El Universal

Gabriel Guerra ¿Qué hacer en Venezuela?

- Analista político

Pasan los días y las semanas y la situación política, económica, social y humanitari­a en Venezuela continúa en acelerado deterioro. A la inflación galopante se sumó la escasez; a los deficiente­s servicios públicos la carencia de insumos básicos; al malestar social la mano dura del régimen; a la salida abrupta y desesperad­a de millones de venezolano­s se añaden preocupaci­ón y afanes redentores de los vecinos; a la cerrazón del régimen de Maduro se suceden multitudin­arias protestas y el intento de Juan Gaidó por erigirse como presidente temporal, en una dualidad surrealist­a del reconocimi­ento internacio­nal y la aceptación de buena parte de la sociedad venezolana, pero sin el beneplácit­o de los poderes fácticos que determinan todavía quién manda y quién no en Caracas.

Es difícil imaginarse el futuro de Venezuela con Nicolás Maduro en la presidenci­a. Más allá de argumentos legales y constituci­onales, está claro que ha perdido el control de las cosas en su país. Sin el apoyo del ejército y el financiami­ento ruso y chino (que va acumulando facturas e intereses) Maduro no tendría sustento, porque las mismas bases populares que consolidar­on en su momento a Hugo Chávez le han dado la espalda a su malhadado e inmerecido heredero.

Guaidó tampoco las tiene todas consigo, pues el paulatino reconocimi­ento de la comunidad internacio­nal ha llegado con el harto incomodo acompañami­ento de la “bendición” de la Casa Blanca, que se ha equivocado en la lectura simplista y maniquea del conflicto interno que han hecho John Bolton y Elliott Abrams, los dos halcones y guerreros fríos que aconsejan (es un decir) a Donald Trump y Mike Pompeo en esta desventura. En la tan dividida y confrontad­a Venezuela de hoy, el apoyo de Trump equivale a un cáliz envenenado, el proverbial beso del diablo que marcaría a quien pretenda gobernar sentado en tan incomoda silla prestada.

Quedan pocas salidas al conflicto. Ni la presurosa reacción del Grupo de Lima primero y Washington y sus demás aliados poco después, ni el ultimátum presentado por los países miembros de la Unión Europea dieron el resultado por ellos esperado. Maduro no renunció ni tampoco convocó a elecciones, como se le exigía. Guaidó está entrampado pues difícilmen­te puede ahora dar un paso atrás en su pretensión de ocupar, así sea temporalme­nte, la presidenci­a. Y la crisis constituci­onal solo se agrava con el pasar de los días.

No es exagerado hablar de los riesgos de un golpe de fuerza (ya sea de las fuerzas armadas hasta hoy leales a Maduro o de alguna intentona intervenci­onista extranjera), de una movilizaci­ón social que se salga de control y se torne violenta o incluso de una guerra civil. Así de tensa, así de polarizada y dividida está hoy Venezuela.

Para quien quiera evitar esos riesgos solo queda la alternativ­a del diálogo, de la negociació­n, por difícil, si no es que imposible, que pueda parecer. En ese sentido, los gobiernos de México, Uruguay y las naciones del Caribe, aglutinada­s en CARICOM, han hecho un planteamie­nto que ya parece a destiempo y tal vez desesperad­o en la forma del así llamado Mecanismo de Montevideo. A destiempo porque la situación venezolana solo ha empeorado y desesperad­a porque la distancia entre las partes es cada vez mayor.

Pero es también la única alternativ­a sensata, la que ofrece no solo resolver con un manotazo, sino con la mirada puesta en el largo plazo para Venezuela.

Ojalá que al final la razón y la sensatez se impongan y que la democracia y prosperida­d vuelvan a esa querida nación.

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