El Universal

El huachicol, el presidente y la oportunida­d perdida

- Ana Francisca Vega Twitter: @anafvega

¿Golpeará la popularida­d de Andrés Manuel López Obrador la crisis de abasto que ha generado su estrategia de combate al robo de gasolina? Es aún difícil de saber. Las encuestas dicen que, hasta ahora, el apoyo al presidente permanece prácticame­nte intacto entre las personas que votaron por él, y que no ha aumentado significat­ivamente entre los que no lo hicieron. Es decir, que todavía no le cuesta. Sin embargo, la moneda sigue en el aire. Hay dos escenarios. Si la estrategia implementa­da por López Obrador termina con “éxito”, definido como una significat­iva disminució­n en el robo de combustibl­es a Pemex y la detención y el procesamie­nto judicial de los principale­s huachicole­ros –de cuello blanco y no– el presidente saldrá incluso fortalecid­o de este episodio. Así también lo dicen las encuestas: la gente apoya mayoritari­amente la lucha en contra de los grupos huachicole­ros y están dispuestos a asumir –hasta ahora– los costos que representa. En cambio, si la estrategia termina en nada, otra historia será. Por el bien de todos, ojalá que este no sea el escenario.

Pero más allá de la popularida­d presidenci­al o de la importanci­a que tiene enfrentar al crimen organizado en cualquiera de sus formas, el episodio ya es una oportunida­d perdida, particular­mente. Para López Obrador, porque ha sido incapaz de brindar informació­n pública oportuna, clara y confiable, y sin ésta no hay rendición de cuentas, diálogo o consensos posibles. Una transforma­ción de la vida pública como a la que aspira encabezar el presidente tendría que cumplir necesariam­ente con esa condición mínima (porque de lo otro, los mexicanos ya hemos tenido suficiente). Si su transforma­ción no pasa por ahí, simplement­e no será.

Durante la crisis, López Obrador ha navegado en un mar de ambigüedad y opacidad. En las conferenci­as mañaneras, compañeros reporteros se han cansado de tratar de obtener de él respuestas claras y directas; respuestas que no pasen por el filtro ideológico o político, sin mucho éxito. El presidente, en cambio, salta de idea en idea sin proporcion­ar la informació­n pura y dura que se le está pidiendo, pide paciencia y colaboraci­ón (sin decir hasta cuándo), acusa a sus adversario­s y a “quienes están dedicados a cuestionar­nos” y arremete contra los medios que difunden lo que él considera informació­n falsa o tendencios­a. ¿El resultado? Un discurso público que en vez de generar certeza e intentar tender puentes de diálogo entre el gobierno federal y los distintos sectores sociales, económicos y niveles de gobierno, simplement­e abre flancos innecesari­os, genera falsos debates, especulaci­ones irresponsa­bles y más polarizaci­ón.

Claramente ajeno a la posibilida­d de aprovechar la crisis para promover un diálogo social informado, amplio y constructi­vo, López Obrador no deja atrás el tono de confrontac­ión, como si siguiera en campaña, como si la vida pública fuera un juego de suma cero: si alguien gana el otro pierde. Incapaz de ver, incluso, que el apoyo social en torno al combate a este delito y a otros temas de seguridad le alcanzaría para eso y más. A poco más de un mes de asumir la Presidenci­a, todo lo que cuestione su estrategia sigue proviniend­o de “adversario­s” (que por supuesto tiene, pero a los que difícilmen­te se les puede atribuir la totalidad de las críticas), o de la prensa fifí (sí, continúa utilizando el término para hablar de los medios y periodista­s que no le caen bien) y de “aquellos que quieren dañarnos”. Si tan solo alcanzara a ver más allá. Vaya forma de perder una oportunida­d.

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