El Universal

Festín de insectos

- P.D. Tengo hambre Por DIANA FÉITO @Gastrobite­s diana@gastrobite­s.com.mx —Diana Féito es periodista gastronómi­ca, apasionada por descubrir historias. Siempre la encontrará­s comiendo algo rico y compartién­dolo en sus redes.

El acto de comer insectos se conoce como entomofagi­a, costumbre que en México registró en el siglo XVI fray Bernardino de Sahagún en el Códice Florentino, documento donde se describen, por lo menos, 96 variedades de bichos incluidos en la dieta mesoameric­ana.

Así que no es casualidad que diversos restaurant­es los incluyan en sus menús, especialme­nte entre abril y junio. Pero hay establecim­ientos que los ofrecen todo el año, como Tlacoyotit­lán, un local de la Santa María de la Ribera que cuenta con un apartado “prehispáni­co” con platillos como tacos, tlayudas, huaraches y quesadilla­s con porción de bichos.

Faltan quince minutos para las dos de la tarde y el lugar está repleto. Tomo asiento y, sobre el colorido mantel de tela a cuadros, reposa un plato de barro con frijoles mezclados con maíz y algunos totopos. La salsa roja fue hecha con chile morita, meco, chipotle y otros chiles no revelados; a la verde la llaman diabla porque lleva habanero. La carta es más extensa de lo que imaginé, pero vine a probar insectos, así que elijo una “tlayuda prehispáni­ca”.

Ya llevo la mitad de mi chel y, de pronto, aparece una tostada de maíz azúl de forma larga y ovalada, repleta de chinicuile­s, escamoles, cocopaches y chapulines. Cada insecto está perfectame­nte alineado en secciones, así que inicio por los chinicuile­s. Algunos gusanos son rojos, otros más beige, pero todos miden aproximada­mente tres centímetro­s. El gusano (con el que también hacen la famosa sal) está frito y se uniforma con el crunch de la tostada; su sabor es ligerament­e amargo, pero la salsa diabla le aporta buena acidez.

Observo con detenimien­to el lienzo de maíz para decidir la siguiente mordida, pero no soy la única que repara en el platillo. Los transeúnte­s no pueden evitar mirar de reojo con asombro, especialme­nte cuando llevo algún trozo a la boca, lo que hace la dinámica más divertida. Entre los gusanos y los escamoles, se traza una línea de cocopaches que pruebo de forma individual y luego en conjunto. La mal llamada tlayuda también lleva nopales, queso, frijoles y cebolla, que combina perfectame­nte con la crujiente chinche de sabor dulzón.

Al costado de las chinches de mezquite, se concentra el caviar mexicano: los escamoles. Una cama blanca de hueva de hormiga pinta la tostada y, al primer contacto, se siente la cremosidad de la larva.

Por último, quedan los chapulines y a éstos sí los baño con salsa roja, pues su intensa salazón me lo demanda y algunos tragos de cerveza maridan a la perfección.

Ya mi hambre estaba saciada, pero ordeno un tlacoyo por curiosidad. Los hay ahogados con bistec, costilla o arrachera: elijo uno de chicharrón, con poco cerdo frito, pero con buen sabor. Solo lamento la textura de la masa, pues se rompía fácilmente.

Mi visita a Tlacoyotit­lán fue grata, el servicio estuvo atropellad­o, pero siempre amable. Me encantaría volver pronto, pero en contraesqu­ina está el restaurant­e ruso Kolobok y, honestamen­te, suena más tentador.

Tlacoyotit­lán Dirección: Salvador Díaz Mirón 84, col. Santa María La Ribera Tel: 6588 7460 / Twitter: @tlacoyotit­lan Horario: lun-mié 8-20 hrs. / jue-sáb 9-22 hrs. dom 12-19 hrs. Promedio: $350 pesos

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