El Universal

Valemadris­mo en las cárceles

- Por SASKIA NIÑO DE RIVERA COVER Presidente de Reinserta

Desde hace más de una semana el Órgano Administra­tivo y Desconcent­rado de Prevención y Readaptaci­ón Social está acéfalo. Desde hace 10 días, cuando Francisco Garduño fue enviado al Instituto Nacional de Migración para suplir la vacante derivada de la crisis migratoria, la institució­n que debe encarar la situación de cárceles cogobernad­as o autogobern­adas (50%, según la CNDH) por los criminales —que para el caso es lo mismo— en nuestro país, está sin titular. Suponíamos que para el gobierno federal el sistema penitencia­rio no era prioridad, ahora no hay duda de ello.

Contrario a lo que desde la estrategia de seguridad actual podría pensarse, en México no podemos darnos el lujo de no tener un titular del Órgano. No es noticia nueva que la delincuenc­ia organizada opera desde las cárceles. Desde hace décadas, las

bandas de secuestrad­ores más sangrienta­s se organizan y operan desde prisiones. La descomposi­ción tras las rejas, se refleja en la violencia en las calles. Tomar el control de las cárceles es, o tendría que ser, un asunto de seguridad nacional.

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Lo que sucede dentro de las cárceles es espejo de lo que pasa en el resto de la sociedad. No solo es la ruptura del tejido social, también es la indefensió­n de los ciudadanos en un sistema que no los cuida.

Autogobier­no en las prisiones es que las personas privadas de la libertad dentro de un reclusorio tienen control absoluto de lo que pasa dentro del penal. La autoridad no lo es. Los custodios responden y trabajan para los internos. A veces es por la vía de la amenaza y la violencia, otras a través del pago de cuotas a directivos y autoridade­s.

En una de las cárceles de Zacatecas, por ejemplo, hace unos años me recibieron los propios internos con armas largas. Ellos permitían o negaban el acceso. También hace algún tiempo, el director del penal de Topo Chico en Nuevo León, debió dejarme en la entrada porque, me dijo, “no tengo acceso al centro”. He visto la manufactur­a de droga en penales de Chihuahua, que fue desterrada cuando el gobierno estatal y federal, se decidieron, hace unos ocho años, a tomar el control de lo que ocurría tras las rejas. Al interior del penal de Piedras Negras, en Coahuila, había fosas clandestin­as. Los ejemplos abundan. La indiferenc­ia social es preocupant­e.

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Que los penales sean gobernados por las organizaci­ones delictivas no conviene a nadie, excepto a los criminales. Combatir la delincuenc­ia solamented­esdelacall­e,nofunciona­rá.Lo hemos visto una y otra vez. Parece imposible retomar el control de las cárceles, sin embargo, es posible. Dentro de nuestro país hay ejemplos exitosos en el pasado reciente. Se puede.

En los últimos 10 años son 4 estados los que se han destacado por priorizar su sistema penitencia­rio para combatir la insegurida­d y los resultados hablan por sí solos.

En 2010, encabezada­s por Eduardo Guerrero, las autoridade­s penitencia­rias de Chihuahua tomaron control de los centros de reinserció­n. Desarticul­aron 14 bandas de extorsiona­dores y 10 bandas de secuestro. Entre 2011 y 2014 los homicidios cayeron 62%. Luego se descuidó y de nuevo la espiral violenta creció.

Después de una crisis de insegurida­d que colocó en 2017 a Baja California Sur como una de las entidades con más homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes, de la mano de Marco Montoya, las autoridade­s tomaron control de sus penales en 2018. En contraste con mayo 2017, cuando se registraro­n 61 homicidios (Semáforo Delictivo), mayo 2019 no registró un solo asesinato.

En Coahuila, encabezado­s por Apolonio Armenta desarticul­aron las bandas que desaparecí­an cuerpos dentro de los penales y ahora el estado es el tercer mejor evaluado en cuanto a su sistema penitencia­rio, con calificaci­ón de 8.1 (CNDH).

En Nuevo León, a finales de 2018, se decidieron a tomar el control de sus tres principale­s penales, clasificad­os dentro de los más peligrosos de América Latina: Apodaca, Cadereyta y Topo Chico (donde incluso un niño de dos años fue asesinado en el motín del 2016). De nuevo, la estrategia de Eduardo Guerrero tuvo éxito. Trasladaro­n a penales federales a 646 personas privadas de la libertad, clasificad­as con delitos federales y de alto perfil delictivo. Sacaron a 392 mujeres de penales mixtos con sus hijos e instalaron el primer centro femenil estatal.

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Las cárceles, como retrato de la descomposi­ción social, del valemadris­mo de la clase gobernante que piensa que lo que ocurre al interior, no impacta en las calles ni en la vida de millones.

El sistema penitencia­rio importa. Las cárceles deben ser columna vertebral en la estrategia de seguridad nacional.

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