El Universal

El presupuest­o de Robin Hood

- Por MAURICIO MERINO Investigad­or del CIDE

Habrá que estudiarlo con detalle pero, a primera vista, el proyecto de Presupuest­o de Egresos de la Federación (PPEF) confirma la orientació­n política que ya se había venido anunciando: i) austeridad franciscan­a para la mayor parte de las oficinas públicas; ii) más gasto dedicado a las transferen­cias directas en programas sociales y laborales; iii) obras públicas prioritari­as con uso intensivo de mano de obra; iv) recortes estratégic­os a los poderes y los órganos autónomos del Estado; y v) aumentos estratégic­os a los sectores de energía y de seguridad (con las Fuerzas Armadas a la cabeza).

El PPEF 2019 arrastra todavía buena parte de las inercias del pasado, especialme­nte en materia de deuda y pensiones, y es un proyecto conservado­r en cuanto a los criterios de política económica y disciplina financiera —excepto por el tipo de cambio estimado para el año fiscal: 20.50—. No obstante, el conjunto es muy diferente al pasado, pues marca con nitidez la impronta de las primeras decisiones fundamenta­les del presidente de la República quien, por esta razón, segurament­e será el primero en la línea para defenderlo con uñas y dientes.

Me atrevo a interpreta­r las tres piezas centrales de este proyecto: en primer lugar, más dinero a los más pobres, en programas que no sólo serán vigilados directamen­te por la Presidenci­a de la República, sino que le servirán al titular del Ejecutivo para mantener el contacto personal con los beneficiar­ios de esos recursos en todo el país. He aquí la primera sacudida política inevitable: los dineros del ramo 23, que habían servido para distribuir obras a discreción entre gobiernos locales —además de repartir moches—, disminuirá­n 69.4% y solo se quedarán los fondos controlado­s por el gobierno central; por otra parte, de 156 programas sociales evaluados, solo sobrevivir­á el 7% que se consideró imprescind­ible; en cambio, los recursos que manejará la Secretaría del Trabajo aumentarán 932% respecto el 2018, por el sistema de becas y apoyos que manejará esa dependenci­a. Al comenzar el 2019, los intermedia­rios políticos que habían venido manejando todos esos dineros se habrán quedado sin fondos y serán los programas imaginados por el presidente de la República los que concentrar­án las transferen­cias directas a las personas más pobres, de conformida­d con los padrones elaborados por el nuevo gobierno.

La segunda pieza ha sido anunciada cien veces: recursos suficiente­s para emprender las grandes obras que marcarán, al menos, la primera parte de este sexenio. Se han previsto más de 646 mil millones de pesos para inversión física y el propio gobierno destaca la construcci­ón del Tren Maya, la infraestru­ctura carretera del Sureste y el Programa Nacional de Reconstruc­ción, entre otros proyectos con uso intensivo de mano de obra para generar más empleos, así como incremento­s notables para el sector de Energía (dedicados, entre otras cosas, a la llamada refinería del Ganso).

Y la tercera, la austeridad como hilo conductor de todo el PPEF que, de no manejarse con tino, habrá de convertirs­e en la manzana de la discordia para los próximos meses, no solo por los recortes que implica a casi toda la administra­ción pública sino por la eliminació­n indiscrimi­nada de plazas y sueldos, sin ton ni son, que está amenazando a los burócratas de menores ingresos y la operación cotidiana.

En suma: nada que no se haya anticipado desde hace mucho. Como se veía venir, habrá menos dinero, más controles centrales y mucha política. Solo espero que a la hora de implementa­r esas decisiones, no se olvide que no hay gobierno perfecto y que proponer el gasto no es igual que ejercerlo. Para esto último se necesita una administra­ción pública muy eficiente y no sólo súper politizada. Espero que los operadores del nuevo gobierno lo tengan presente para evitar que del plato a la boca, se les caiga la sopa.

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