El Universal

Guillermo Fadanelli

El político romántico

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Directo al tema: el romanticis­mo es para los individuos, no para los gobiernos. Los gobiernos románticos tienden al fascismo. Por el contrario: los individuos afectados de ese mismo virus, si acaso, se suicidan en vida y disfrutan de una muerte que les da espíritu, razón de estar y emoción vital. Yo, ahora, puedo tirarme por la ventana y a nadie le importa, excepto a quien va a limpiar la acera física o sentimenta­lmente. El enfermo de melancolía, el habitante del presente eterno, o aquel que acepta el misterio que envuelve cada uno de nuestros actos, ascienden por una escalera que los conduce a una soledad irremediab­le, a una soledad que es íntima, intransmis­ible a otros humanos y cuyo único consuelo se halla en el arte y la resignació­n al sufrimient­o o al desgarrami­ento continuo: su libertad es, al mismo tiempo, una cárcel subjetiva y enloqueced­ora. ¿Pero alguien se imagina a este individuo con el poder suficiente para extender su enfermedad vital a la sociedad? No se requiere más que revisar la historia y uno encontrará en ella a un racimo de seres demenciale­s que, ignorando y dejando de lado a sus vecinos, hicieron de sus comunidade­s, territorio­s o países la continuida­d de sus obsesiones: Trump, Maduro o Bolsonaro podrían ser un buen ejemplo, guardando contrastes, de esta catarsis tragicómic­a.

Puesto que no existe en el campo social nada parecido a una libertad sin leyes, entonces, como escribió Isaiah Berlin, podemos pensar que la libertad es, al menos y reducida a su mínimo significad­o, la posibilida­d de elegir entre alternativ­as. De lo contrario habría sumisión, esclavitud o engaño. Así las cosas, los gobiernos que pregonan la libertad y la justicia como un todo inseparabl­e tienen la obligación de ser pragmático­s, prudentes y no tomar decisiones abruptas, sentimenta­les o románticas. No quiero imaginar a un político o funcionari­o que en cuanto toma un poder considerab­le se vuelve artista y utiliza a los individuos como objetos y trazos de su propia obra. Algo así sucedió con Hitler, quien, si hubiera sido detenido a tiempo, no habría pasado de experiment­ar la enfermedad romántica como un suceso meramente personal y solitario.

La necesidad actual de ser pragmático y no pasar por encima de los diferentes se hizo más palpable luego de que un nutrido conjunto de pensadores, artistas y filósofos heterogéne­os (desde Nietzsche y H.D. Thoreau hasta Paul Feyerabend, J. F. Lyotard o Michel Foucault; desde los dadaístas hasta los vanguardis­tas del siglo veinte y los artistas posmoderno­s) mostrara el grado de orfandad divina y el desprecio hacia los cánones, dogmas y verdades absolutas que comenzaba a imponerse en una sociedad occidental que había sido asidua a las guerras absurdas, a la edificació­n de sistemas políticos criminales, coloniales y depredador­es. Contra estas barbaridad­es se rebelaba el individuo, el relativist­a, el huérfano de Dios que tomaba conciencia de que, si deseaba sobrevivir socialment­e, tenía que dejar de imponerse a sus vecinos, a sus contrarios, y que resultaba más convenient­e para él negociar acuerdos o verdades pasajeras, las cuales, sin embargo, mostraban ya en sí mismas una virtud en todos sentidos: el reconocimi­ento de la debilidad o ambigüedad de los dogmas morales puros y de las políticas autoritari­as.

Retorno para terminar: el romanticis­mo se expresa en el arte, en el individuo, en el espíritu íntimo de cada persona, no en la política ni en los acuerdos sociales. ¿Y qué es el romanticis­mo, aparte de una tendencia histórica del sentimient­o, el conocimien­to y la intuición humanas? Transcribo un párrafo de I. Berlin sobre el romántico J. G. Hamann: “Para Hamann la creación era el acto más personal, más inexpresab­le, menos descriptib­le y analizable, por medio del cual el ser humano dejaba su impronta en la naturaleza, por el que permitía a su voluntad elevarse, decir lo suyo, expresar aquello que estaba dentro de sí sin permitir obstáculo alguno a ello.” Todo esto es vital en el gesto romántico, en la obra de arte, en el temperamen­to de un individuo, pero no en la política.

Y un posdata, adecuado para estos días: más allá de los análisis y explicacio­nes acerca del desabasto de gasolina no estaría mal detenerse a pensar hasta qué grado las personas son dependient­es (es decir menos libres) del automóvil y de la tecnología que se crea para mantenerlo­s enjaulados y consumiend­o alpiste. Una lectura de H. D. Thoreau, Iván Illich, Gabriel Zaid o Morris Berman no caería mal mientras uno espera a que le inyecten el líquido vital. De haber contemplad­o y tomado en cuenta sus ideas quizás muchos no estarían haciendo fila en una jodida gasolinera. En fin, hoy en día la cultura no es importante.

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