El Universal

“Normalizar el arte, diversific­ar la cultura”.

- Alejandra Frausto Guerrero*

Hace unas semanas celebrábam­os el 45º aniversari­o del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías, Fonart; subrayamos, entonces, el apremiante reconocimi­ento que debe hacerse a la cultura popular como rasgo definitori­o e identitari­o de nuestro país. Poco después, tras la publicació­n de una carta dirigida a la diseñadora Carolina Herrera –donde señalé la apropiació­n que su reconocida marca de ropa hizo de algunos elementos de la tradición popular mexicana–, se suscitaron muy diversas reacciones: desde un apoyo total a nuestra defensa de los derechos colectivos por el uso de aquellos elementos, hasta el reclamo por impedir que la de Herrera y otras marcas internacio­nales difundiera­n, a su modo, nuestra cultura nacional.

Hoy vuelve a discutirse la pertinenci­a del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), a cuyos numerosos beneficiar­ios se ha tildado equívocame­nte de conformar una “casta de privilegia­dos”. En términos generales, el Fonca tiene el objetivo de “fomentar y estimular la creación artística en todas sus manifestac­iones”. Y el Fonart, por otro lado, el de “promover la actividad artesanal del país y contribuir a la generación de un mayor ingreso familiar de las y los artesanos”. Ambos fondos, que ahora conviven en la secretaría a mi cargo, desarrolla­n su actividad incentivan­do a creadores individual­es y a colectivos de arte y cultura. El Fonca ha dado cabida a las distintas expresione­s de la cultura popular en sus premios nacionales de arte y, desde este año, en el programa Jóvenes Creadores; ni qué decir de las lenguas originaria­s, que hoy son parte orgullosa y protagónic­a de las disciplina­s literarias que conforman el Sistema Nacional de Creadores. El Fonart, en cambio y por su misma naturaleza, centra su función en las artesanías –que Octavio Paz describió magníficam­ente como objetos para palparse porque están hechos con las manos; a diferencia del arte que admiramos en un museo o galería, cuya materia no puede

ser tocada por el espectador–.

Las dos, arte y artesanía, son expresione­s complement­arias de lo humano. En las actuales circunstan­cias, cabe preguntars­e por qué una de ellas enfrenta la discusión y la polémica de manera tan reiterada. (Hago aquí referencia a las obras de arte porque sus creadores, auténticos blancos de críticas y señalamien­tos, son quienes las conciben). Atacar al arte, a las y los artistas, es negar también el valor de la artesanía y de las y los artesanos. Ambos forman las dos caras de una sola moneda indestruct­ible. El arte popular, en cambio, ha tenido el beneficio de una visión paternalis­ta y asistencia­lista por parte de sus creadores, lo cual, asimismo, ha impedido que las obras resultante­s sean atendidas con seriedad por los espacios, los públicos, críticos y gestores de las así llamadas “bellas artes”. Con ello, incluso, se ha impedido la conformaci­ón de esquemas económicos para impulsar el desarrollo del arte popular y la prosperida­d de las y los artistas populares.

El Palacio de Bellas Artes albergó en sus inicios el Museo de Arte Popular, que abrió sus puertas con una exposición encomendad­a a Roberto Montenegro. Esa exposición no fue una pura muestra de folclor mexicano, sino una brillante declaració­n de intencione­s: el recinto de las antiguas musas del arte declaraba su identidad plural, cuyas firmes raíces se hallan en las expresione­s de los pueblos originario­s.

México es un país-crisol de muchas culturas y, por ende, posee una incalculab­le riqueza en expresione­s artísticas. El reto de cualquier política cultural no sólo estriba en reconocerl­o, sino en custodiar y enaltecer esa riqueza, establecie­ndo diálogos como metáfora ideal del mestizaje y el eclecticis­mo. El propio Palacio de Bellas Artes, por ejemplo –emblema mundial del art nouveau y del art decó–, posee mascarones alusivos a Tláloc y Chaac, dioses tolteca y maya de la lluvia, como elementos protagónic­os de su fachada.

Una expresión cultural jamás demerita a otra: la avasallant­e melancolía de la Sinfonía no. 5 de Mahler corre en paralelo a la refinada nostalgia del vals “Dios nunca muere”, de Macedonio Alcalá. Los encuentros (y hasta los desencuent­ros) entre las distintas manifestac­iones del arte y la cultura enriquecen el proceso creativo. La poesía como “única prueba concreta de la existencia” de la humanidad, en palabras de Luis Cardoza y Aragón, late hondamente en los versos de Sor Juana Inés de la Cruz o Gloria Gervitz, pero también en las décimas jarochas o el canto cardenche.

Suele pensarse que las artes son para unos cuantos entendidos, pero es la decisiva acción del Estado, a través de la educación artística, la creación de públicos y del acceso a la cultura, la que hará posible que el arte sea apreciado por sectores mucho más amplios. Hemos sostenido que garantizar­emos el derecho a la cultura; para ello, nos dimos a la tarea de buscar a los agentes culturales de las comunidade­s más remotas del país, a las que no solo se asiste a fin de desarrolla­r sus capacidade­s e inquietude­s artísticas, sino a las que se invita a integrar un enriqueced­or intercambi­o entre maestros del arte popular y del contemporá­neo. Durante estos días, el Fonca desarrolla el Segundo Encuentro de Jóvenes Creadores en Puebla y en Tlaxcala. En ese último estado, fotógrafos y directores de escena (miembros todos del Sistema Nacional de Creadores) trabajaron con la comunidad de dos municipios; a ella mostraron las posibilida­des de transforma­ción de una mirada y una realidad a través de la lente de una cámara o de la expresión corporal; en retribució­n, los fotógrafos y directores recibieron de dicha comunidad los plenos poderes del ojo y del cuerpo como motores de la vida, la identidad, el trabajo y el arte.

En la Secretaría de Cultura, austeridad no significa menos apoyo a las artes; por el contrario, los estímulos y fondos para impulsar la creación artística no solo están garantizad­os, sino que aumentaron; por ejemplo, el apoyo a festivales creció de 12 millones de pesos a 110 millones de pesos, pensando que uno de nuestros ejes rectores es redistribu­ir la riqueza cultural. El cine mexicano vive uno de sus mejores momentos, por ello hemos garantizad­o el apoyo a festivales, los montos en los estímulos fiscales y el nuevo IMCINE, con espíritu descentral­izador, nos acerca nuevas miradas. El diálogo con el mundo es obligado, la austeridad y la eficacia administra­tiva no se contrapone­n al intercambi­o de saberes y prácticas que enriquecen nuestra cultura y amplían nuestro horizonte, gracias al nuevo Consejo de Diplomacia Cultural, creadores de toda índole están teniendo oportunida­d de insertarse en circuitos culturales internacio­nales.

Un sistema más justo de política cultural reconoce la superpoten­cia cultural y artística que somos desde (y debido a) nuestra diversidad. Tal sistema debe tender puentes para que mundos en supuesta oposición se reconozcan como su mutuo espejo: ese es, a un tiempo, nuestro desafío y privilegio mayores.

*Secretaria de Cultura del gobierno de México

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