GREEN BOOK, MADURA Y CRÍTICA
Una película intensa y conmovedora que aborda con sensibilidad el tema del racismo.
El símbolo clave en Green book:
una amistad sin fronteras (2018) —primer filme en solitario del comediógrafo Peter Farrelly, tras 12 de humorismo rudo y crudo junto a su hermano Bobby—, es la guía a que alude el título, fundamental para que sobreviviera cualquier afroamericano cuando, entre los años 1930-1960, recorría el sur de EU, región donde el racismo con impune agresividad estaba a la orden del día.
La original historia escrita con fuerza por Farrelly, Brian Currie y Nick Vallelonga, se basa en la vida real del padre de este último, Tony Lip Vallelonga (Viggo Mortensen notable), quien trabajó como sacaborrachos en bares, pero fue el chofer del doctor en música Don Shirley (Mahershala Ali extraordinario), para múltiples compromisos artísticos en esa zona de EU donde era fácil toparse con el desprecio y no con la aceptación.
Esta crónica contra la segregación racial hace un vívido retrato de Shirley (1927-2013), caso fuera de serie en la historia musical estadounidense. De sólida formación clásica; virtuoso, por ejemplo, al interpretar el Concierto para piano número uno de Chaikovski; compuso sinfonías, cuartetos y conciertos, obras de refinado estilo donde recurría al jazz, género por el que mejor se le recuerda, debido a que dejó bastantes testimonios discográficos. Hombre de gran inteligencia, creía en el poder de la cultura para transformar las mentes y los corazones.
Las cintas inspiradas en la vida real rara vez están ciento por ciento apegadas a los hechos narrados. Pero la licencia poética que se toman para hacer agradable o comercial su propuesta a
veces da en el clavo, volviendo su esencia más interesante y profunda. Es el caso de Green Book.
Aunque, al decir de los herederos de Shirley, la anécdota no parece apegada a la realidad, Farrelly entendió la sustancia del tema: cómo presentar lo que Shirley pretendió hacer con la cultura. Así, su visión de dos hombres diferentes, en un ambiente socialmente hostil, es devastadora.
Utilizando la conocida estructura de “película de carretera”, los personajes recorren diversas ciudades, en un asfixiante automóvil como símbolo de su búsqueda metafísica de igualdad y justicia. Farrelly entrega una cinta madura y crítica (lo confirman sus cinco nominaciones al Oscar), porque le rinde homenaje a gente como Shirley ante los agravios sufridos a lo largo de la historia. Farrelly muestra exquisita sensibilidad para hacer una película intensa y conmovedora. De lo mejor del año.
Con Cafarnaúm: la ciudad olvidada (2018), tercer filme de la brillante actriz, guionista y directora Nadine Labaki, por segundo año consecutivo el cine libanés obtiene la nominación al Óscar en el rubro de Mejor película extranjera.
Esta crónica neorrealista, similar en impacto emocional y comentario político a las destacadas clásicas, El limpiabotas
(de Sica) y Alemania año cero (Rossellini), cuenta como el niño Zain (Zain al Rafeea) es obligado por las circunstancias a actuar como adulto. Labaki se interna, sin sentimentalismos ni concesiones, por una circunstancia callejera, compleja, para hacer una denuncia insólita que explica la violencia del día a día.
Dramáticamente este filme es una bofetada que llama la atención sobre cuán vulnerable es la infancia en Beirut, territorio de pérdida irremediable, que lastima niños tan desprotegidos como Zain recorriendo calles, idénticas a postales del infierno, al lado de un bebé. Cafarnaúm es un espléndido, seco y magistral melodrama social.