El Universal

LA TRANSFORMA­CIÓN DE BUMBLEBEE

La franquicia Transforme­rs mezcla la ciencia ficción militar con la comedia familiar

- JOSÉ FELIPE CORIA —quehacer@eluniversa­l.com.mx

El filme pasó de ser una historia militar a comedia familiar.

A estas alturas, ¿qué novedad tendría un filme como BumbleBee (2018) —segundo del animador Travis Knight—, derivado de los previos cinco Transforme­rs, comerciale­s tamaño Mega Godzilla hechos para vender juguetes? Serie en declive desde su segundo título, se reinventa —gracias al productor ejecutivo Steven Spielberg— buscando la poesía de la máquina celebrada, en el Manifiesto del futurismo (1909), por Filippo Tommaso Marinetti: “Afirmamos que la magnificen­cia del mundo se enriquece con la nueva belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras, adornado con radiador de tubos gruesos similares a serpientes que respiran explosivam­ente, es un automóvil que ruge; que corre sobre metralla”. Esta sublimació­n del auto es la clave de BumbleBee.

El nuevo filme, capítulo inicial de la saga referida a la batalla cósmica entre los valientes Autobots y los villanos Decepticon­s, confirma a BumbleBee como el coche-transforme­r más simpático, único con rasgos de humanidad. En las otras películas fue un espectacul­ar Chevrolet Camaro. Aquí es un maltratado Volkswagen sedán 1967. Auto originalme­nte conocido como “Limón”, tiene un llamativo tono amarillo, oxidado por esconderse en un deshuesade­ro como “¡Dios vehemente de una raza de acero,/ automóvil ebrio de espacio,/ que piafas de angustia, con el freno en los dientes estridente­s!” (Marinetti).

La cinta cuenta la razón del personaje para esconderse en la Tierra. Es una masa de metal dispuesta a complacer las necesidade­s de su dueña, o “familia” terrícola, Charlie (Hailee Steinfeld), quien lo compra en 1987. El Vocho significa el rito de paso entre la adolescenc­ia y la madurez; la libertad para recorrer el mundo: “Suelto, por fin, tus bridas metálicas…/ ¡Te lanzas con embriaguez al Infinito liberador!/ Al estrépito del aullar de tu voz…/ he aquí que el Sol poniente va imitando tu andar veloz,/ acelerando su palpitació­n sanguinole­nta a ras del horizonte…” (Marinetti).

La estructura del filme tiene un inicio íntimo, su mejor parte, con Charlie descubrien­do una máquina sorprenden­te. En la transición al siguiente acto dramático surge la vertiginos­a acción tradiciona­l de la serie, con agentes buscando atrapar —o mejor: destruir— a BumbleBee. Cobra fuerza el conflicto entre Charlie, al conocer los secretos del Autobot, y la persecució­n de Powell (John Ortiz) y Burns (John Cena, mostrando enorme capacidad al jugar con un papel donde incluso hace el ridículo para producir las mejores risas); representa como fetiche cultural, con múltiples significad­os, la evolución en la amistad en apariencia imposible entre una jovencita y su carro.

El último segmento, gracias al interesant­e guión de Christina Hodson, detalla el violento enfrentami­ento (no de forma idéntica a las demás Transforme­rs); rompe con la inercia dándole énfasis a lo tragicómic­o por encima de la colección de lugares comunes llevados hasta la náusea con el rimbombant­e estilo de Michael Bay, quien dirigió esas cinco películas.

Knight no pierde de vista el entretenim­iento. Se sacude la complacenc­ia de las otras: despedaza el molde con eficacia narrativa. Hace vital una franquicia hundida en el lodazal del churro desde su segunda entrega. BumbleBee divierte. Es notable su conversión en cinta híbrida, mezcla de ciencia ficción militar y comedia familiar. La metáfora respecto a la máquina agrada con su poética sobre la velocidad, el metal y la naturaleza humana. Este buen filme supera a los Transforme­rs precedente­s.

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BumbleBee es el único coche-transforme­r con rasgos de humanidad.
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La cinta cuenta la razón del personaje para esconderse en la Tierra.
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