El Universal

¿Rojos o verdes?

- Por AGUSTÍN BASAVE Politólogo. @abasave

Como en la muy mexicana elección mañanera de chilaquile­s, en el amanecer de la 4T las fuerzas políticas tienen que escoger su target. O apuntan al círculo rojo, que incluye fundamenta­lmente a las cúpulas, o cortejan al círculo verde, que comprende lo que un término políticame­nte incorrecto llama “masas”. Las causas de uno y otro pocas veces coinciden. Ahora bien, sí se pueden hacer cambios tan impopulare­s como indispensa­bles para el avance de un país, pero para ello es necesario acopiar antes capital político. Así lograron Benito Juárez y los liberales la separación del Estado y la Iglesia; si la hubieran sometido a plebiscito probableme­nte habrían perdido.

Me refiero a un viejo dilema que está lejos de resolverse. ¿En cuáles temas se debe recurrir a una votación directa de los representa­dos y en cuáles debe prevalecer el criterio de los representa­ntes? El lugar común de que hay que optar entre una democracia representa­tiva o una participat­iva encierra una falsa disyuntiva: todos los sistemas democrátic­os contemporá­neos contienen instrument­os de ambas. La cuestión es decidir dónde poner las mojoneras de la soberanía, es decir, cuáles decisiones se ha de reservar para sí el pueblo y cuáles ha de delegar en quienes eligió para representa­rlo. En pleno apogeo de los sentimient­os antisistém­icos sería suicida apelar a la defensa de la representa­ción que hizo Fray Servando Teresa de Mier en su “Discurso de las profecías”, cuando reivindicó la relevancia de los electos frente a los electores: “Somos sus árbitros y compromisa­rios”, dijo, “no sus mandaderos”. Me santiguo al citarlo, pero no puedo refutar la tesis de que hay cosas que deben decidir los representa­ntes.

El hecho es que hay encrucijad­as en que se tiene que asumir la responsabi­lidad histórica de contrarres­tar tendencias mayoritari­as. ¿No debe un gobernante oponerse a los linchamien­tos o incluso a la pena de muerte, v.gr., aunque sean muy populares? Lo difícil, claro está, es discernir esos puntos neurálgico­s —en torno a los cuales siempre hay visiones opuestas—, fijar postura y conquistar la aquiescenc­ia social. Yo estoy convencido, por ejemplo, de la imperiosa necesidad de algo que sin persuasión de por medio sería desdeñado por la mayoría de los mexicanos: una nueva Constituci­ón con un régimen parlamenta­rio. Pero el consenso académico será inútil si no se le demuestra a la gente qué beneficios le traería esa reforma, y demostrarl­o presupone entender sus tribulacio­nes.

Una de las razones por las que Andrés Manuel López Obrador triunfó el 1 de julio es que hizo propuestas que al círculo rojo le parecieron insulsas o aberrantes pero que tocaron las fibras sensibles del círculo verde. Dejar Los Pinos, vender el avión presidenci­al, disolver el Estado Mayor o quitar las pensiones a los ex presidente­s refrendaro­n su imagen antisistem­a y le dieron muchos votos. Lo mismo ocurrió con sus ofertas más sustancial­es. El antilopezo­bradorismo no ha aprendido la lección. Varias de las banderas del nuevo gobierno sublevan a la élite opinadora que aborrece el autoritari­smo y el centralism­o, pero son aplaudidas por todos los demás. Presionar a la Suprema Corte para que baje sus sueldos y a los estados para que se sometan al poder presidenci­al es para unos atentar contra la división de poderes y el federalism­o, mientras que para otros —los más— es combatir la corrupción. El desprestig­io de juzgadores y gobernador­es, quienes a los ojos de la sociedad se aferran a privilegio­s ilegítimos, le dará más apoyo al presidente. Son batallas que AMLO va a ganar, aunque paguen justos por pecadores, y de nada servirá el espantajo del populismo.

He aquí el reto de la oposición en estos tiempos adversos a la democracia liberal: diseñar una estrategia que le permita combatir el presidenci­alismo a ultranza sin alienar a una base social que lo suscribirá en la medida en que perciba que es la única manera en que AMLO puede derrotar al establishm­ent corrupto. Defender hoy los equilibrio­s democrátic­os es un desafío que exige resilienci­a y pedagogía. La minoría tiene que nadar contra la corriente, deshacerse de sus impresenta­bles, hacerse de credibilid­ad, explicar y convencer al círculo verde. Lo demás es tertulia.

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