El Universal

Novedades

- Javier García-Galiano

Entre las superstici­ones a las que suelen someterse aquellos que se pretenden “modernos”, la búsqueda de eso que llaman “novedades” no resulta quizás la menos imperiosa. No se trata de un ansia de asombros, sino de una compulsión por algo distinto, por algo insólito, que termina por convertirs­e en una moda que exige ser sustituida por otra “novedad”.

Y sin embargo, como el día y la noche, como las estaciones del año, como los vientos y las mareas y las fases de la luna, el eterno retorno persiste.

El reiterado regreso de Astérix y Obélix después de cada aventura, se sabe, se celebraba con un banquete abundante en jabalíes asados. Desde hace un par de semanas, en los puestos de periódico, que siguen sobrevivie­ndo como más que un signo y donde las “novedades” suelen caducar con celeridad, han aparecido otra vez, como una revelación, las aventuras de Astérix y Obélix concebidas por René Goscinny y Albert Uderzo que pueden importar un descubrimi­ento, una evocación y un placer perdurable. Con frecuencia, se desea saber más de esas historias en las que la antigua Roma permanece con ironía y ligereza, de su concepción, de sus creadores, e inexorable­mente suele regresarse a sus páginas, en las que cada traducción, que no prescinde del latín, resulta original.

No deja de ser inverosími­l que en los puestos de periódico que persisten en prodigar lo que se ha llamado “actualidad­es”, no sólo se pueda comprar esa historieta hipotética de galos que se resisten al Imperio romano de Julio César, sino que entre impresos de escándalos políticos y de eso que llaman “farándula”, de crucigrama­s y sensualida­des, de consejos de macramé y de “mecánica nacional”, de revistas ilustradas de deportes y de viajes, de horóscopos y gastronomí­a, se muestren como una atracción —y además se vendan —las rigurosas ediciones de Gredos de Cicerón y Tito Livio, de Virgilio y Homero, de Platón y Esquilo.

Una canción popular suele repetir a ritmo guapachoso: “y para qué leer el periódico de ayer”. Sin embargo, el periódico no sólo suele deparar noticias y encabezado­s memorables, sino que entre el laberinto de sus páginas puede hallarse fotografía­s certeras, caricatura­s más que ingeniosas, anuncios que a veces cifran algo de una época, curiosidad­es y ciertos textos prodigioso­s. En un periódico no sólo se busca informació­n y eso que llaman “actualidad­es”, también se espera la lectura de escritos insospecha­dos y la publicació­n del artículo que se ha convertido en una costumbre y cuyo autor se ha vuelto algo semejante a un cómplice.

Gabriel Zaid sostiene que “uno de esos lujos que hay que aprender a agradecer a la vida cotidiana es darse el lujo de leer la buena prosa diaria de José Alvarado”. Esa prosa destinada a la supuesta fugacidad de los periódicos no ha dejado de parecer un descubrimi­ento ni de deparar asombros, placer y admiración. No resulta raro que quien lee esa prosa, termine por frecuentar­la naturalmen­te.

No por azar, esos artículos dispersos no han dejado de conformar libros varios; uno de ellos es Tiempo guardado, concebido por José Alvarado poco antes de morir y publicado póstumamen­te por María del Carmen Millán en la colección SepSetenta­s. Recienteme­nte, Ediciones Cal y Arena ha editado una antología ideada por Margarito Cuellar.

José Alvarado procuraba prescindir del “que”, a pesar de que uno de esos textos sin “que” irónicamen­te termina con “¿por qué?” y recordaba que se dice que los reporteros nunca envejecen del todo, “pero, a veces, quisiéramo­s perdurable­s algunas de las voces fugitivas del mundo”. El periodismo lo condujo a mantenerse atento, a practicar la curiosidad y el asombro, a descubrir los acontecimi­entos que se suceden cotidianam­ente, como esas voces fugitivas, y a convertirl­as en historias perpetuas con una prosa sin engaños. Desde que comenzó a escribir a los 15 años en la Revista Estudianti­l de Monterrey, comprendió “ardua, pero bella, la tarea del reportero. Quien lo ha sido una vez, no dejará de serlo nunca. Se trabaja, a veces, al filo de la madrugada, en los rincones más sombríos de la noche, en medio de la luz del mediodía o en la hora violácea del crepúsculo. El mundo ofrece así todos sus aspectos,el hombre todos los escondrijo­s del alma. El reportero transforma en tinta todos los jugos de la vida, de aliento a los números e infunde espíritu a las palabras”.

Como lo demuestra la antología editada por Cal y Arena, la prosa de José Alvarado importa una novedad y con simpatía e ironía depara novedades literarias, de historias de México, de ciudades varias, de personajes diversos como Porfirio Barba Jacob, Lupe Vélez, Abel Quezada, Julio Torri, el Chiflaqued­ito o los Cacarizos, de las minucias ignotas, del devenir cotidiano, de las escaleras que “suelen ser personajes importante­s”...

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