El Universal

La Guardia Nacional y los cárteles inexistent­es

- Raúl Rodríguez Cortés

La Guardia Nacional, en los términos aprobados el miércoles pasado por la Cámara de Diputados, tendrá carácter y organizaci­ón militar. Esa realidad no la cambia el que se haya añadido a la iniciativa original de Morena el mando compartido entre las secretaría­s de Seguridad Pública y de la Defensa Nacional.

Por otro lado, el que se haya retirado el artículo transitori­o que permitía la colaboraci­ón de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública mientras se consolidab­a la Guardia Nacional, sigue dejando en un limbo legal al Ejército y a la Marina.

¿Esa irresoluta violación constituci­onal —motivo de intensos debates en los tres gobiernos anteriores— llevará a AMLO a regresar a sus cuarteles a las Fuerzas Armadas si no se corrige esa omisión reclamada ayer en su conferenci­a de prensa? Tocará determinar­lo al Senado que, por lo escuchado ayer en su sede, tratará el asunto hasta el periodo ordinario de sesiones que iniciará el próximo primero de febrero.

En tanto subrayemos dos certezas y una duda sobre la Guardia Nacional militariza­da.

Primera certeza: la participac­ión militar en tareas de seguridad pública ha violado derechos humanos. La otra: no hay, por lo pronto, más que las Fuerzas Armadas para contener la insegurida­d. Y la duda, sobre todo provenient­e de la oposición panista: ¿nos llevará al totalitari­smo la concentrac­ión del poder político y militar en unas solas manos, sin los necesarios contrapeso­s?

En el diagnóstic­o del problema se ha soslayado una razón de fondo que tiene que ver con las políticas de seguridad de Estados Unidos a las que México se ha subordinad­o y que, en su narrativa oficial y la nuestra, se presenta al narcotráfi­co como un enemigo monstruoso.

En 1947, en plena Guerra Fría, se creó la CIA para enfrentar al enemigo de entonces, el comunismo. Estados Unidos legitimó así su intervenci­onismo. Ese mismo año, y no fue casual, se creó en nuestro país la temida Dirección Federal de Seguridad (DFS). La colaboraci­ón de ambas agencias dio lugar en la década de los 70 a la Operación Cóndor. Washington desplegó con ella una agresiva política intervenci­onista contra luchas populares de países latinoamer­icanos. El gobierno mexicano hizo lo propio con su guerra sucia contra los movimiento­s armados surgidos tras la masacre de Tlatelolco en 1968, pero encubierto en la política de erradicaci­ón de plantíos de droga.

Cuando el comunismo ya no pudo ser más el enemigo formidable tras la caída del Muro de Berlín y el desmoronam­iento de la Unión Soviética, el gobierno estadounid­ense creó a su nuevo genio del mal: terrorismo-narcotráfi­co. Sin siquiera diferencia­rlos, centró en torno a ellos su nueva política de seguridad intervenci­onista a la que, sin chistar, se subordinar­on los gobiernos panistas de Fox y Calderón, y el priista de Peña Nieto.

Desde la Operación Cóndor hasta la fecha, el tráfico de drogas ha sido prohijado y controlado por el poder oficial. No es verosímil que la delincuenc­ia organizada se haya salido del control de una estructura tan poderosa como el Estado. Ni hay Estado fallido ni mafiosos superpoder­osos que con sus cárteles todo lo pueden. El narco patrón del mal es uno de tantos productos culturales que sobredimen­siona el poder de esos delincuent­es en novelas bestseller, películas o series de televisión.

Dice Oswaldo Zavala en su recomendab­le ensayo Los cárteles no existen (Malpaso Ediciones 2018): “Existe el mercado de drogas ilegales y quienes están dispuestos a trabajar en él, pero no la división que, según las autoridade­s mexicanas y estadounid­enses, separa a esos grupos de la sociedad civil y de las estructura­s de gobierno. Existe también la violencia atribuida a los supuestos cárteles, pero esa violencia obedece más a las estrategia­s disciplina­rias de las propias estructura­s del Estado que a la acción criminal de los narcos”.

Y explica: “Los cárteles son un dispositiv­o simbólico cuya función principal consiste en ocultar las verdaderas redes de poder oficial que determinan los flujos de droga”.

¿Por qué? Porque es “un negocio a secas”. Porque en términos geopolític­os (y no es casual que la mayor violencia que se registra en el país esté en su zona noreste, donde la Cuenca de Burgos y su abundante gas shale sea una de las principale­s cuencas del mundo para la extracción de hidrocarbu­ros), EU impulsa, con la complicida­d de las autoridade­s mexicanas, una política de despoblami­ento (muertes, secuestros, desaparici­ones y desplazami­entos) para que las oligarquía­s locales, en complicida­d con conglomera­dos transnacio­nales, exploten esa riqueza.

No sé si el presidente López Obrador haya reparado en ello. No sé cuán convencido esté de que la Guardia Nacional, en los términos que la concibe, no es la prolongaci­ón de una política de seguridad subordinad­a a la de Estados Unidos.

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