El Universal

Entregan sus armas para salvaguard­ar a sus hijos

• Vecinos de Iztapalapa acuden al módulo de desarme voluntario

- ANDREA AHEDO —metropoli@eluniversa­l.com.mx

Es el último día para que cualquier persona que tenga un arma la entregue de manera voluntaria en un módulo que instaló el gobierno en el atrio de la iglesia conocida como El Señor de la Cuevita, en la alcaldía de Iztapalapa.

Poco después del mediodía, dos horas antes de que la carpa se levante, hay cinco personas sentadas en sillas de plástico negras, a un costado de las jardineras del templo. Ahí esperan a que los encargados les llamen y valúen la pistola o municiones en su poder.

Un hombre acompañado de su hijo, tiene entre sus manos una bolsa en la que guardó tres pistolas de uso deportivo, según él, para hacer tiro.

Después de media hora de espera, lo llaman y se sienta frente a militares y personal del gobierno local. Apenas pasaron cinco minutos y desistió de entregarla, pues no le dieron el dinero que él había calculado valían dichas pistolas.

“Hace tres años traje una pistola calibre .38 y me dieron 800 y una despensa, y ahora traje tres armas, pero no las dejé… mínimo (quería) unos mil por arma, y me ofrecían 200 pesos”, dijo antes de salir del jardín del templo con su hijo.

En la gaceta local se publicó el rango de precios para distintos tipos de artefactos, por ejemplo: si el arma es corta, de entre calibre .22 y .32, se ofrecen 4 mil 200 pesos; en cuanto a armas largas, una escopeta de 38 milímetros puede valer 8 mil 400 pesos. Las ametrallad­oras ligeras y pesadas de todos los calibres, 18 mil pesos.

Un sujeto delgado con una gorra blanca dejó más de mil cartuchos, los cuales fueron acomodados en una mesa por dos militares y después, guardados para que próximamen­te se fundan y nadie los utilice.

Mientras estas personas aguardan bajo el sol, dos soldados destruyen las armas que la gente hasta ese día, había llevado al módulo. Ambos se colocan gafas especiales para que las rebabas del material que cortan con una sierra eléctrica no les entren en los ojos.

Un señor de camisa blanca, que no quiso revelar cuánto había recibido, contó que entregó alrededor de 200 cartuchos de escopeta y de una 9 milímetros. Al preguntarl­e cómo es que estos artefactos llegaron a sus manos, él explicó que un familiar los dejó en casa: “Mi hijo era policía y ahí me los dejó”. Con ese material peligroso en su hogar, donde conviven niños pequeños, el adulto decidió venderlo y acudir a aquél módulo del que se enteró gracias a un folleto.

En el caso de los cartuchos de escopeta se ofrecen seis pesos por cada uno; y por los de una pistola de calibre 9 milímetros, 4.80 pesos cada uno.

Quien se fue contento del lugar fue un vecino joven, quien ofreció una pistola de aire comprimido que desde hace 20 años estaba en su casa. Dijo que con los 100 pesos que obtuvo por ella compraría comida.

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Soldados destruyen las armas que la gente lleva al módulo. Se colocan gafas especiales para proteger sus ojos de las rebabas del material que cortan.

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