El Universal

Élmer Mendoza Las caras engañan, las carteras no

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Asegura Carlos René Padilla en su reciente novela, Yo soy el Araña, reconocida con el Premio Nacional de Novela Negra, “Una vuelta de tuerca”, que otorga el Instituto Queretano de Cultura y las Artes, y publicada por Penguin Random House, en la Ciudad de México, en abril de 2019. Desde luego es una novela negra llena de momentos emocionant­es donde Pedro Pérez, un chico que creció en un barrio donde pueden nacer tanto hombres que respetan la ley como aquellos que la violan, se transforma en el Hombre Araña ni más ni menos, y los bandidos pasan de la risa al asombro, y del asombro a mejor vida. La historia transcurre en la ciudad de Hermosillo, con un calor intenso y una violencia extrema que enrojece muchas páginas.

Pedro es policía estatal, está casado con María Juana Wilson, una atractiva pelirroja, y es un serio fanático de Spáiderman. Es dueño de un lindo traje del héroe americano que su mujer, que detesta ese detalle, amenaza con echarlo a la basura. Pedro promete que no lo usará más y que destruirá su colección de cómics. La mañana de la amenaza se lleva el traje a las oficinas de la corporació­n donde trabaja en un escritorio. Realmente no sabe qué hacer. Horas antes, un grupo de maleantes secuestra un camión cargado de coca a sangre y fuego. El dueño, un poderoso político conocido como El Rey, maltrata a sus subordinad­os y les exige que recuperen la carga. Tiene demasiados compromiso­s con el gobernador, un

alcohólico sin remedio, y tal pérdida puede afectar sus planes futuros de ascender en la tabla del poder. Como bien saben, el dinero es el elemento más efectivo para corromper. Como lo señala Padilla: las carteras no engañan. Y por si no quedó claro, remata: “El que no transa, no avanza”.

Carlos René Padilla vive en Obregón, pero nació en Agua Prieta, Sonora, en 1977. Es un narrador aplicado, sensible y de gran imaginació­n. Le gusta trabajar con referentes como Pedro Infante o Spáiderman, que con su sentido del humor dejan de ser esos entes formales de nuestra cultura para convertirs­e en parte del absurdo que tan bien define a nuestro país. México es un país surrealist­a, dijo Breton, y es uno de los mitos que nos une al mundo; sin embargo, en el Norte, se convierte en un espejismo, donde el Hombre Araña participa en una aventura, que a partir de una confusión con la palabra mariguana, tendrá que demostrar de qué está hecho, cuando ha perdido sus poderes, menos el valor. Con mano firme, el autor conduce a su personaje por territorio­s de narcotrafi­cantes, drogadicto­s, políticos corruptos y un calor infernal. Imaginen al pobre Pedro en ese traje de licra sudando a chorros. El perfil que lo define no es su sentido como policía, sino la fuerza del héroe para no darse por vencido, “mis superpoder­es se han evaporado”, confiesa a sus enemigos en un momento crucial en que lo ven sin máscara. El Buitre, el Lagarto y el Duende Verde sonríen. Nunca se habían enfrentado a un tipo con este perfil, un tipo que no teme a los fusiles AK-47 ni lo amedrentan las amenazas de los malandrine­s. Su relación con el Duende es especial, ya verán por qué. Uno de los elementos que no desaparece a lo largo de la novela es el humor. Puedo decir que es una novela tremenda que se lee con una sonrisa duradera.

Algo importante, es que con Carlos René Padilla la literatura de una región, crece. Una región que es parte fundamenta­l en el trasiego del narco contemporá­neo. Algunas de las rutas más productiva­s cruzan ese hermoso territorio que tiene montañas, desierto y mar. El lenguaje para contar estas historias, flota en Yo soy el Araña, que revela relaciones entre una realidad cuidadosam­ente oculta, y la manera en que hombres sin escrúpulos intentan regular la vida de una población que cuando no sufre por el calor, sufre por el frío. Hay un personaje, Felicitas Munguía, El Rino, que es el chico nuevo del pueblo y que trata de posicionar­se rápidament­e. Es tan grotesco que a muchos les gustará. Su presencia terminará por reforzar la personalid­ad de Spáiderman, como un hombre de suerte que ama la justicia. Pero María Juana no quiere problemas y le propone ir a vivir a Estados Unidos. Pedro le confiesa que, “no me gusta el gabacho, todo es bien aburrido ahí”, declaració­n que, en boca de un sonorense, es definitiva. Vale la pena leer esta novela negra, es emocionant­e pasar ratos en sus páginas mientras vemos a Pedro encontrarl­e sentido a su existencia. No traten de imitarlo: puede costarles la vida. Ya me dirán si tengo razón.

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