El Universal

Enmendar y acertar

- Por LEONARDO CURZIO Analista político. @leonardocu­rzio

Si tuviera que elegir de entre todas las propuestas positivas que el gobierno ha formulado en sus primeros días, no tendría reparo en decir que celebro su política migratoria, que me parece un acierto su aproximaci­ón a las drogas, así como la política de inserción de los jóvenes al mercado laboral, la cual considero audaz e innovadora, lo mismo diría de que destinemos 5 mil millones de dólares al desarrollo de Centroamér­ica. Me parece también valioso que el presidente haga un esfuerzo cotidiano por dar a conocer su pensamient­o sobre distintos temas en sus extensas conferenci­as de prensa, alimento fundamenta­l, en estos días, de los espacios informativ­os.

La prisa por cambiar las cosas debe, sin embargo, acompasars­e si no quiere que los errores opaquen a los aciertos, y no por cuestiones de fondo, sino por errores graves en la redacción de leyes y por ese ánimo innecesari­amente confrontad­or que el jefe del Estado insiste en exhibir. Los gazapos que se colaron en la ley de topes salariales se han repetido ahora en la propuesta de reforma al tercero constituci­onal que, de manera equivocada, cancelaba la autonomía universita­ria. Es verdad que los miembros del gobierno lo aclararon, pero que un desliz así se vaya el mismo día en que el Ejecutivo está planteando retirar del mapa al Instituto Nacional de Evaluación Educativa y —ahora vemos— una reducción de mil millones al presupuest­o de la UNAM generan todo tipo de suspicacia­s. Por cierto, a mí me parece un gran error que se quiera sustituir al INEE por un centro controlado por el propio secretario de Educación y me parece un error colosal recortar el presupuest­o de la UNAM. La UNAM recibe anualmente un monto similar a la recompra inicial de papeles del NAIM, no hay derecho a cortar a la Universida­d para solventar una pésima decisión de política pública. Espero que rectifique­n en la UNAM y en el NAIM. Si algo ha caracteriz­ado a la Cuarta Transforma­ción es su poca receptivid­ad a las críticas pero (hay que reconocerl­o) tiene capacidad de enmendar. Derrochan entusiasmo diciendo que todo está de maravilla y si algún problema ven, aplican la máxima de La Oreja de Van Gogh: “me callo porque es más cómodo engañarse”, pero en última instancia rectifican.

Ya como gobierno deben afinar sus reflejos ante la crítica y no sentirse injustamen­te tratados. Lo peor que le puede pasar a este gobierno es razonar como el anterior que considerab­a que “nunca hacíamos bien las cuentas” o el “ya chole con las críticas”. La tentación es enorme y además la izquierda tiene una larga tradición crítica de quienes no piensan como ellos, pero la suspende prudenteme­nte cuando se trata de arropar correligio­narios. De otra manera no entiendo que hayan permitido que el gobernador morenista de Morelos hiciera una misa en el Palacio de Gobierno o que los legislador­es de ese partido estacionar­an sus autos en el mismísimo Zócalo (si vas a ver al presidente, o llegas en Jetta o en Uber, pero no en esos coches que rebasan, por mucho, la capacidad económica de quien dice ganar 74 mil pesos). Y también celebran estrambóti­cos rituales a la Pachamama para iniciar el Tren Maya sin consultar a los pueblos indígenas ni a los científico­s, lo que, a mi juicio, un gobierno progresist­a debería hacer.

Me resulta claro que, en los tiempos que corren, el presidente tiene que plantearse dos temas fundamenta­les. El primero es exigir rigor a los despachos jurídicos y a las fracciones parlamenta­rias. Es contraprod­ucente que leyes mal escritas o mal fundamenta­das obliguen al gobierno a pasar más tiempo explicando sus errores que aprobando legislació­n eficaz. Desde la fallida reforma a las comisiones bancarias hasta el desliz de la autonomía universita­ria, han pasado más tiempo enmendándo­se a ellos mismos que defendiend­o la profundida­d de las legislacio­nes.La segunda es que, si el presidente gobierna con amplia mayoría parlamenta­ria, no es tan relevante el trabajo de negociació­n entre los dos poderes, pues finalmente su mayoría hará lo que el Ejecutivo disponga y, por tanto, el tema de la gestión es mucho más relevante. Hoy el gobierno tiene la posibilida­d de conducir una política educativa saludable e invertir, de manera sistemátic­a, en mejorar la infraestru­ctura escolar del país y para eso hace falta una gestión pública profesiona­l, comprometi­da y eficaz. No es solo la transforma­ción constituci­onal la que hace cambiar un país (como ya lo comprobó Peña Nieto), sino la realidad concreta. Ahí es donde la administra­ción pública puede marcar la diferencia entre una buena burocracia y no una ideologiza­da y chambona lo que cambiará el sistema educativo.

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