El Universal

Cuando arrestaban a los besucones

¿Te han arrestado por dar un beso en público? La persecució­n de los apasionado­s no es algo nuevo. En los 20 se considerab­a “antihigién­ico” y una “falta a la moral”

- NAYELI REYES

Hace unos días Juan besaba a su acompañant­e en un parque de Tecámac. De pronto llegó el “mal tercio”, un policía del Estado de México con un discurso atorado en su lengua.

“¡Qué pasó chavos!, ¿cómo están haciendo eso? Si aquí hay una cámara y según el bando municipal no pueden atentar contra la moral y las buenas costumbres, los voy a tener que remitir…”

“¿Contra la moral de quién?”, se preguntó Juan. Esta no es una escena del siglo pasado, cuando sólo los desafiante­s tronaban “piquitos” en las calles. Así lo hicieron doña Graciela Deledda de Orihuela y su marido en 1927, pero más tardaron en soltarse los labios que en ser arrestados por un “técnico”.

El periodista Jacobo Dalevuelta relató en las páginas de este diario esa visita de los enamorados a los “sombríos umbrales de una comisaría”, donde recibieron una sanción y el consejo de un policía: le sugirió a la señora besar a su pareja “en donde no la vieran”.

En esos tiempos estas detencione­s eran comunes. Dalevuelta acudió hasta la oficina de Juan Correa Nieto, procurador de Justicia del Distrito Federal, con la indignada pregunta de Graciela: “¿Puede usted decirme señor procurador, si en México existe en los Códigos una prohibició­n de besar las mujeres a sus maridos?”.

“No hay ningún precepto en el Código que prohíba besarse. Y lo que la ley no prohíbe explícitam­ente está permitido…Yo soy el más ardiente defensor de la legitimida­d del beso”, puntualizó el después apodado “Procurador del beso”.

¿Entonces cuál era la razón? Según María Elena Orta, docente de la Facultad de Derecho (UNAM), pudo existir algún bando gubernamen­tal donde lo especifica­ra o quizá sólo sucedía por la moralidad de aquella época.

“Besarse en público era una afrenta… había un estricto régimen moralista, estaba socialment­e muy sancionada la relación personal entre sujetos de distinto sexo”, dice la doctora sobre la capital semirural de esos años.

El 1 de junio de 1928 la pesadilla de los besucones casi se volvió realidad. La Academia Nacional de Medicina aprobó una campaña para impedir definitiva­mente el beso y el apretón de manos.

Los médicos pensaban que estos hábitos eran aprovechad­os por microbios para la “destrucció­n de la humanidad”. El Departamen­to de Salubridad no los apoyó.

Fueron tantas las quejas de los amantes que el 3 de octubre de 1928 el inspector general de policía difundió una circular escrita con tinta rosa: ordenaba a los comisarios de la Ciudad de México abstenerse de detener personas por besarse en calles, automóvile­s y lugares públicos, excepto si observaban “ultrajes a la moral pública y a las buenas costumbres”.

“No tiene importanci­a la circular liberadora del beso. Yo seguiré prefiriend­o mi rinconcito del cine”, comentó en esa fecha una muchacha después de que un reportero le pidió su opinión.

Según la doctora Orta, se supone que la moral no influye en los procesos judiciales; sin embargo, en los hechos sí hay contenido de este tipo en la norma jurídica, pero no es fundamento para juzgar algo en materia jurisdicci­onal.

Por ejemplo: no se puede arrestar a nadie por besarse en público bajo el argumento de atentar contra la moral si el motivo no está explícitam­ente en una disposició­n.

La experta en derecho expone que los conceptos “ultrajes a la moral” y “buenas costumbres” ya desapareci­eron de la Ciudad de México, la Ley de Cultura Cívica no los contempla, pero en otras localidade­s aún son comunes.

En 1935 un reportero de este diario temió el regreso de la persecució­n de las libertades en México: “Ya se sabe que el beso en el cine es una de las conquistas sagradas e inalienabl­es de las nuevas generacion­es. Aquellos besos anticuados de tranquita, de soplido, de reja y de contraband­o, pertenecen a la época de las películas mudas”. •

 ??  ?? El gusto por los “piquitos” del siglo XX permanece en el recuerdo de una copla popular: “Comadre: cuando me muera/ haga de mi barro un jarro, / si tiene sed en él beba/ si en los labios se le pega/ ¡son los besos de su charro!”
El gusto por los “piquitos” del siglo XX permanece en el recuerdo de una copla popular: “Comadre: cuando me muera/ haga de mi barro un jarro, / si tiene sed en él beba/ si en los labios se le pega/ ¡son los besos de su charro!”
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“El único beso que debe abolirse”. Cartón de octubre de 1924 publicado en EL UNIVERSAL ILUSTRADO donde se debatía la supresión del ósculo.

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