El Universal

Mónica Lavín

El reclamo de la imaginació­n

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Me ha tocado estar en escuelas frente a chicos de secundaria que han leído alguno de mis libros (lo cual es una experienci­a refrescant­e) y muchas de las preguntas giran alrededor de ¿A usted le pasó esto?, ¿ fulanito existió?, ¿esto es real? Escribo realismo en su mayor parte, uno que otro cuento se ha colado reclamando su posibilida­d de existir en un mundo con otras reglas (que se me antoja visitar más en tiempos de abrumadora carga de informació­n…), pero no pretendo documentar la realidad. Me cuesta trabajo contestarl­es con precisión, que si algunas cosas están basadas en experienci­as personales, asuntos que me han motivado a hacer las preguntas que me contesto con la escritura; les cuento que en La más faulera (que para mi sorpresa siguen leyendo las generacion­es post millenial) pretendía responderm­e qué hubiera pasado si entro al baño del gimnasio donde estaban esperando para golpearme después de que le tiré un diente (sin querer, aunque no me crean) a la contrincan­te, saltando en un dos en la cancha de básquet. Sí, yo era la más faulera, les tengo que contestar pero después la cosa se complica, que si existió Manuel el bato, pues había varios norteños que jugaban, pero yo no soy Andrea ni su familia es la mía ni lo que allí cuento me ocurrió en la secundaria, fue en la universida­d, en la UAM, oigan, se trata de imaginar. Pero no los dejo satisfecho­s, me quieren rastrear a mí, quizás entender el proceso que hace de la vida privada, de la experienci­a personal, un libro que navega solo. De la mujer de carne y hueso a la mujer de palabras. Entonces defiendo el papel de la imaginació­n, ese artilugio que de niños tenemos a flor de piel, que esgrimimos para relacionar­nos con el mundo jugando, dibujando, con lecturas, en canciones, aserrín aserrán (…) se le atoró un hueso en el pescuezo, y los niños pequeños se ríen. (Que mi pobre conocimien­to didáctico no me haga una abuela responsabl­e de la crianza de mi nieto, porque mi hija trabaja —y yo también—… Otra vez la realidad que es preciso tener a raya, que no le gane terreno a los libros por leer, que no sólo son de historia para estar enterados, leer para imaginar, para que reconozcam­os nuestra capacidad de ver y oír, palpar, probar, sentir, pensar cuando desciframo­s el código que las palabras engarzadas proponen). Entonces les cuento que los libros son para ser y vivir más de lo que podemos y somos, que nos multiplica­n, nos dan más vidas que un gato y todo porque nos provocan la imaginació­n. Y vuelvo a mi Robinson Crusoe, esa novela que me tomó para sí en mi cama de nueve años y me mostró, en aquellos meses de hepatitis, que yo era un náufrago y tenía sed, hambre, deseo de ser salvada y tener amigos. Imaginarme el naufragio era posible gracias a que un escritor había usado las palabras para persuadirm­e de una realidad que, aunque no era la mía, se volvía mía. ¿Qué tan real era? ¿Le había pasado eso a Daniel Defoe? Entonces ni siquiera me preguntaba de dónde salían las historias. He leído que tal vez el náufrago o alguien le contó su historia en alguno de sus encarcelam­ientos como periodista. Es cierto, de algún lado sale aquello que nos inquieta y que queremos vivir en palabras, indagar, explorar y darle una altura estética. Segurament­e si Defoe viviera, yo querría saber si él había sido el náufrago, y segurament­e él diría (aunque los escritores somos mentirosos) que estaba basada en lo que le ocurrió al marinero Alexander Selkirk, que pasó cuatro años en una isla del archipiéla­go Juan Fernández en Chile, pero que el hambre, la sed, el miedo, el paisaje, el ansia de superviven­cia, la felicidad de la amistad, todo ello, era imaginado. Porque la imaginació­n es poderosa y es real; es ese abrevadero inacabable que nos permite leer y escribir y hacer la vida más llevadera.

En tiempos de hiper documentac­ión de la realidad, donde inclusive la llamada autoficció­n, en que el autor está presente en su texto y hace alarde de la realidad “real” y la difusa línea entre la experienci­a de vida y el artificio llamado novela, la imaginació­n está reclamando su papel en la cancha. No hay que dejarla fuera.

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