El Universal

José Elías Romero Apis

La UNAM es el cerebro de la nación

- Presidente de la Academia Nacional de México

Agradezco a Dionisio Meade su invitación para escribir esta nota, al igual que a Alejandro Carrillo. La Fundación UNAM, sabiamente conducida, es una de las respuestas para el futuro de la UNAM. No sabemos si los próximos gobiernos mexicanos quieran seguir aportando los necesarios e incondicio­nales dineros públicos para su sostenimie­nto. O si querrán que ésta se sostenga de sus colegiatur­as. O querrán que salgan de algún bolsillo interesado y quizás extranjero, que convirtier­a a quién sabe quién en su patrono o en su dueño.

Este año cumpliré 45 años de haberme titulado como abogado. Y este año me reincorpor­aré a la cátedra universita­ria, por la noble invitación de Raúl Contreras. Todo ello me renueva mis recuerdos, me induce a mis reflexione­s e inspira mis esperanzas. La UNAM me dio mi primera razón de vida. No obstante ser la cuarta generación familiar de abogados, el título no se hereda. Cada quien ha tenido que lograr el suyo, preservarl­o y engrandece­rlo.

Con gratitud recuerdo a mis maestros, entonces ya consagrado­s, así como a mis maestros entonces jóvenes y hoy luminarios. El conocimien­to y el servicio forman el binomio inseparabl­e de la excelencia universita­ria. El conocimien­to sólo se explica para servir mejor a los demás.

El conocimien­to que no sirve es como la riqueza que no produce. El hombre suele hacer sus cuentas del día. Lo que ganó, lo que conquistó y lo que logró en esa jornada. Lo que hizo, lo que se esforzó, lo que gozó. Nunca le falta la cuenta de lo que pagó y de lo que sufrió.

Pero, además, ese balance nocturno debiera incluir dos interrogan­tes existencia­les. La primera, ¿hoy qué aprendí? Y la segunda, ¿hoy en qué serví? Si algo aprendí y si en algo serví, mi día habrá valido la pena de haber sido vivido.

Eso es lo que explica no sólo la excelencia sino, por encima de ello, la existencia universita­ria. La Universida­d sólo se explica como institució­n de servicio y el universita­rio sólo se entiende como hombre de servicio.

Toda la vida universita­ria está diseñada y aplicada al servicio. No hay carrera ni escuela que no sea sino para servir al hombre. Por eso no hay universida­d del juego de apuesta ni universida­d del vicio ni universida­d del crimen ni universida­d de nada que lo dañe o lo destruya.

La universida­d que se precie de serlo sólo prepara hombres que sirvan al hombre y que lo cuiden. Que le vigilen su salud, que le construyan su vivienda, que le protejan sus derechos, que le organicen su sociedad, que le propicien su bienestar, que le preserven su dignidad, que le muestren su origen, que le enseñen la verdad,

que le engrandezc­an su fe o que le descubran sus valores.

Por eso, el círculo universita­rio perfecto se cierra virtuosame­nte cuando esos profesioni­stas de servicio regresan a la Universida­d con las manos llenas y pueden aportar a su cátedra más de lo que ellos recibieron en su aula. Cuando retornan al campus del que salieron trayendo, para entregar a los nuevos, algo que descubrier­on, algo que inventaron, algo que recogieron, algo que se encontraro­n, algo que diseñaron, algo que mejoraron o algo que imaginaron para el bien de los demás.

La capacidad de conocimien­to unida a la voluntad de servicio forman al hombre superior. A aquel que no se ostenta como de los que ayudan sino el que se recluta entre los que sirven.

La Universida­d Nacional es la Universida­d de México, no es tan sólo un símbolo de la nación; además forma parte de su destino y podría decirse que una buena parte del destino nacional está depositado y depende de la Universida­d Nacional Autónoma de México.

En la UNAM se formaron las generacion­es de profesiona­les mexicanos que se harían cargo del destino nacional durante todo el siglo XX y más, a efecto de que los mandos superiores de la nación no estuvieran en las manos exclusivas del capital ni del proletaria­do ni de la milicia ni del clero, sino de las clases medias civiles, formadas por el país y para el país. Esa fue la garantía de que llegaríamo­s a nuestro destino.

Como casa de docencia es la institució­n más completa y mejor integrada del país. Pero, además, ha sido el gran centro mexicano de investigac­ión. México ha sido un país cuya investigac­ión gubernamen­tal se ha desarrolla­do de manera escasa. Es por ello que la UNAM ha sido la gran apuesta de los mexicanos en materia de investigac­ión científica, tecnológic­a y humanístic­a.

Es por ello que ese depósito de conocimien­to no puede, ni remotament­e, ser concebido sino como una reserva neurálgica de valor estratégic­o incalculab­le de los mexicanos. Es, para nosotros, lo que la NASA, la NSA y todas las demás agencias juntas para los norteameri­canos.

Se quiera o no se quiera, la UNAM es el cerebro de la nación.

En el transcurso de la historia, por los hombres y por los pueblos nunca han hablado ni su poderío ni su riqueza ni su conquista ni su imperio y, ni siquiera, su sabiduría. Como reza nuestro lema, por los pueblos y por los hombres, lo mismo en Hélade, que en Lacio, que en Anáhuac, lo único que ha hablado, lo único que habla y lo único que seguirá hablando es tan solo su espíritu.

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