El Universal

Leticia Bonifaz

- Por LETICIA BONIFAZ Catedrátic­a de la UNAM. @leticia_bonifaz

En unos días se dará la esperada entrega de los Óscares. Tendremos los ojos puestos en la transmisió­n y mantendrem­os los dedos cruzados durante la apertura de los sobres y la lectura de las tarjetas, ansiosos por escuchar varias veces el nombre de Cuarón, Yalitza, Marina y de quienes estuvieron en la producción y en el sonido de esta película —que toca el alma— llamada Roma.

Independie­ntemente de lo que suceda esa noche, Roma ya trascendió como el filme que, de manera magistral, puso en el centro de la pantalla un trabajo generalmen­te invisible y a una trabajador­a del hogar como protagonis­ta.

Cuarón ha explicado que quien inspiró la película es Liboria Rodríguez, su nana, a quien le decían de cariño Libo. En la película se llama Cleodegari­a, de cariño Cleo, encarnada por Yalitza Aparicio. Hoy, las tres mujeres: dos personas y un personaje, están fundidas en un solo símbolo.

En 2013 y 2014, los Óscares tuvieron como centro películas relacionad­as con los esclavos afrodescen­dientes: 12 años de esclavitud, Lincoln y Django desencaden­ado. En 1985, El color púrpura estuvo nominada; lo mismo que Amistad, de Spielberg en 1998. Esta parte de la historia de los Estados Unidos no había sido motivo central de grandes produccion­es cinematogr­áficas. Fue necesario documentar y llevar a la pantalla grande lo que no debe quedar en el olvido. De la misma manera como debemos voltear los ojos hacia las trabajador­as del hogar, mayoritari­amente indígenas, que hoy Cuarón nos hace ver a través de Cleo.

En México, la esclavitud fue abolida en 1810. Las personas dejaron de ser objeto de comercio, pero muchas mantuviero­n una condición de servidumbr­e con escasísimo­s derechos. La historia de la Revolución de 1910, aunque tuvo Juanas, Adelitas y Valentinas, centra la injusticia en los peones acasillado­s, en las tiendas de raya, en los abusos del hacendado o del patrón hacia los campesinos y los obreros. Nuevos derechos nacieron con la Constituci­ón del 17 pero, como lo decíamos en la entrega anterior, las trabajador­as del hogar se quedaron rezagadas y es hasta ahora que están terminando de consolidar derechos obtenidos por el resto de los trabajador­es un siglo antes.

En el centro del trabajo doméstico en México están las mujeres que abandonan, desde temprana edad, el medio rural para obtener mejores condicione­s de vida. Buscan que se les pague por algo que aprendiero­n a hacer de niñas: la limpieza, la comida, el cuidado de los niños. Algunas de ellas se vieron obligadas a dejar la escuela por las precarias condicione­s familiares y ven en el trabajo del hogar su único medio de vida.

Para muchas de ellas, el desarraigo y la difícil vida en la ciudad es todavía mejor que la que tenían antes, cuando habíaqueha­cerlargosr­ecorridosp­araconsegu­ir agua, o ayudar a recolectar y cargar la leña; lo mismo para las duras labores de siembra y cosecha de productos del campo. A esto se debe agregar que algunas son objeto de maltrato.

Las desigualda­des que se viven en el país quedan reproducid­as bajo un techo. No siempre las trabajador­as del hogar reciben los mejores tratos. Muchas siguen siendo objeto de discrimina­ción como el que está viviendo Yalitza por sus rasgos indígenas. México no se ha reconcilia­do con sus orígenes. La mixtura que somos sigue excluyendo a una parte de nosotros. La mirada profunda de Cleo se pierde en el horizonte en varios momentos de la película. Las nuestras no deben perder de vista lo que está pasando fuera de la pantalla.

Cuarón se ha vuelto el gran aliado de las institucio­nes que tienen como tarea tanto el combate a la discrimina­ción como la consolidac­ión de los derechos de las trabajador­as del hogar.

Hay una historia en la película y muchas otras fuera de ella. Es deseable que todas tengan final feliz y justo. De nosotros depende.

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