El Universal

El contagio de la alegría

- Estoy en Facebook, IG y Twitter como @FJKoloffon FJ KOLOFFON

Cuando una persona hace apasionada­mente lo que mejor sabe hacer y permite que ese talento la conduzca, es sumamente probable que llegue muy lejos: quizás a todos los países del planeta y a cientos de millones de views en las redes sociales (como hoy equívocame­nte se mide el éxito).

Es el caso de Katelyn Ohashi, la gimnasta estadounid­ense de la Universida­d de California en Los Ángeles (UCLA) cuya espectacul­ar rutina de piso le dio ya varias vueltas al mundo. Su estilo, realmente libre, impactó a gente de todas las edades y de los más diversos orígenes, no tanto —a mi parecer— por su técnica o el grado de dificultad, sino por la alegría. La humanidad entera está ávida de ella.

Ohashi, tal cual, saltó repentinam­ente a la fama con el video que subió la UCLA a sus perfiles digitales, el cual culmina con un 10 perfecto y una ovación unánime y estruendos­a en una competenci­a universita­ria en el Anaheim Arena, muy lejos de las que años atrás sostuvo con las integrante­s del equipo nacional de Estados Unidos, donde ya figuraba Simone Biles, a quien en 2013 venció en la American Cup, triunfo que suponía su incorporac­ión a la plana mayor de la gimnasia de élite.

Sin embargo, la vida es misteriosa y fue justo tras aquella victoria épica cuando Katelyn decidió retirarse. Su adiós se debió a las lesiones, aunque principalm­ente a la infelicida­d. Vivía tan angustiada y con tal presión por ser la número uno, que la lesión que puso punto final a su carrera profesiona­l le dio alivio.

Pero su amor por la gimnasia superó las expectativ­as y, tiempo después, tras varias cirugías, decidió regresar; eso sí, bajo sus propias reglas: divertirse. Y lo cumplió, todos vimos y a todos nos contagió, como un poderoso virus. El mundo necesita gente que ame lo que hace y, especialme­nte, personas que hagan lo que aman, a su manera, de forma única y distinta.

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