LA TRANSFORMACIÓN DE BUMBLEBEE
La franquicia Transformers mezcla la ciencia ficción militar con la comedia familiar
El filme pasó de ser una historia militar a comedia familiar.
A estas alturas, ¿qué novedad tendría un filme como BumbleBee (2018) —segundo del animador Travis Knight—, derivado de los previos cinco Transformers, comerciales tamaño Mega Godzilla hechos para vender juguetes? Serie en declive desde su segundo título, se reinventa —gracias al productor ejecutivo Steven Spielberg— buscando la poesía de la máquina celebrada, en el Manifiesto del futurismo (1909), por Filippo Tommaso Marinetti: “Afirmamos que la magnificencia del mundo se enriquece con la nueva belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras, adornado con radiador de tubos gruesos similares a serpientes que respiran explosivamente, es un automóvil que ruge; que corre sobre metralla”. Esta sublimación del auto es la clave de BumbleBee.
El nuevo filme, capítulo inicial de la saga referida a la batalla cósmica entre los valientes Autobots y los villanos Decepticons, confirma a BumbleBee como el coche-transformer más simpático, único con rasgos de humanidad. En las otras películas fue un espectacular Chevrolet Camaro. Aquí es un maltratado Volkswagen sedán 1967. Auto originalmente conocido como “Limón”, tiene un llamativo tono amarillo, oxidado por esconderse en un deshuesadero como “¡Dios vehemente de una raza de acero,/ automóvil ebrio de espacio,/ que piafas de angustia, con el freno en los dientes estridentes!” (Marinetti).
La cinta cuenta la razón del personaje para esconderse en la Tierra. Es una masa de metal dispuesta a complacer las necesidades de su dueña, o “familia” terrícola, Charlie (Hailee Steinfeld), quien lo compra en 1987. El Vocho significa el rito de paso entre la adolescencia y la madurez; la libertad para recorrer el mundo: “Suelto, por fin, tus bridas metálicas…/ ¡Te lanzas con embriaguez al Infinito liberador!/ Al estrépito del aullar de tu voz…/ he aquí que el Sol poniente va imitando tu andar veloz,/ acelerando su palpitación sanguinolenta a ras del horizonte…” (Marinetti).
La estructura del filme tiene un inicio íntimo, su mejor parte, con Charlie descubriendo una máquina sorprendente. En la transición al siguiente acto dramático surge la vertiginosa acción tradicional de la serie, con agentes buscando atrapar —o mejor: destruir— a BumbleBee. Cobra fuerza el conflicto entre Charlie, al conocer los secretos del Autobot, y la persecución de Powell (John Ortiz) y Burns (John Cena, mostrando enorme capacidad al jugar con un papel donde incluso hace el ridículo para producir las mejores risas); representa como fetiche cultural, con múltiples significados, la evolución en la amistad en apariencia imposible entre una jovencita y su carro.
El último segmento, gracias al interesante guión de Christina Hodson, detalla el violento enfrentamiento (no de forma idéntica a las demás Transformers); rompe con la inercia dándole énfasis a lo tragicómico por encima de la colección de lugares comunes llevados hasta la náusea con el rimbombante estilo de Michael Bay, quien dirigió esas cinco películas.
Knight no pierde de vista el entretenimiento. Se sacude la complacencia de las otras: despedaza el molde con eficacia narrativa. Hace vital una franquicia hundida en el lodazal del churro desde su segunda entrega. BumbleBee divierte. Es notable su conversión en cinta híbrida, mezcla de ciencia ficción militar y comedia familiar. La metáfora respecto a la máquina agrada con su poética sobre la velocidad, el metal y la naturaleza humana. Este buen filme supera a los Transformers precedentes.