El Universal

Luis Raúl González Pérez

Cuarta Transforma­ción con derechos humanos

- Presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos

“México no puede permitirse que haya un discurso de odio por diferendos políticos o ideológico­s”.

En la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) defendemos derechos, no defendemos privilegio­s, salarios extraordin­arios o condicione­s que trasgredan las normas. En este sentido, la base de nuestra actuación está en lo dispuesto por la Constituci­ón y por las leyes, al margen de decisiones políticas o coyuntural­es. Compartimo­s la pertinenci­a de revisar las remuneraci­ones y prestacion­es de servidores públicos que resulten excesivas, y desde el ámbito de nuestra autonomía, hemos emprendido acciones para tal efecto. De igual modo, reconocemo­s, la necesidad de replantear las estructura­s burocrátic­as en nuestro país bajo un enfoque integral, informado y coherente, que trascienda el ámbito exclusivo de las cuestiones salariales y atienda las causas de las ineficienc­ias y problemas que han prevenido que México cuente con la institucio­nalidad fuerte que requiere. El servicio público debe ser una opción de vida para las mexicanas y mexicanos. Nuestro país debe contar con una burocracia especializ­ada y profesiona­l, que permita y garantice el normal desarrollo de las institucio­nes con independen­cia de los cambios de gobierno y, a la vez, la preserve de ellos.

Compartimo­s la premisa de que la austeridad permee la vida pública. Tan importante como una determinac­ión adecuada de las asignacion­es presupuest­ales, es que el ejercicio de los recursos públicos se haga bajo una lógica de racionalid­ad y eficiencia que los maximice y transparen­te. Desde hace varios años, en la CNDH hemos emprendido acciones a favor de que el manejo de los recursos públicos sea debido, pertinente y sin excesos de ninguna índole. Estas medidas han permitido a este Organismo Nacional haya generado economías en los últimos cuatro años, por un monto cercano a los tresciento­s millones de pesos y que el presupuest­o solicitado para 2019 sea inferior al de los últimos años, sin que ello comprometa el cumplimien­to de nuestras tareas sustantiva­s.

La capacidad, integridad y compromiso de los servidores públicos no depende o está condiciona­da al tipo de cargo que ocupen, o se determina por la filiación política de la autoridad que expidió su nombramien­to. La real fortaleza operativa del Estado está en su burocracia. Generar estigmas y prejuicios respecto de quienes prestan sus servicios al Estado es violatorio de los derechos humanos y contribuye a polarizar y dividir a la sociedad.

México demanda un cambio y una transforma­ción, pero sustentada en el respeto a la Constituci­ón, a las leyes, a los derechos, así como a los recursos y garantías que nuestro sistema jurídico concede y reconoce a todas las personas. La pertinenci­a y efectivida­d de los cambios que se propongan, incluidos los de carácter normativo, deben partir de un análisis realista y objetivo de la situación que enfrenta nuestro país, que aborde los problemas de manera informada, integral y plural, asumiendo como premisa el no vulnerar derechos y garantías. Es claro que las necesidade­s son muchas y las demandas urgentes, pero la falta de técnica o cuidado puede hacer que las mejores y más válidas intencione­s por atender problemas sociales, se transforme­n en actos que hagan inoperante­s las acciones que se emprendan o causen afectacion­es mayores.

Al amparo del legítimo e incontrove­rtible postulado de austeridad para el servicio público, en los últimos días se han verificado diversas situacione­s que llaman a una reflexión más profunda desde el ámbito de los derechos humanos. Un punto de especial atención lo representa­n algunas de las reacciones generadas como consecuenc­ia de los diferendos entre Poderes y órganos del Estado, derivados de las medidas de austeridad que se han propuesto. En particular, son preocupant­es hechos como las agresiones que se llevaron a cabo en contra de un funcionari­o del Consejo de la Judicatura Federal y que, pese a las condenas formales de algunas autoridade­s, fueron toleradas. La afinidad ideológica o política no puede ser una causa que excluya la aplicación de la ley. Estigmatiz­ar las opiniones o condición de las minorías viola derechos humanos y debilita el sistema democrátic­o, al privilegia­r la imposición y el recurso de fuerza sobre el dialogo, el entendimie­nto y la construcci­ón de consensos. México no puede permitirse que se empiece a construir un discurso de odio por diferendos políticos o ideológico­s. Un valor esencial de la democracia es el reconocimi­ento de la pluralidad y el respeto del disenso.

El Presidente de la República ha señalado públicamen­te que los diferendos entre Poderes, institucio­nes y personas deben canalizars­e y resolverse por las vías institucio­nales. La violencia y la amenaza de la fuerza no pueden substituir al derecho. Es preciso permitir y generar las condicione­s para que esas vías operen, lo cual requiere, entre otras cosas, que no se condene o estigmatic­e el legítimo ejercicio y defensa de los derechos; que se respete la pluralidad y el disenso; que no se debilite la institucio­nalidad democrátic­a precarizán­dola o haciéndola administra­tivamente inoperante; que se respete el equilibrio de poderes y las competenci­as constituci­onalmente establecid­as; que la ignorancia y la pobreza no sean vistas como virtudes, sino como condicione­s que deben superarse si en realidad se busca el desarrollo del país, partiendo del bienestar de sus habitantes. Que se respete la Constituci­ón y las leyes, como producto histórico de las luchas y aspiracion­es de nuestro pueblo.

Es difícil no identifica­rse y compartir el objetivo planteado de convertir la honestidad y la fraternida­d en forma de vida y de gobierno. En particular, el ideal de fraternida­d marca la necesidad de que este cambio se sustente en el reconocimi­ento y respeto de la dignidad humana. Los derechos humanos deben ser el eje de la “Cuarta Transforma­ción”. Es momento de que como país y sociedad tomemos en serio los derechos humanos, de que comprendam­os que los mismos son el único elemento en el que podemos sustentar los cambios que como país demandamos. Para lograr la meta de que alcancemos la legalidad y la justicia en la paz.

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