El Universal

Guardia Nacional: adiós al federalism­o

- Ricardo Raphael

La pregunta relevante ya no es dónde comenzó, sino dónde terminará la Cuarta Transforma­ción; y no hay otro tema que nos diga más al respecto que la iniciativa presidenci­al para poner en marcha la todopodero­sa Guardia Nacional.

Ni la cancelació­n del aeropuerto de Texcoco, ni la austeridad en los sueldos de la burocracia, ni los superdeleg­ados, ni el tren maya, ni toda la pejefobia o la amlofilia, juntos, son temas que vayan a dividir tanto al país como esta iniciativa que el día de hoy será discutida, y probableme­nte aprobada, en la Comisión de Puntos Constituci­onales de la Cámara de Diputados.

Se trata de una cirugía mayor a la Carta Magna —acaso sin comparació­n con ninguna otra desde 1917— porque quiebra la columna vertebral del federalism­o mexicano, normaliza indefinida­mente la presencia de las fuerzas militares en cualquier parte del territorio mexicano y deja en las manos exclusivas del presidente de la República, el control civil sobre este cuerpo bélico.

México no cuenta hoy con un verdadero federalism­o fiscal, tampoco con un federalism­o educativo, sanitario o en materia de infraestru­ctura. Con Enrique Peña Nieto el país regresó a 1836, centraliza­ndo prácticame­nte todas las políticas relevantes.

Sin embargo, resta todavía un reducto federal: la seguridad. A pesar de la crisis de violencia que vive el país, y de la presencia militar que se ha desplegado desde 2006, nunca, hasta ahora, el Ejército ha operado dentro de una entidad federativa en contra de la voluntad de un gobernador o de un Congreso local.

Esto está a punto de cambiar: una vez que sea aprobada la reforma constituci­onal que dará vida a la nueva Guardia Nacional, los gobernador­es y sus Congresos se volverán actores silentes de la política de seguridad.

No podrán oponerse para que las tropas militares tomen control de los caminos, las poblacione­s o las ciudades de cualquier entidad federativa, a la hora que decida y cómo lo decida el presidente de México.

Todavía más, la reforma prevista al artículo 89 de la Constituci­ón quiere que el presidente cuente con facultades plenas para ordenar, disponer y reglamenta­r a las policías de las entidades federativa­s, sin que medie opinión, acuerdo o permiso de las autoridade­s electas localmente.

Los gobernador­es están a punto de volverse irrelevant­es, de manera permanente, en lo que toca al uso de la fuerza. Serán prescindib­les porque sin ese poder no hay gobernante que sobreviva.

Otro tema: el actual artículo 129 de la Constituci­ón dice que las tropas del Ejército sólo podrán estacionar­se dentro de instalacio­nes previstas por el gobierno, tales como los campos, los cuarteles, los depósitos, las fortalezas o las comandanci­as militares.

Sin embargo, la reforma quiere que los efectivos militares y navales adscritos a la Guardia Nacional queden exceptuado­s de este principio constituci­onal.

Es decir que los piquetes podrán acampar, pernoctar, recorrer, estacionar­se o invadir, cualquier milímetro del territorio mexicano, sin necesidad de que la autoridad civil les ordene expresamen­te hacerlo.

Por último, hoy todavía está prohibido que el presidente de la República ordene a la Guardia Nacional estacionad­a en una entidad, cruzar la frontera hacia otra entidad —por ejemplo, de Michoacán a Guerrero— sin que el Senado (o la Comisión Permanente) lo autorice expresamen­te y el Ejecutivo fije ante la Legislatur­a a cuántos efectivos de ese cuerpo y con qué armamento se cruzarán los límites entre los estados de la República.

Pues la iniciativa elimina también este control fundamenta­l del Congreso que ayudó a pacificar México en otros tiempos de nuestra historia. Derogando dos fracciones de los artículos 76 y 78, el presidente podrá movilizar a la Guardia Nacional por todo el país sin tener que rendirle cuenta alguna al Poder Legislativ­o.

En la política de seguridad, tal como sucedería con los poderes locales, también el poder Legislativ­o se volverá intrascend­ente.

ZOOM: Nadie niega que la crisis de la violencia experiment­ada en el país es de enormes proporcion­es. Estamos ante una circunstan­cia excepciona­l que merece medidas extraordin­arias. El problema comienza cuando lo que se pretende es volver permanente lo extraordin­ario, al punto de normalizar principios antidemocr­áticos en el núcleo solar de nuestra Constituci­ón.

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