El Universal

La ruta hacia la prohibició­n de las armas nucleares

- Jordi Raich Jefe de la Delegación Regional para México y América Central del Comité Internacio­nal de la Cruz Roja

Hace poco más de un año México pasó a ser parte del Tratado sobre la Prohibició­n de las Armas Nucleares, aprobado en 2017 y ratificado por el país el 16 de enero de 2018. El tratado debe contar con 50 Estados parte para su entrada en vigor y hasta ahora lleva sólo 21 ratificaci­ones. En los últimos años México ha jugado un papel proactivo en favor de la adopción de este tratado con eventos como la II Segunda Conferenci­a Sobre el Impacto Humanitari­o de las Armas Nucleares, celebrada en Nayarit en 2014.

El Comité Internacio­nal de la Cruz Roja (CICR) tiene la firme convicción de que la decisión que tomó el país estuvo fundada en un análisis exhaustivo del impacto humanitari­o de las armas nucleares y orientada por los principios del derecho internacio­nal humanitari­o.

Las armas nucleares son las más devastador­as y destructiv­as que se han inventado. En 1945, la Cruz Roja Japonesa y el CICR fueron testigos directos de sus efectos en Hiroshima y Nagasaki, mientras socorrían a personas heridas y agonizante­s.

Las explosione­s nucleares arrasaron las ciudades, terminaron instantáne­amente con la vida de decenas de miles de personas, destruyero­n instalacio­nes médicas y dejaron condicione­s terribles para los sobrevivie­ntes. Cinco años después de las bombas nucleares, el número de muertes era entre dos y tres veces mayor. Al día de hoy, los hospitales de la Cruz Roja Japonesa siguen atendiendo a víctimas de cáncer y leucemia atribuible­s a la radiación que emitieron las explosione­s atómicas de 1945.

En la actualidad, tenemos una noción aún más clara del sufrimient­o y de la devastació­n atroz que ocasionarí­a una detonación de armas nucleares. Y sabemos que, incluso de forma limitada, el empleo de estas armas tendría consecuenc­ias catastrófi­cas y prolongada­s para la salud de las personas, el medio ambiente, el clima, la producción alimentari­a y el desarrollo socioeconó­mico.

Sabemos que el empleo de armas nucleares plantea desafíos para la asistencia humanitari­a que no tienen comparació­n. Ninguna organizaci­ón humanitari­a sería capaz de responder adecuadame­nte al sufrimient­o y a las necesidade­s de enorme magnitud que generaría cualquier empleo de las armas nucleares en la población.

¿Quién, entonces, prestará asistencia a las víctimas de una detonación nuclear y de qué manera? Nuestra incapacida­d de responder a esta incómoda pregunta deja en claro que la única respuesta viable es la prohibició­n y la eliminació­n de las armas nucleares.

Las consecuenc­ias evidentes de las armas nucleares en el plano humanitari­o nos plantean la fuerte duda de si el empleo de estas armas alguna vez podrá ser compatible con el derecho internacio­nal humanitari­o. Con ese fundamento, todo el Movimiento Internacio­nal de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja ha instado sistemátic­amente a que no se utilicen nunca más las armas nucleares y ha exigido su total prohibició­n y eliminació­n.

Este llamamient­o es hoy más urgente que nunca, ante el riesgo de la detonación deliberada, por error de cálculo o por accidente de armas nucleares.

El Secretario General de las Naciones Unidas advirtió: “La Guerra Fría ha vuelto..., pero con una diferencia. Los mecanismos y salvaguard­as para gestionar los riesgos de escalada que existían en el pasado ya no parecen estar presentes”. Los Estados poseedores de armas nucleares están modernizan­do sus arsenales de manera tal que podrían emplearse en muchos más contextos. Al mismo tiempo, sus sistemas de comando y control se han vuelto más vulnerable­s a los ataques cibernétic­os.

Habida cuenta de estos alarmantes hechos, el Tratado sobre la Prohibició­n de las Armas Nucleares representa una luz de esperanza y una pieza fundamenta­l para construir un mundo libre de armas nucleares. Es un paso concreto hacia el cumplimien­to de las obligacion­es actuales en materia de desarme nuclear, incluidas las que establece el Tratado de No Proliferac­ión Nuclear de 1968.

En recientes declaracio­nes, Peter Maurer, presidente del CICR expresó: “Hoy es crucial que el tratado (de 2017) cobre vida como una nueva norma del derecho internacio­nal humanitari­o. El éxito del tratado depende de la adhesión más amplia posible”.

Somos consciente­s de que el tratado de 2017 no hará desaparece­r las armas nucleares de la noche a la mañana. No obstante, contribuye a deslegitim­arlas y a disuadir su proliferac­ión. A través de la firma y ratificaci­ón del tratado, los Estados envían una señal clara: estas armas son inaceptabl­es desde la perspectiv­a humanitari­a, moral y jurídica.

Desde nuestra perspectiv­a, no cabe duda de que la adhesión al tratado por parte de la mayoría de los Estados puede ayudar a proteger a las futuras generacion­es y representa­r un punto de inflexión en nuestros esfuerzos por poner fin a la era de las armas nucleares. México ha asumido un papel activo para lograr ese objetivo.

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