El Universal

¿Las iglesias hasta la cocina?

- Por ALBERTO AZIZ NASSIF Investigad­or del CIESAS. @AzizNassif

Resulta preocupant­e que en México —en plena 4T— se abra una ventana desde el gobierno para una mayor intervenci­ón de las iglesias en la vida pública. Además, seguimos con la simulación sobre la regulación en materia de medios de comunicaci­ón para las organizaci­ones religiosas. En los últimos días se ha juntado tres eventos que necesitan atención.

El primero se generó por una contradicc­ión en el actual partido gobernante y se refiere a lo que sucedió en el congreso del estado de Sinaloa con la Ley de Matrimonio Igualitari­o, en donde una división del grupo mayoritari­o de Morena generó que no se aprobara la reforma a los artículos 40 y 165 del Código Familiar del Estado. Seis de los 22 morenistas votaron con los partidos que no quieren que haya matrimonio igualitari­o, PRI, PAN, PT y ganaron esta batalla. Ya hay 18 estados del país que han aprobado esa ley (La Jornada, 20/junio/2019). En la batalla por la ampliación de derechos llama la atención las resistenci­as de sectores conservado­res alentados por iglesias, de distinta denominaci­ón, que polarizan sus posturas frente a las comunidade­s LGBTTI.

El segundo caso es la resolución del Instituto Federal de Telecomuni­caciones (IFT) que dio un título de concesión, el 101.9 MHz en la ciudad de Mérida, Yucatán, para que esa radio FM sea operada por una organizaci­ón evangélica denominada “La visión de Dios A.C.”, lo cual es una abierta violación a la legalidad. Además de la ilegalidad, es un expediente que se inscribe en la enorme simulación que existe en el país. A pesar de que está

prohibido en el Artículo 130 de la Constituci­ón y en la Ley de Asociacion­es Religiosas y Culto Público de 1992, que las organizaci­ones religiosas, iglesias y movimiento­s confesiona­les pueden tener medios de comunicaci­ón, hay muchas excepcione­s que funcionan en la práctica, como el Canal María Visión, ejemplo de las maniobras que simulan y violentan la legalidad, como bien lo analiza Raúl Trejo Delarbre (Laicidad y Medios de Comunicaci­ón, UNAM 2013). El IFT argumenta que no encontró en el registro de organizaci­ones religiosas a esta asociación, que, con la apariencia civil, por cierto, muy poco disimulada ya que desde el nombre se expresa su vocación, es confesiona­l. La AMEDI ha pedido en una carta pública, avalada por muchas organizaci­ones y un amplio grupo de personas, una rectificac­ión (Aristegui Noticias, 19/julio/2019). Basta de tener camuflajes civiles que son religiosos o partidos confesiona­les o corporativ­os, como fueron los casos del PES y de Nueva Alianza.

El tercer caso es muy preocupant­e porque surge del corazón de la 4T y se trata del nuevo Reglamento de la Secretaría de Gobernació­n, del 31 mayo pasado: en su Artículo 86, Fracción XIX dice que la dirección de Asuntos Religiosos establecer­á “estrategia­s colaborati­vas con las asociacion­es religiosas, iglesias (…) para que participen en proyectos de reconstruc­ción social y cultura de paz de las atribucion­es materia de la Subsecreta­ría de Desarrollo Democrátic­o, Participac­ión Social y Asuntos Religiosos”. Aquí sí se puede decir que tendremos a las iglesias metidas hasta la cocina en áreas de políticas públicas, con una serie de implicacio­nes que afectarán la laicidad del Estado mexicano y del gobierno en turno. Ya lo han argumentad­o diversos especialis­tas que esas estrategia­s de colaboraci­ón no serán neutrales, como señaló Roberto Blancarte. No hay antecedent­es de algo similar desde la separación de las iglesias y el Estado en 1857. A pesar de que se dice que no se quiere “la participac­ión activa de las iglesias en la vida política (…) sino sólo su influencia y grado de penetració­n en el territorio” (Aristegui Noticias, 18/junio/2019), la frontera es muy frágil y porosa entre actividad política e influencia.

La defensa de la laicidad es básica para la vida democrátic­a, por eso hay que impedir que el espacio público tenga una reconquist­a confesiona­l, eclesiásti­ca o clerical, como dice bien Michelange­lo Bovero…

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