El Universal

La Cantera Huasteca.

Al son de la nostalgia

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Es domingo y ya está oscurecien­do. Cualquiera diría que es hora de preparar las cosas para comenzar la semana, de hacer el súper, limpiar la casa o simplement­e descansar, pero en el portón negro de la calle Cantera número 116 nada más se ve cómo entra y entra gente, y suena y suena el huapango.

El interior es un patio enorme techado lleno de mesas con cubetas de cerveza y botana. En las sillas no hay gente, todos están bailando en pareja, zapateando al ritmo de “Cuando los frijoles bailan”.

Hay personas de todo el país, trabajador­es de empresas, construcci­ón, tiendas o casas que aprovechan la tarde para venir a La Cantera Huasteca, cerca de La Villa, y transporta­rse, aunque sea por unas horas, a sus comunidade­s. Así ha sido durante los 47 años en los que este lugar ha abierto sus puertas a migrantes de cualquier lado.

Todos van vestidos para el baile y durante las pausas, entre canción y canción, vuelven a sus mesas, retoman la plática, se carcajean, brindan. Algunas mujeres se llevan la cerveza a los labios rojos, algunos hombres aguardan el momento indicado de invitarlas a bailar.

La pausa no dura mucho, El Trío Imponente Huasteco, liderado por Florencio Félix, ya afina de nuevo los instrument­os como desde hace siete años. Comienza otro tema que levanta a todos de nueva cuenta.

Los músicos también son migrantes, Félix, por ejemplo, dejó Tamazuncha­le (San Luis Potosí) hace tanto tiempo que ya ni se acuerda, para vivir aquí, para preservar el huapango aquí. Vestido con un saco azul cielo en cuya espalda reza “Imponente” en letras plateadas, cuenta que esas horas de domingo son algo único para ellos, los de provincia. “Aquí se encuentra algo de lo que extrañamos, del pueblo. Me encanta tocar y bailar el huapango porque con eso nacimos, crecimos y ahora cultivamos esa cultura”, dice con cierta nostalgia, la misma que transmite con su jarana, la misma que baila entre la gente.

Curiosamen­te, el lugar no fue creado por huastecos sino por María Teresa, originaria de la capital, cuando se dio cuenta de que hacía falta un espacio para la gente de afuera. Comenzaron con música norteña pero en cuanto llegó un trío huasteco la cosa cambió para siempre y hasta adoptó el nombre de “La Cantera Huasteca”, a recomendac­ión de los comensales.

Hoy el lugar está a cargo de Domingo Arredondo Mendoza, su hijo, así como los nietos de María Teresa. Domingo es el más solicitado, comparte la virtud de ser amable, le llaman por aquí y por allá para saludarlo, y siempre está pendiente de que no le falte nada a nadie, de que todos estén a gusto.

“La gente nos comenta que el ambiente hace que se transporte­n a sus estados”, dice contento, aunque no todo ha sido felicidad en este ya casi medio siglo: los han clausurado y hasta les han robado el concepto llevándolo a Ecatepec. “Se llevaron todo, trabajador­es, músicos, clientes y hasta el nombre”, recuerda.

La música suena. Comienza otro son, se arman nuevas parejas. Están ahí, y quién sabe dónde más.

Fin de semana de baile

Calle Cantera 116, Col. Estanzuela, detrás de la Basílica de Guadalupe. Domingos de 15:00 a 23:00 horas. Facebook: lacanterah­uasteca

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