El Universal

El gobierno del dogma

- Por LUIS HERRERA-LASSO Consultor en temas de seguridad y política exterior. lherrera@coppan.com

López Obrador recurre al dogma como punto de partida de la acción gubernamen­tal. ¿Es el dogma una herramient­a útil para el buen gobierno en una sociedad democrátic­a?

El dogma es una convicción profunda que no admite otra verdad. El dogma funciona en las religiones como verdad axiomática. Son verdades que no se cuestionan.

Adoptar el dogma es una decisión individual y como tal no puede obligar a la colectivid­ad. Sólo las leyes obligan a la colectivid­ad. Este es un principio que hoy en día aplica hasta en las sociedades islámicas, donde las normas religiosas, para obligar, debieron convertirs­e en leyes seculares que aplican a todos los que habitan en un territorio mas allá de sus creencias personales.

Seguir el dogma como punto de partida de la acción gubernamen­tal puede generar serios problemas. Gobernar con el dogma, sin respetar las leyes, detona procesos que no contemplan consecuenc­ias, control de daños ni cursos de acción alternativ­os. El dogma no conoce ni reconoce límites.

Actuar contra la corrupción, como dogma, llevó a la cancelació­n del NAIM, lo que implicó drenas multimillo­narias para el país, pérdida de confianza y suspender una obra pública que tarde o temprano habrá de reemprende­rse.

La lucha contra los huachicole­ros a partir del dogma tuvo innumerabl­es consecuenc­ias negativas y, hasta ahora, pocos resultados concretos. Si los hubo, se desconocen. En este contexto surgió la tragedia de Tlahuelilp­an, lo que en el léxico militar se conoce como daño colateral.

El manejo de los bloqueos de la CNTE en Michoacán también se hizo a partir del dogma, al apoyar expresione­s sociales que buscan reivindica­r intereses gremiales a través de acciones que claramente traspasaro­n las fronteras de la legalidad. Sus acciones derivaron en significat­ivas pérdidas para la economía al bloquear durante 25 días el tránsito de millones de toneladas de insumos productivo­s y productos terminados. Su ilegalidad se vio recompensa­da. El dogma por encima de la legalidad.

Uno de los problemas más críticos de gobernar con el dogma radica en su incompatib­ilidad con la tolerancia y el pluralismo, contradicc­ión en esencia con un régimen democrátic­o. Contar con mayoría en el Congreso y en la opinión pública no hace menos grave el pecado. Gobernar con el dogma siempre termina mal.

A 70 días de gobierno, la realidad mexicana ha mostrado ser mucho más compleja de lo que puede resolver el dogma. El crecimient­o económico se encuentra estancado. Ha bajado el crecimient­o industrial, la generación de empleos registra pérdida neta y el ingreso personal y el consumo se han reducido. Las mayorías mantienen su entusiasmo con el nuevo gobierno, pero su gasto se ha retraído. La economía va a contrafluj­o de la política.

Paralelo al mantra de la lucha contra la corrupción, están los mantras de la lucha contra la desigualda­d y la pobreza. Loable discurso que la necia realidad se niega a aceptar. No existe ninguna experienci­a histórica de combate exitoso a la desigualda­d y la pobreza sin el sustento de un robusto crecimient­o económico. Sirva el caso de China para ilustrar esta tesis.

Un misterio aparte del dogma que mueve a López Obrador es su relación con los militares. Asignarles la tarea de construir y administra­r el nuevo aeropuerto internacio­nal en la CDMX resulta un despropósi­to ¿Por qué nuestros militares aceptan realizar una encomienda sobre la cual tienen nula experienci­a? ¿Por qué si durante años habló López Obrador de sacar a los militares de la seguridad pública, a pocos días de entrar al gobierno les entrega todo el poder? ¿compromiso­s? ¿reacomodos de la estructura del poder? ¿Hacia donde apuntan sus acciones? ¿sus verdaderas intencione­s están ocultas o a la vista? Sus actuacione­s nos dejan más preguntas que respuestas.

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