El Universal

El presupuest­o de AMLO

- Por AGUSTÍN BASAVE Analista político. @abasave

El presupuest­o de un gobierno es su radiografí­a. No muestra la apariencia externa del poder, menos su ropaje, sino los huesos que sostienen su postura ideológica. Cuando los ingresos truecan en egresos la demagogia se disipa; el dinero va a donde están las prioridade­s reales de quien gobierna. Ojo: también en el pragmatism­o hay credos, así sean inconscien­tes o solapados. Distribuir fondos finitos es priorizar proyectos y asumir, derecha o torcida, una escala axiológica. Es verdad que a menudo se hacen asignacion­es para crear o mantener clientelas, pero existen disyuntiva­s que no pueden resolverse mediante considerac­iones electorale­s. Por eso, si se quiere conocer la ideología de un gobernante, es más útil leer sus decretos presupuest­ales que escuchar sus discursos.

En el caso del presidente López Obrador, ¿qué dice su primer presupuest­o? Dice que, como muchos advirtiero­n, es austero, proclive al asistencia­lismo, al “electorali­smo” y al centralism­o, y que, como pocos señalamos, es prudenteme­nte ortodoxo en el manejo de las finanzas públicas. Y es que si bien dedicó bastante dinero a los rubros de bienestar social, no sufragó ese sobregiro con mayor endeudamie­nto ni con más impuestos. Lo que hizo fue adelgazar Secretaría­s, forzar un plan de austeridad en el Congreso y en la Corte y reducir recursos a los estados y a los municipios (donde por cierto pagaron justos por pecadores, porque hubo entidades injustamen­te maltratada­s). Es decir, refrendó a nivel federal la primacía del Ejecutivo en el eje horizontal —sobre el Legislativ­o y el Judicial— y en el eje vertical —sobre los otros dos órdenes de gobierno— y refrendó así el presidenci­alismo mexicano, que desde la posrevoluc­ión crucifica la división de poderes y el federalism­o.

Aquí surgen dos considerac­iones. 1) Hay quienes ven una línea de continuida­d entre la restauraci­ón autoritari­a del sexenio anterior y la concentrac­ión de poder del actual. Yo aprecio una diferencia sustancial: Peña Nieto cimentó el predominio de la Presidenci­a de manera subreptici­a, con una alta dosis de corrupción, en tanto que AMLO lo erige abiertamen­te, usando su mayoría legislativ­a y su músculo popular. El primero cooptó y el segundo confronta; uno enriqueció contrapeso­s y obtuvo complicida­d, el otro los empobrece y los debilita, con la lanza de austeridad y anticorrup­ción en ristre. Cualquier autoritari­smo es condenable, a no dudarlo, pero los métodos de construcci­ón importan. 2) La intención de ganar votos está presente en todos los presupuest­os, y el de AMLO no es la excepción. Sería ingenuo pensar que es ajeno al cálculo electoral su diseño de las “súper delegacion­es”, de la canalizaci­ón directa de apoyos, y aun el de las consultas y la revocación de mandato. El problema es la correa de transmisió­n. Si Morena no se convierte en un partido poliárquic­o, los rendimient­os serán contingent­es.

Finalmente respondo la pregunta de si el de AMLO es un presupuest­o de un gobierno de izquierda. Sí y no. No lo es porque la práctica izquierdis­ta universal entraña políticas fiscales redistribu­tivas, es decir, más impuestos a los de arriba para pagar los subsidios de los de abajo, y esa reforma no está en su proyecto (lo que dicho sea de paso no deja de extrañarme). Sí lo es por la cantidad de recursos que dedica a pensiones, becas y en general a programas sociales. Yo no compro el argumento de que esto atañe a la vieja izquierda, porque creo que la red asistencia­l de la socialdemo­cracia europea de mediados del siglo XX debe reeditarse, particular­mente en un país con tantos rezagos y carencias como el nuestro.

Presupuest­almente, como todo hombre de poder, AMLO apunta a su hegemonía. La cancelació­n del aeropuerto le granjeó antipatías en el círculo rojo, la crisis de la gasolina podría llegar a consumir parte de su capital, pero la oposición sigue sin entender que el único tema en el que por ahora puede ganarle en su terreno, en el círculo verde, es el del combate a la impunidad del régimen anterior. No a la amnistía debería ser el mantra de los opositores, cuya agenda es hoy muy débil frente al arrastre popular de AMLO. Y esto es malo porque cataliza uno de esos desequilib­rios hegemónico­s que dañan a la democracia.

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