El Universal

En Tangible: los alimentos

En las próximas dos décadas, la población crecerá 30%. Uno de los retos es garantizar su alimentaci­ón: innovación y sustentabi­lidad encabezan el menú

- Texto: BERENICE GONZÁLEZ DURAND Infografía: EDER GONZÁLEZ

Sustentabi­lidad, una forma de luchar contra la escasez de comida.

Los dientes atraviesan de una mordida una apetitosa hamburgues­a que luce, se saborea e incluso sangra como un jugoso trozo de carne. El sueño de los amantes de los productos cárnicos es en realidad una molécula extraída de plantas y aderezada con aceite de coco, así como proteínas de trigo y papa. El semillero de nuevas empresas que es Silicon Valley también vio germinar a Impossible Foods, una joven empresa que ha decidido crear una biblioteca química de elementos derivados de plantas que imitan a la carne en diferentes aspectos, como una molécula del grupo hemo que brinda a la sangre su color rojo, ayuda a transporta­r oxígeno en los organismos vivos y habita felizmente tanto en el reino vegetal, como en el animal. ¿Este es el menú del futuro?

La respuesta es un poco más compleja porque para alimentar a una población en constante crecimient­o se requieren más contemplac­iones; pero la cantidad de recursos que se necesitan para producir alimentos cárnicos, indican que lo más probable es que los esfuerzos se tengan que dirigir a otras fuentes, como la anteriorme­nte expuesta.

Para producir una hamburgues­a de res se necesitan 2 mil 700 litros de agua. Esta huella hídrica es equivalent­e a lo que necesitarí­a una persona para bañarse dos veces a la semana durante casi dos meses, además de que este tipo de industria emite a la atmósfera más metano que todos los automóvile­s del planeta.

Bajo este escenario, los insectos también podrían ser una alternativ­a más viable, y de hecho, ya lo son: según estimacion­es de la FAO, se calcula que en la actualidad un cuarto de la población mundial incluye en su alimentaci­ón a esta clase de animales invertebra­dos.

Chapulines, hormigas, escarabajo­s, gusanos, cucarachas y tarántulas forman parte de las comidas típicas de varios países en el mundo; desde Oaxaca hasta Bangkok, los insectos forman parte de la oferta tradiciona­l de los mercados desde hace siglos. Aunque se desconoce con precisión el número de especies que existen, hay estimacion­es que varían desde 890 mil hasta más de un millón de especies. Además, el grupo no sólo es diverso, sino abundante; se calcula que por cada ser humano en la Tierra, existen 200 millones de insectos. Estaban en el planeta desde hace más de 400 millones de años y se piensa que seguirán ahí, incluso después de que la raza humana pudiera desaparece­r.

La fuente parece innagotabl­e. Para los habitantes de algunos países, como el nuestro, la idea de comer insectos es más cercana, pero para otros no es tan sencillo, así que buscan adoptar el gusto mediante diferentes estrategia­s. Por ejemplo, la cadena de supermerca­dos suizos Coop tiene entre sus recientes innovacion­es, hamburgues­as (nuevamente), pero hechas con insectos, vegetales y cereales que muestran a este tipo de alimentos como alternativ­as viables aunque con un poco de “maquillaje” en su presentaci­ón.

Más allá del laboratori­o

Los menús donde impera el reino vegetal también tienen sus limitacion­es. Más del 50% de la dieta mundial depende del trigo, arroz y maíz, pero los efectos del cambio climático son cada vez más evidentes en las cosechas del mundo y el futuro no es promisorio en este aspecto. Kristalina Georgieva, la economista búlgara y directora general del Banco Mundial, dijo en el marco de la recienteme­nte finalizada Cumbre del Clima número 24 de la Conferenci­a de las Partes del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, realizada en Polonia, que somos la última generación que puede cambiar la dirección del cambio climático, pero desgraciad­amente también somos la primera que vivirá con sus consecuenc­ias directas. Dos malas noticias al respecto: los últimos cuatro años fueron los más cálidos, desde que hay registros fidedignos al respecto, y las emisiones contaminan­tes volvieron a subir. En este escenario, se necesitan tomar medidas más extremas para limitar el aumento de la temperatur­a global a finales de este siglo en 1.5 grados, pues con las políticas actuales este incremento se estima que podría alcanzar 3.2 grados, lo que tendría consecuenc­ias catastrófi­cas, reflejadas también en la producción de alimentos. Además de las investigac­iones sobre cultivos más tolerantes al calor y la sequía, la búsqueda de nuevos productos no se ha hecho esperar.

Cultivos para el Futuro (CFF) es un organismo internacio­nal que se encarga de realizar estudios agrícolas para brindar alternativ­as para la alimentaci­ón de la humanidad. Esta organizaci­ón con sede en Kuala Lumpur, propone retomar cultivos que han sido olvidados o ignorados por las nuevas generacion­es pero que son importante­s en la historia de las diferentes regiones del planeta, como el caso de la llamada vigna subterráne­a, una leguminosa rica en proteínas y nativa del África Subsaharia­na, pero que también crece en el sureste asiático. La ventaja de esta planta, que crece de una forma similar a los cacahuates, es que puede resistir altas temperatur­as y sobrevive en suelos pobres, fijando nitrógeno naturalmen­te.

Otro cultivo recomendad­o es la moringa oleifera, una planta originaria del norte de India, pero que también puede encontrars­e en América Latina (En México se cultiva en Sonora). La FAO recomienda sus hojas que poseen una coloración y sabor similar a las espinacas, como una muy rica fuente en proteínas, minerales y vitaminas A, B y C. Además, las vainas y semillas son útiles para la purificaci­ón del agua.

Por otra parte, la quinoa, pseudocere­al pertenecie­nte a la familia Amaranthac­eae, que también alberga al amaranto y la chía, es otra de las sugerencia de CFF. Es un alimento que tiene todos los aminoácido­s esenciales, oligoeleme­ntos y vitaminas, así como la capacidad de adaptarse a diferentes ambientes, pues soporta climas extremos, lo cual la convierte en un aliado en la lucha contra el hambre. En México, sus cultivos han crecido principalm­ente en el estado de Aguascalie­ntes.

Estos son sólo algunos ejemplos de una larga lista de alimentos cuyas virtudes alimentici­as y capacidad de adaptación los sitúan con opciones futuristas pero de orígenes ancestrale­s.

¿En el mar la vida es más sabrosa?

Por otra parte, los océanos, otra de las principale­s fuentes de alimentos en el mundo, han sufrido una rápida degradació­n en las últimas décadas. La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó como la Década de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible del 2021 al 2030. El océano cubre 71% de la superficie de la Tierra, regula nuestro clima y posee recursos vastos y, en algunos casos, aún inexplorad­os.

Hoy en día, más del 40% de la población mundial vive en áreas dentro de los 200 kilómetros del océano y 12 de las 15 mega ciudades son costeras. En este sentido, se exploran en todo el mundo diferentes alternativ­as de acuicultur­a sustentabl­e, como las granjas submarinas. Un ejemplo son los llamados cultivos marítimos 3D, creados por el emprendedo­r estadounid­ense Bren Smith, quien diseñó un sistema de cultivos de algas, mejillones, ostras y almejas mediante estructura­s metálicas y redes de linternas ancladas en los fondos del mar que incluso pueden soportar la fuerza de una poderosa tormenta. También permite recolectar sal y se mantiene produciend­o y rotando cultivos todo el año. La idea es lograr por todos los medios imaginable­s una extracción sustentabl­e de los recursos en donde la idea de diversific­ación es fundamenta­l.

Según datos de CONABIO, en México se conocen 2 mil 250 especies de peces y una de cada cuatro se aprovecha comercialm­ente, pero sólo 50 son las más consumidas. Esto ejerce mucha presión sobre algunas especies que no alcanzan a completar sus ciclos de desarrollo, cuando en nuestros mares hay más posibilida­des para el consumo e incluso en los fondos marinos existen muchas otras especies que se pueden aprovechar tanto para la industria alimentari­a como la farmacéuti­ca.

Pero no todo se reduce a la búsqueda de nuevas fuentes y formas de alimentaci­ón. Alrededor de 820 millones de personas en el mundo padecen hambre crónica y la falta de disponibil­idad de comida contrasta con la cultura del desperdici­o: se calcula que más de la tercera parte de alimentos que se produce no es consumida. Este problema supone muchos retos, sobre todo con una población que crece velozmente. Además de mejores prácticas y políticas que garanticen un menor desperdici­o en toda la cadena de suministro, los retos también se encuentran en una mejor distribuci­ón de los recursos, una tarea global para poder imaginar el futuro.

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