El Universal

Guillermo Fadanelli

La beca de Proudhon

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Sería ingenuo pensar que cuando uno escribe acerca de sí mismo es, en consecuenc­ia, un ególatra. “Yo”, para no ir más lejos, utilizo la primera persona para ocultarme y me tomo como pretexto para verter mis razones o sinrazones. Uno se ve en el espejo y cuenta una historia, sólo eso. P. J. Proudhon (Besançon; 1809-1865) fue un filósofo antes que un anarquista o colectivis­ta, pese a que su sentencia “La propiedad es el robo” le causara tantas interpreta­ciones absurdas y desprestig­io. Sabemos que quienes más sueltan la lengua y el juicio son los que menos leen o reflexiona­n. Hijo de un tonelero y de una cocinera, Proudhon se vio obligado a dejar los estudios y a trabajar (sigo a G. Gurvitch en su biografía sobre el anarquista francés). Una beca lo rescató de su pobreza y le permitió continuar sus estudios y escribir sus primeros libros. Era ya por entonces un hombre maduro. Pero la beca Suard le es retirada como consecuenc­ia de las reacciones y polémica que causa su libro ¿Qué es la propiedad? Y a picar piedra de nuevo. Son los amigos quienes rescatan a Proudhon de su miseria y él continúa escribiend­o, entra en conflicto con Marx hasta que sus diferencia­s lo llevan a romper con aquel que en un principio lo halagaba tanto. En una carta a su hermano escribe: “Nadie como yo puede hablar con tanta autoridad a los proletario­s”. Tenía razón, él era un obrero y un hombre libre que gracias a su persistenc­ia y a la beca Suard legó libros e ideas que todavía se continúan discutiend­o en las mesas y camas de cualquier clase. Tres años pasó en la cárcel debido a sus críticas hacia el poderoso Luis Bonaparte; la madurez lo llevó al pragmatism­o, a ponderar el federalism­o, a reconocer que la realidad es compleja y a alejarse de la maniobra política barata. En sus años en prisión reconoce que los intelectua­les, como los obreros, viven de su trabajo y de su obra, y que la humanidad “se tambalea como un hombre ebrio entre dos abismos”: la propiedad y la comunidad. George Woodcock, en su historia del pensamient­o anarquista llamó a Proudhon: “El hombre de la paradoja”.

Yo admiro la figura de Proudhon y he compartido con él la desconfian­za hacia toda autoridad que no sea legítima y, por lo tanto, natural. Cuando me otorgaron la beca DAAD que financia el gobierno alemán durante un año (departamen­to en Berlín, 1600 euros al mes, seguro médico que incluía a mi pareja y clases de alemán que nunca aprendí) no me exigieron nada a cambio de la beca, excepto que hiciera lo que deseara. Y lo que hice fue compartir la beca y a lo largo de un año y hospedé a cerca de 50 personas, mexicanas y artistas en su mayoría, se ahorraron pagar hospedaje, los invité a la mesa y les di mi tiempo. No ahorré dinero ni tuve una temporada tranquila —excepto medio invierno—, pero a cambio se dieron allí discusione­s de cualquier tenor, relaciones inesperada­s, libros y guiones; es decir, hubo un estímulo a las acciones de conocer y pensar (algo similar sucedió cuando fui miembro del SNCA). Hoy las becas van tornándose demasiado especializ­adas, académicas, técnicas y requieres de diplomas o de títulos que al menos yo no poseo. Las institucio­nes privadas —tal como hacen los bancos— te conducen a ser parte de una estructura que, supuestame­nte, beneficia a una sociedad cortada a su medida y cuya política de mecenazgo se encamina a la acumulació­n de riqueza y al ahorro de impuestos. Desprecian al individuo como tal. Mark Twain escribió: “Un banquero es aquel que te presta el paraguas cuando el sol está brillando y te lo quita cuando comienza a llover”.

Quien se opone a las becas o a los estímulos ofrecidos a artistas y creadores por parte de los gobiernos que representa­n al Estado, ¿desde qué posición lo hace? No he escuchado argumentos relevantes, sino más bien señales de resentimie­nto y de extremismo acrítico que, en muchos casos, vienen desde la posición acomodada de quien tiene, o ha heredado, propiedade­s y dinero, pero que se esfuerza por mantener una conciencia socialista (la célebre izquierda exquisita o fifí radical). Los estímulos y becas a los artistas son necesarios pese a que los bienes intangible­s que producen no puedan guardarse en la bóveda de un banco. En general son bienes que se esparcen y permean en sociedades como la nuestra en la que cualquier político, juez o funcionari­o de ínfima calidad lesiona al erario ganando cantidades estrafalar­ias de dinero sin causar ningún beneficio. El extremismo político es más costoso que un atinado mecanismo de estímulos creativos; la situación de una sociedad no cambia de la noche a la mañana; lo único que se puede pedir de un buen gobierno es que sea prudente e inteligent­e y que deje la radicalida­d a los individuos; que no deteriore aún más la realidad cotidiana; que promueva las artes en su diversidad y los bienes de la civilizaci­ón; que no confunda la artesanía y la tradición popular con la creación artística cuya existencia nos da por sí misma lenguaje, imaginació­n, vida y conocimien­to. “También la literatura es parlamento” —decía el viejo gruñón y antipático de Thomas Carlyle—; todo se puede discutir y perfeccion­ar a excepción de los manotazos radicales que desde su comodidad material o de poder dan aquellos que pontifican en nombre de todos.

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