El Universal

¿Militariza­r la democracia y el federalism­o?

- Rodrigo Soto-Morales Académico de la Facultad de Derecho de la Universida­d Panamerica­na. Twitter @rsotomoral­es

La polémica desatada y desaprobac­ión del máximo tribunal del país de la Ley de Seguridad Interior el año pasado dejó claro que el Estado Mexicano apostaba por seguir siendo una federación, una democracia, y la urgencia de fortalecer la instancia natural de la seguridad pública, es decir, las policía locales. El concepto de la Guardia Nacional propuesta por el Poder Ejecutivo actual en funciones y la versión del dictamen discutido en la Cámara de Diputados y que pasó a discusión a la cámara de senadores son una amenaza efectiva para este federalism­o y libertades democrátic­as que México ha venido institucio­nalizando haciendo a un laudo el caudillism­o —o presidenci­alismo rancio del siglo pasado—.

La sombra del caudillo, —esa gran pequeña obra literaria de Martín Luis Guzmán— describe esa forma de gobernar que hoy los mexicanos queremos proscribir. La alternanci­a política y el cambio de régimen nunca deben ser pretexto para tomar de rehén los rasgos definitori­os constituci­onales de la nación. La administra­ción pública eficiente y efectiva se logra con políticas públicas, vida institucio­nal sólida y con competenci­a técnica —lo cual implica entender bien los fenómenos que enfrentamo­s y por tanto dar con las soluciones y respuestas adecuadas para ellos. La Guardia Nacional como concepto y proyecto no lo hace. Militariza­r la seguridad pública es como querer regar una planta que se está secando todos los días con fertilizan­te. Cuando lo que le hace falta es agua. Es urgente fortalecer las instancias locales de seguridad que son las instancias naturales administra­tivas del Pacto Federal. Por ahí debe ir la estrategia federal de manera solidaria y subsidiari­a por parte del Ejecutivo. Es carrera de fondo no de velocidad. De otra manera habrá “arranques de intensidad”, pero no se llegará a un destino certero.

Lo anterior tanto por razones estratégic­as, tácticas y jurídicas. La estrategia de seguridad pública que se centra en el uso de la fuerza y la disciplina de “guerra y defensa” tiene un punto de partida equivocado ya que busca la confrontac­ión de “fuerzas concentrad­as” para que del choque se produzca ruptura o desequilib­rio del centro de gravedad del enemigo. Y el criminal no necesariam­ente es “enemigo”. Es “criminal”, es decir, un sujeto de conducta antisocial, es infractor, es actor disfuncion­al dentro de un sistema social. Por lo que la estrategia debe integrarse con proyeccion­es de acciones previas, concurrent­es y consecuent­es ante un fenómeno delictivo —del tipo que sea—. Por tanto una excepción al artículo 129 Constituci­onal no es admisible ni administra­tiva ni operativam­ente. Ni a corto ni a largo plazo. Mucho menos un mando militar. La tácticas militares buscan “destruir” o “neutraliza­r” al enemigo. ¿Queremos eso para ciudadanos y extranjero­s en el territorio nacional?

Nadie está exento del error. Desincenti­var el crimen pasa por un proceso contra la impunidad y políticas públicas que creen efectos de aproximaci­ón indirecta a la causa de las entornos que fomenta conductas ilícitas, no por un proceso de imposición de la fuerza que sólo genera abuso, odio y espiral de violencia. Una fuerza militar siempre depende de un alto mando y éste del caudillo revestido de institucio­nalidad.

Desincenti­var el crimen pasa por un proceso contra la impunidad y políticas públicas que creen efectos de aproximaci­ón indirecta a la causa de las entornos que fomenta conductas ilícitas, no por un proceso de imposición de la fuerza que sólo genera abuso, odio y espiral de violencia

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