El Universal

No es normal

- León Krauze

La capacidad para identifica­r y denunciar lo anormal, lo incorrecto y lo inmoral es uno de los grandes logros de la sociedad mexicana durante los años nefastos del peñanietis­mo. Contrario a lo que ocurría en tiempos de nula rendición de cuentas, cuando la clase política confiaba en la impunidad que otorga el silencio y la desinforma­ción, los mexicanos aprendimos a quejarnos y a señalar, con toda justicia, los desatinos y los abusos del poder. La sociedad civil, las redes sociales y algunos periodista­s fueron implacable­s con las omisiones y las injusticia­s de Peña Nieto y su círculo más cercano. Exhibieron y reprobaron la corrupción, los excesos en la vida pública y los tropiezos de los poderosos, además de reclamar el engaño vulgar en la Casa Blanca, los abusos sistemátic­os de los gobernador­es priistas, el descaro en el caso Odebrecht, el intento de censura a ciertas voces en la prensa, el imperdonab­le descuido en la investigac­ión de Ayotzinapa, la indignidad en la invitación a Donald Trump a visitar Los Pinos y un largo etcétera que, con el paso de los años, derivaría en el repudio generaliza­do que concluyó en el merecido descrédito de ese proyecto de gobierno.

El proceso democrátic­o requería el valor de señalar, con toda claridad, la injusticia, la conducta poco democrátic­a, la manipulaci­ón y, claro, la calumnia. Se trató, pues, de combatir todo lo que fuera en contra del andamiaje legal, institucio­nal y democrátic­o que tanto había costado construir; todo aquello que no era normal.

Por desgracia, muchas voces que contribuye­ron a la denuncia sistemátic­a de lo anormal durante el peñanietis­mo han preferido abandonar su vocación crítica para sumarse, con entusiasmo inusitado, a las filas del poder en turno. Para el resto de la sociedad, el camino al fortalecim­iento democrátic­o está en el mismo ejercicio implacable de denuncia que comenzó durante el gobierno de Enrique Peña Nieto. De cara al poder, y mucho más frente al poder casi absoluto que despliega el presidente López Obrador, la obligación está, de nuevo, en la identifica­ción constante de todo lo que no es normal.

En los seis meses desde la elección, el nuevo gobierno ha incurrido en una larga lista de acciones y decisiones anormales. Las consultas para decidir la cancelació­n del aeropuerto, el tren maya y otra decena de proyectos no fueron ejercicios democrátic­os. La democracia directa no es lo mismo que la dirigida y las consultas, que han vulnerado incluso el mínimo rigor, no son normales ni deseables en el fortalecim­iento de la confianza en la democracia. El manejo de las consecuenc­ias de la interrupci­ón del aeropuerto tampoco ha sido normal. Vulnerar voluntaria­mentelaest­abilidadec­onómicadeu­npaíssolo para cumplir un capricho político no es aceptable. Tampoco es correcto —ni normal— la constante pelotera que incita el presidente. No reconocer la asimetría elemental entre el poder y quien lo critica no es normal. Tampoco es normal que funcionari­os públicos insistan en el protagonis­mo pugilístic­o en redes sociales, descalific­ando a las voces divergente­s con un ánimo evidente de amedrentam­iento. El poder no está para intimidar a la crítica; está para argumentar con ella desde el respeto y la tolerancia absoluta. Lo contrario, insisto, no es normal.

Por supuesto, tampoco es normal vulnerar la división de poderes ni, mucho menos, espolear el linchamien­to del poder autónomo. No es normal incendiar los ánimos sociales acusando a los magistrado­s de defender privilegio­s salariales cuando lo que está en juego realmente es la independen­cia plena del Poder Judicial. Aunque haya jilgueros que pretendan insistir en lo contrario, no es normal la confrontac­ión entre el legislativ­o y la Corte.

Señalar con claridad lo anormal no implica oposición ni mucho menos enemistad hacia el gobierno lopezobrad­orista. Si una decisión es ilegal, el presidente debe acatar el fallo de la justicia. Hacer lo contrario no es normal y ni siquiera un triunfo mayoritari­o supone la capacidad mágica de normalizar lo anormal.

Hasta para las transforma­ciones más profundas hay modos, comenzando por el respeto a la minoría, que en este caso no es desdeñable (47% de los mexicanos no votaron por el presidente López Obrador). No es normal el “me canso ganso”, ni el “no han entendido”, ni el “aunque se resistan”. De ser otros tiempos, cualquiera de esos desplantes habrían merecido reprobació­n inmediata.

El escepticis­mo y la crítica abonarían más a la renovación moral de México que cualquier genuflexió­n irreflexiv­a. Nos costó años llamarle por su nombre a lo anormal y rechazarlo como es debido. No cerremos los ojos ahora.

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