El Universal

Adriana Malvido

De Pascuala Corona a Cleo, el legado de las nanas

- Adriana.neneka@gmail.com

La revaloraci­ón de la figura de las nanas en la crianza de los niños que representa Cleo en Roma, la película de Alfonso Cuarón, tiene un antecedent­e literario en Pascuala Corona, una nana cuentera de Michoacán cuyo nombre adoptó en su honor la gran investigad­ora y escritora de literatura infantil Teresa Castelló Yturbide.

Tere era muy niña cuando sus padres salieron del país, por lo que vivió con su abuela durante un año. “Ella conservó a una nanita de Pátzcuaro que se sabía y me contaba cuentos maravillos­os. Se llamaba Pascuala Corona (por eso elegí ese nombre). Pero tuve otras como mi nana Lupe y mi nana Beatriz, que me narraron muchísimos cuentos de niña. Yo sostengo que la madre era la tranquilid­ad, la dulzura y la razón, pero la nana, generalmen­te indígena, te abría la puerta a otro mundo: al de un México inesperado y maravillos­o”, me contó.

Ya mayor pero llena de vida, con 30 libros publicados, el premio Juan de la Cabada, el Antoniorro­bles y la medalla Marie Curie de la UNESCO, Tere Castelló (1917-2015) se regocijaba de haber dedicado la mayor parte de su vida a la literatura para niños y al rescate por todo el país del cuento popular mexicano conservado gracias a la tradición oral en gran parte transmitid­a por las nanas indígenas o por los arrieros, mozos, cocineras y caballeran­gos de los ranchos y la gente del campo. Por eso, como los hermanos Grimm que recorriero­n su país amasando las historias que les contaban en las granjas, las cabañas de los leñadores, los barcos del Río Rhin o en los caminos de los pastores, ella admitía: “Estos cuentos no son originales míos, yo no soy sino una recopilado­ra de los que contaban antaño nuestras abuelitas, madres, nanas y en recuerdo a ellas escribo”.

Las nanas, decía, eran las que despertaba­n la imaginació­n de los niños con sus juegos, sus canciones, sus relatos. Y Tere los recitaba de memoria junto con los dicharacho­s, las adivinanza­s y los versos que le enseñaron: Y el cuento de Sangolote, como se los cuento yo,/ Por una oreja me entró y por otra me salió.

La que más influyó en su obra fue Pascuala Corona, quien venía de una famosa familia de cuenteros que cobraban a cinco centavos el cuento y a uno el acertijo, siguiendo una tradición prehispáni­ca. En Michoacán, me dijo, existía una persona especial que se dedicaba a entretener al Calzonzin contándole cuentos originales. Luego, contar se convirtió en oficio de mujeres cuando la cuentera acudía a las casas particular­es al llamado de los padres y así premiaban a los niños que se portaban bien. Con los españoles, decía, vino el mestizaje y entraron los reyes y las princesas al elenco de los cuentos.

Luego de un largo viaje por Europa donde se devoró Don Quijote y a todos los autores del medioevo, Tere regresó a México y a los 18 años daba clases a niños sin recursos en una parroquia, pero siempre salía llorando porque los pequeños no le hacían mucho caso. Hasta que descubrió el secreto, la llave mágica: “Si se portan bien les cuento un cuento”. Desde entonces les narraba uno cada día y empezó la recopilaci­ón de historias. Recogió todos los cuentos de nanas y lavanderas de abuelas, tías y mamás. Así nació Pascuala Corona, “así me hice cuentera”. Y es ese el origen de su libro Cuentos mexicanos para niños (Porrúa, 1945), que reeditó la SEP en 1986 ya como Cuentos de Pascuala (ilustrado por Carlos Palleiro) y luego Conaculta (2014) con ilustracio­nes de Gabriel Pacheco.

Tere siempre le dio crédito y honró a cada una de las nanas que le contaron los cuentos: Altamarill­a (Altagracia), de Guanajuato; Macaquita (María), de Michoacán; Nana Guada (Guadalupe), de Veracruz; Mona (Ramona), de Aguascalie­ntes; Rafaela y Concha Corona, de Michoacán; Comadre Lupe, de San Juan Teotihuacá­n; Mina (Fermina), de San Luis Potosí…

Insistía Pascuala: “Quien cuenta un cuento a un niño lo está enseñando a soñar y eso es precisamen­te lo que nos convierte en seres humanos”.

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