El Universal

Garduño, trumpista honorario

- León Krauze

Durante un par de años conduje un programa de radio en Estados Unidos que tenía como intención principal dialogar con los radioescuc­has. No solo leíamos llamadas o mensajes a través de Twitter: manteníamo­s los teléfonos abiertos para de batir. Tuvimosmem­orables, historias de éxito y superación que ejemplific­an la simbiosis de la comunidad inmigrante hispana con Estados Unidos, su país adoptivo. También cada día, sin falta, recibimos una o dos llamadas de simpatizan­tes de Donald Trump. Con paciencia, tratamos de desmontar sus reparos sobre inmigració­n. A veces lo conseguimo­s; muchas otras, no. Lo que recuerdo con claridad es la similitud en las explicacio­nes (es un decir) de casi todos esos simpatizan­tes de Trump. La gran mayoría repetía los mismos argumentos, como extraídos de un manual. Comparto algunos.

¿Por qué habrían de merecer los inmigrante­s indocument­ados protección y respeto a sus derechos, ya no digamos el mismo trato del que gozan los estadounid­enses de nacimiento o los inmigrante­s legales? Si uno protege la casa donde uno vive y no deja entrar nadie que no esté invitado, ¿por qué EU habría de permitirle ingreso a refugiados?

Por supuesto que muchos inmigrante­s son gente buena, pero Estados Unidos no puede darse el lujo de averiguar quién es quién: es mejor cerrar la frontera antes de poner en riesgo la seguridad nacional.

Si tanto quiere proteger inmigrante­s, ¿por qué no recibe algunos en su casa?

En el programa tratamos de responder a la retórica nativista con datos. Hablamos de las obligacion­es internacio­nales de Estados Unidos y los derechos de los inmigrante­s. Describimo­s la situación imposible que dejan en sus países de origen para buscar una vida. Compartimo­s los datos irrefutabl­es de la enorme aportación de la comunidad a la economía de EU.

Insisto: ganamos unas y perdimos la mayoría. El prejuicio tiene raíces profundas,

y mucho más cuando la autoridad lo fomenta.

Por todo esto resulta tan pero tan profundame­nte lamentable escuchar las declaracio­nes de Francisco Garduño, el nuevo titular del Instituto Nacional de Migración en México. Antiguo encargado del sistema carcelario, Garduño ha llegado a su empleo con la espada desenvaina­da. Con la misma prepotenci­a empoderada con la que hablan las autoridade­s migratoria­s estadounid­enses, Garduño advierte, corrige y amenaza. Y lo hace exactament­e con el mismo tipo de argumentac­ión que le escuché, por años, a los trumpistas más radicales. Garduño ya advirtió que la prioridad será evitar la migración irregular. Ha descrito la frontera mexicana como una coladera que hay que tapar a como dé lugar, declaracio­nes que harían las delicias de los nativistas en Estados Unidos. Se dice conocedor y defensor de los derechos humanos, pero su discurso es muy distinto. “Hay que ver cuál es su condición, porque hay muchos mexicanos que ya quisieran ese tipo de asistencia”, dijo sobre la atención que recibirán los migrantes centroamer­icanos ahora que él está a cargo. Hace poco advirtió que no dejará que las organizaci­ones de derechos humanos le digan qué hacer. “Que nos digan si ellos permitiría­n que llegaran a su casa cincuenta personas”, dijo Garduño, en una frase que podría haber correspond­ido a cualquiera de mis interlocut­ores trumpistas en la radio. Lo de Garduño no es el respeto a los derechos humanos o la compasión. Lo suyo es la coerción, la persecució­n, la deportació­n. Lo suyo huele a Trump.

Hay algo tristement­e paradójico en todo esto. Ante la mayor crisis humanitari­a de nuestro tiempo en la región, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador prometía exactament­e lo contrario. La promesa no eran personas como Francisco Garduño. La historia juzgará quién se ha equivocado. Por lo pronto, nadie podrá decirle a los trumpistas que en México sabemos hacer las cosas de mejor manera. Y eso es una tragedia.

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