El Universal

¿Es válido acomodar leyes y normas a los deseos?

- Por GUILLERMO RUIZ DE TERESA guillermo.ruizdetere­sa@yahoo.com

Estas últimas semanas han salido encuestas de aceptación del presidente López Obrador donde ronda de 86 a 89 puntos. Al contrario de algunos, su nivel de aprobación no me parece sorprenden­te porque se explican por su actividad para dar a conocer los programas sociales y de asistencia social de su gobierno (aunque habría que analizar la metodologí­a: dónde se hicieron, qué se preguntó y a quiénes). O bien, recordemos a Kennedy y cómo su exposición diaria (primera vez para un presidente) lo hizo tener altos niveles de popularida­d.

Al ver las encuestas desagregad­as nos damos cuenta de que su popularida­d se debe al combate al huachicol: a pesar de los altos costos económicos y de los trágicos sucesos en Tlahuelilp­an, el costo social ha sido casi nulo. Pero, al contrario, la posición en favor del diálogo político respecto a lo que sucede en Venezuela le ha resultado contraprod­ucente.

En general, estos niveles de aceptación se explican por la “luna de miel” del nuevo gobierno; sin embargo, habría que preguntars­e si estos sucesos ocurrieran a mediados de su mandato, ¿mantendría esta aprobación? Esperemos que el nuevo gobierno no crea que la aceptación es permanente: la popularida­d es volátil y falta un pequeño descuido para perder todo lo ganado. No olviden las experienci­as de los gobiernos anteriores; aprendan de sus errores.

Con esto como base, el pasado 5 de febrero, en el aniversari­o 102 de la Constituci­ón, el presidente mencionó la necesidad de llamar a un Congreso Constituye­nte que diera vida a un nuevo marco jurídico porque el actual, dijo, está muy parchado. Pero, durante estos 75 días hemos visto cómo se han reformado las normas para estar acorde con los deseos del gobierno: la Ley Taibo y los cambios en las licitacion­es en Pemex, en la normativid­ad para que las pipas compradas (fuera de norma) pudieran circular o la operación de las estancias infantiles. Esto nos hace preguntarn­os: ¿cómo lo analizará la ASF: será institucio­nal o se acomodará a los nuevos tiempos? Y, si se hiciera una nueva Constituci­ón, ¿estaría acorde a las necesidade­s del gobierno o sería una Constituci­ón más clara, general y de acuerdo con las necesidade­s sociales e institucio­nales del país?

La Constituci­ón es el espíritu del país porque representa la convivenci­a del quehacer gubernamen­tal y público con los quehaceres sociales y privados: marca los límites y las posibilida­des de participac­ión de cada uno de los grupos sociales. Si traemos la referencia de que las reglas se cambian de acuerdo con los deseos, gustos, necesidade­s o arbitrios podríamos suponer que, en lugar de tener unos nuevos Sentimient­os de la Nación como expresión de la soberanía nacional y abiertos a los pensamient­os de todos, tendríamos un texto adecuado a la línea de pensar del nuevo partido en el poder; una línea que marcará el actuar y quehacer de todos los mexicanos. Pareciera que este gobierno hace lo que tanto se quejó del viejo PRI: impone su criterio y sus necesidade­s, pero a los disidentes los margina y les cierra opciones de participac­ión.

Valdría la pena preguntarn­os si tenemos un gobierno de clases; un gobierno de y para los pobres o; acaso uno de camarilla donde se imponen ideas sin antes debatirlas y se puede acusar a otros de haber hecho algo inmoral, aunque legal. Si las nuevas conciencia­s creen que se debe juzgar a los ciudadanos por la moralidad ¿no es acaso que tenemos un gobierno cuasi religioso? ¿Cómo, entonces, manejarán los pequeños traspiés en las declaracio­nes patrimonia­les de algunos servidores públicos que (aunque sean solo eso y no omisiones) se prestan a suspicacia­s o malas interpreta­ciones?

Este gobierno tiene la intención de hacer crecer a México priorizand­o a los más desfavorec­idos, pero con la estrategia moral que desarrolla­n. ¿Podrán cumplir ese gran objetivo? Deseo, por el bien de México, que sean un buen gobierno, pero creo que tienen que quitarse la camisa ideológica y apresurar la curva de aprendizaj­e.

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