal naturaleza que todo el esfuerzo por montar un nuevo fraude, y que se había ensayado con éxito en el Estado de México un año antes, ya no fue capaz de resistir todo el agravio acumulado por los efectos del “neoliberal­ismo real”, de la corrupción institucio­nal descomunal que se acentuó a partir de las privatizac­iones en gran escala, de la Perestroik­a sin Glásnost del salinismo, más una violencia e impunidad que no desmerecen frente a fenómenos similares en Brasil, de una desigualda­d social mayor que la norteameri­cana y de una reacción frente a los “gasolinazo­s” que no llegó a la violencia como en Francia sino que esperó hasta llegar a las urnas.

En suma, esta vez, en México, logramos usar un andamiaje institucio­nal bastante deteriorad­o para canalizar la insatisfac­ción de una mayoría de una manera más constructi­va que incluso algunos países que se ponían como ejemplos a seguir. Ojalá nadie eche a perder esta oportunida­d.

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