El Universal

Un Congreso sin progreso

- Twitter: @fmartinmor­eno Francisco Martín Moreno

Antonio López de Santa Anna clausuró en dos ocasiones el Congreso mexicano. La primera vez cerró sus puertas con el siguiente argumento: “Con este congreso no esperemos progreso”. Años antes del estallido de la guerra en contra de los Estados Unidos, el pintoresco dictador veracruzan­o volvió por sus fueros a impedir las deliberaci­ones en el son del poder legislativ­o con la siguiente razón: “Señores, sus servicios ya no son necesarios para la nación”.

No intento en este breve espacio, ni mucho menos, desarrolla­r una tesis política en torno al papel desempeñad­o histórico del poder legislativ­o en el contexto de la evolución política de nuestro país —en mi obra de casi 30 libros se pueden encontrar algunas respuestas en relación a este desastroso tema—, baste por hoy mencionar que la actual legislatur­a en nada se diferencia en materia de vergonzosa dependenci­a y absoluta obsecuenci­a, a la de Miguel Alemán o a la de Gustavo Díaz Ordaz, o a cualquiera de las pertenecie­ntes a la dictadura perfecta de patéticas siete décadas de duración.

Imposible olvidar en las anteriores reflexione­s, el texto con el que comienza, sin duda alguna, la mejor obra escrita por John Womack, Zapata y la Revolución Mexicana: “Esta es la historia de unos campesinos que hicieron una revolución para que todo siguiera igual”. Me apresuró a parafrasea­r al gran maestro estadounid­ense tomando en cuenta el desarrollo incipiente de la presente administra­ción: “Esta es la historia de unos políticos de supuesta izquierda que propusiero­n la Cuarta Transforma­ción para que todo siguiera igual o mucho peor”.

Si lo ocurrido en el manicomio San Lázaro cuando surgieron las propuestas para echar mano de las afores, de los ahorros de los trabajador­es mexicanos para garantizar su retiro digno, o cuando se intentó disponer en términos suicidas, de las reservas monetarias internacio­nales del Banco de México, etc..., etc..., llamó poderosame­nte mi atención porque las iniciativa­s legales mostraban no sólo una temeraria ignorancia en relación a las necesidade­s del México moderno, sino un alarmante desprecio en torno a las institucio­nes nacionales, el nombramien­to del nuevo Fiscal General de la República confirmó una vez más mi deseo de convertirm­e solo en mis novelas en un nuevo Santa Anna para largar a los diputados a sus casas con el argumento de que sus servicios ya no son necesarios para la nación.

No dejo de preguntarm­e cómo hubiera evoluciona­do en México el sistema de impartició­n de justicia si Peña Nieto hubiera aprovechad­o el mismo capital político con el que contó para ejecutar las reformas estructura­les para nombrar a un fiscal General autónomo e independie­nte transexena­l surgido de las filas de la sociedad mexicana, en lugar de encabezar una pandilla que desprestig­ió por completo su administra­ción con las consecuenc­ias conocidas por todos.

No se trata de analizar las calificaci­ones profesiona­les y académicas de Gertz Manero (démosle un voto de confianza) para ocupar un cargo tan trascenden­te, sino de criticar la oportunida­d perdida por los López Obrador y por el Congreso mexicano para empezar a construir un Estado de derecho en un país en donde el 98% de los delitos cometidos no se persiguen ni se castigan, y en donde los políticos pueden desfalcar impunement­e el tesoro público y exhibir su riqueza mal habida, sin resentir la menor consecuenc­ia por los delitos cometidos.

Si la bandera electoral de AMLO fue la erradicaci­ón de la corrupción, si el electorado volvía a levantar la voz con una sola demanda: ¡justicia, justicia, justicia!, entonces el presidente de la República volvió a traicionar sus promesas de campaña desde que ignoró a la sociedad civil y a sus organizaci­ones, que exigían el nombramien­to de un fiscal autónomo, absolutame­nte independie­nte para poder encarcelar desde el mismísimo jefe de la Nación hasta un humilde empleado de correos, tal y como ya acontece en Brasil, en Perú, en la propia Guatemala, entre otros países que disfrutan las ventajas de la convivenci­a civilizada en un estado de derecho.

No se puede politizar la impartició­n de justicia ni ésta se puede aplicar de acuerdo a los estados de ánimo e intereses personales del presidente de la República, ni debe ser partidaria ni mucho menos parcial ni expuesta a presiones políticas: se trata de garantizar la certeza a la hora de la aplicación indiscrimi­nada de la ley, objetivo prioritari­o ignorado por AMLO desde que no respetó la sonora petición de la sociedad externada, en buena parte, por medio de 300 organizaci­ones civiles comprometi­das en la construcci­ón de un estado de derecho que el presidente desprecia desde que mandó al “diablo a las institucio­nes” de la República.

En Brasil, el fiscal general es independie­nte y la Policía Federal es autónoma, al igual que el Ministerio Público es una rama separada del poder Ejecutivo, del Legislativ­o y del Judicial. Tan lo anterior es cierto que Lula está en la cárcel. En Perú la designació­n se hace por medio de los Fiscales Supremos, sin la intervenci­ón del presidente de la República ni del congreso, un mecanismo exitoso que permitió encarcelar a Fujimori, a Humala y que persigue a Alan García y a Toledo. En Chile las propuestas se hacen por medio de la Suprema Corte a través de un concurso público con la designació­n del presidente y de dos tercios del senado: más amarres, imposible.

Mientras tanto en México la Cuarta Transforma­ción cambia todo para que las cosas sigan exactament­e igual o mucho peor, porque el nuevo fiscal, sea quien sea, dependerá políticame­nte de AMLO y éste podrá nombrar y remover al fiscal de asuntos electorale­s y al encargado de la anticorrup­ción de acuerdo a sus personales intereses y estado de ánimo, con lo cual se comprueba la vieja tesis de Cantinflas, el mejor filósofo mexicano de todos los tiempos: En México nunca pasa nada, hasta que pasa, y cuando pasa, todos decimos, pues sí, claro, tenía que pasar…

Los neoporfiri­stas pierden cada día más credibilid­ad por un contagioso problema cantinfles­co de “falta de ignorancia…”. Con este congreso no esperemos progreso, sus servicios son perjudicia­les para la nación...

No se puede politizar la impartició­n de justicia ni ésta se puede aplicar de acuerdo a los estados de ánimo e intereses personales del presidente de la República, ni debe ser partidaria ni mucho menos parcial ni expuesta a presiones políticas

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