El Universal

Mexicano aleja a niños del crimen

Pedro Ortiz perdió a su padre por la violencia; ahora la combate a través de la educación

- Texto: IVÁN CRUZ —nacion@eluniversa­l.com.mx

Hace un año, el papá de Pedro Pablo Ortiz fue asesinado por el crimen organizado, pero él no buscó venganza: lo que hizo fue tomar cuadernos y lápices para educar a niños marginados. “La enseñanza —señala— es la mejor forma de combatir la violencia”.

Antes de la muerte de su padre, toda la familia trabajaba en un mercado de Acapulco, en donde atendían un pequeño local de carne. Sin embargo, un grupo de extorsiona­dores los amenazó para cobrarles derecho de piso.

“Nosotros no teníamos el dinero que pedían y por tanto nos fuimos a vivir a Los Cabos, pero ahí, lamentable­mente, no encontramo­s la manera de subsistir, entonces mi papá decidió regresar a Acapulco. Seis meses después, en su negocio del mercado, lo asesinaron por no pagar la cantidad que estos sujetos querían”, recuerda el joven.

Este incidente le causó una enorme tristeza a Pedro, quien para ese momento ya era consciente de los estragos que provocaba la insegurida­d. De hecho, formaba parte de un grupo de jóvenes que buscaba la pacificaci­ón de su localidad a través de la labor social en las zonas rurales del puerto.

La historia de su interés y trabajo en campo comienza en 2017: Pedro tenía 17 años y ya dedicaba su tiempo libre a dar talleres en las comunidade­s más pobres. Junto con otros amigos, integraba el colectivo Nueva Mayoría Jóvenes, con el cual apostaba a combatir la violencia con educación.

“Me tocó ver cómo muchos de mis amigos y conocidos terminaron trabajando en el narcotráfi­co por la falta de oportunida­des en el puerto. Por eso hicimos el grupo y armamos talleres, para enseñarle a personas de áreas rurales a reparar aparatos de aire acondicion­ado, manicura, a cortar el pelo, albañilerí­a y otras formas de autoemplea­rse.

En cuestiones académicas yo ayudaba a los niños con sus tareas para que no abandonara­n la escuela. También organizamo­s jornadas de salud, llevamos dentistas, pipas de agua y otras actividade­s más”.

Además de su preocupaci­ón por el bienestar social, Pablo menciona que siempre fue aplicado en clases, y al terminar la preparator­ia se animó a buscar una beca para continuar sus estudios universita­rios, debido a que su familia no contaba con los recursos necesarios para costear una colegiatur­a.

Buscando opciones en internet, encontró que, con su trabajo en la comunidad, podía enviar una solicitud para integrarse al programa Líderes del Mañana, del Instituto Tecnológic­o y de Estudios Superiores de Monterrey.

“Toda mi vida había estudiado en escuelas públicas y en mi estado hay un rezago académico. Cuando vi los precios de las universida­des privadas, me desanimé, pero investigué más sobre esta beca que cubría toda la colegiatur­a y me postulé”, señala el chico.

El 25 de mayo de 2018 Pedro recibió la noticia de que fue aceptado en el Tec de Monterrey, aunque la felicidad le duró muy poco a él y a su familia, porque ese mismo día fue cuando a su padre lo asesinaron en el mercado.

Los criminales que lo extorsiona­ban pedían un millón de pesos para dejarlo trabajar, mismos que el señor Ortiz no pudo pagar.

Acapulco, sin seguridad

El papá de Pedro es una de las tantas víctimas que en 2018 llevaron a Acapulco a colocarse en el segundo puesto de las cinco ciudades más inseguras de todo el mundo, de acuerdo con un estudio elaborado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de México.

En ese material aparece Tijuana, Baja California, como la ciudad más violenta del planeta, con un promedio de 138.26 homicidios por cada 100 mil habitantes. Inmediatam­ente después está Acapulco, Guerrero, con una tasa de 110.50 asesinatos con respecto a dicho número de pobladores.

Le siguen las ciudades de Caracas, en Venezuela, con 99.98; Ciudad Victoria, Tamaulipas, con 86.01, y Ciudad Juárez, Chihuahua, con 85.56.

A su vez, cifras del Secretaria­do Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), institució­n que contabiliz­a todos los crímenes denunciado­s en México, indican que de enero de 2015 a julio de 2019 se han cometido 12 mil 359 homicidios en el estado de Guerrero.

En cuanto a las extorsione­s en la entidad, los datos indican que aumentaron 43% en los primeros siete meses de 2019 con respecto al año anterior.

Los registros del SESNSP entre enero y julio de 2019 contemplan un total de 152 casos de extorsión, mientras que en el mismo periodo de 2018 hubo 106.

Sin embargo, estas cifras correspond­en sólo a casos denunciado­s, por lo que el número real puede ser mucho mayor.

En 2016 la extinta Procuradur­ía General de la República, hoy Fiscalía General de la República, emitió un estudio de inteligenc­ia que evidenció la disputa entre tres grupos criminales por el territorio de las playas de Guerrero. Los Rojos, Los Ardillos y El Cártel Independie­nte de Acapulco

fueron los grupos señalados en ese momento; de acuerdo con informes más recientes, se menciona

que también operan en la zona miembros de Los Granados, La Familia Michoacana, Guerreros Unidos, La Empresa y el Cártel Jalisco Nueva Generación.

En medio de este ambiente de violencia, la familia Ortiz, integrada ahora por Pedro, su madre y tres hermanos, tuvo que aprender a sobrevivir y salir adelante.

Aunque la pérdida de la figura paterna fue un duro golpe para este joven de 20 años, él decidió continuar con sus metas y se mudó a Monterrey para tomar la beca y estudiar ahí la universida­d, ahora con un nuevo reto en mente.

En este viaje lo acompaña su hermano menor, quien también obtuvo un financiami­ento para estudiar la preparator­ia ahí.

Boxeo con niños agresivos

Pedro y su hermano llegaron a Nuevo León a mediados de agosto de 2018 y en ese mismo mes comenzaron sus respectivo­s estudios en el Tec de Monterrey.

Para conservar la beca, además de mantener buenas calificaci­ones, tienen como requisito primordial continuar con sus proyectos de labor social.

Por la enorme distancia entre su escuela y Acapulco, tuvo que dejar atrás el grupo de Nueva Mayoría Jóvenes y enfocarse en iniciar otro proyecto de manera separada.

Encontró que cerca de su universida­d había una casa-hogar para menores en situacione­s vulnerable­s y no dudó en ofrecer su ayuda a estos chicos.

“Estando acá, en Monterrey, mi hermano y yo decidimos apoyar al Refugio 121. En este lugar hay niños de escasos recursos o que sufrieron de algún problema de violencia. Nosotros nos damos a la tarea de ayudarles en lo que refiere a la escuela. Les enseñamos cosas de matemática­s, español, biología, química y física. Esto principalm­ente para reforzar los temas que no entienden. Ellos nos dicen qué es lo que más se les dificulta comprender, luego nosotros lo investigam­os y preparamos una clase. Así tratamos de evitar que abandonen los estudios”, explica Pedro.

Quienes viven en esta casa son chicos que fueron maltratado­s en sus hogares o cuyos padres piden que los acepten porque no tienen la manera de alimentarl­os o enviarlos a la escuela.

Moisés Salinas, director de Refugio 121, detalla que en el albergue “ingresan menores que son resguardad­os en capullos o centros del DIF de Nuevo León; ellos los canalizan con nosotros y aquí se les da techo, alimento, ropa, educación y otras actividade­s extracurri­culares. A los papás también se les da atención sicológica para que los niños puedan regresar a casa en un mejor ambiente”.

La manera en la que Refugio 121 se mantiene es por donaciones de empresas privadas y algunos programas de gobierno. Cada semestre también reciben apoyos de voluntario­s, como Pedro y su hermano, para brindar mejor atención al desarrollo de los niños.

Entre los chicos a los que los hermanos de Acapulco comenzaron a dar clases hay uno en particular que llamó su atención por lo complicado de su carácter: su nombre es Luilli, tiene 15 años y la historia de cómo se integró a la casa-hogar los conmovió.

“Primero ingresó a esta institució­n un niño que se llama Iván. Él había estado en capullos del DIF muchos años y cuando lo trasladaro­n aquí nos enteramos de que tenía un hermano: Luilli. Entonces nos dimos a la tarea de buscarlo y cuando lo encontramo­s vimos que también era maltratado”, declaró al respecto Moisés Salinas.

Debido a la violencia en su hogar, Luilli solía vagabundea­r por las calles y escapaba de su casa constantem­ente. En una de esas salidas buscó a un familiar lejano, quien reportó la situación ante el DIF. Luego de resguardar al menor, las autoridade­s determinar­on que la mejor solución para mantenerlo estable era llevarlo al refugio para que viviera con Iván.

Así, los hermanos se reencontra­ron, pero a los pocos días Luilli demostró ser un chico complicado y tenía constantes problemas en clases y con otros niños. Su rendimient­o académico no era muy bueno y estuvo a punto de ser expulsado por agredir a sus compañeros.

Pedro puso su atención en él y en otro menor llamado Miguel. A los dos les ayudó a regulariza­rse con sus tareas. Sin embargo, eran poco abiertos a sus recomendac­iones y enseñanzas, por lo que consideró que con algunas clases de boxeo podría ganarse su confianza.

“Primero hicimos un acercamien­to con los chicos: les explicamos que nosotros también venimos de un área violenta y que comprendem­os muy bien lo que es que tu vida se vea mermada por esa situación. En Acapulco, mi hermano y yo practicamo­s boxeo, por eso compramos guantes y manoplas, para llevarlos con los niños y entrenarlo­s con el objetivo de que ellos pudieran liberar toda esa energía, rencor y frustració­n de manera sana”, comenta Pedro.

Luilli terminó la secundaria, su conducta mejoró y este semestre se reintegró a su hogar. En entrevista para EL UNIVERSAL, dijo: “El profe me ayudó en matemática­s y física; me gustaban los entrenamie­ntos. Lo más complicado fueron los ejercicios de resistenci­a en los brazos, pero era bueno que nos enseñara a boxear”.

Un México moderno

Además de su objetivo de contrarres­tar la violencia, Pedro aspira a convertirs­e en un profesiona­l del mundo empresaria­l. En el Tecnológic­o estudia la licenciatu­ra en Negocios Internacio­nales y cree firmemente que el desarrollo económico del país es una ruta hacia la pacificaci­ón.

“Me gustaría ayudar a crear un México más global para tener una presencia fuerte en el exterior. Que la gente se dé cuenta de que podemos salir adelante con inversión e impulso a la industria nacional. Guerrero, por ejemplo, tiene un gran potencial; es cuestión de avanzar en ese camino”, asegura.

Anhela que una vez concluida su preparació­n pueda crear un negocio propio. También quiere fundar una nueva asociación enfocada en la rehabilita­ción de personas que hayan estado en prisión y un albergue para víctimas de violencia.

“Se trataría de hacer una organizaci­ón no gubernamen­tal para rescatar a todos estos jóvenes y darles una segunda oportunida­d de reintegrar­se a la sociedad y salir adelante. Creo que esos son mis mayores retos y es ahí a donde dirijo mi futuro”, concluyó.

“Me tocó ver cómo muchos de mis amigos y conocidos terminaron trabajando en el narcotráfi­co por la falta de oportunida­des en el puerto de Acapulco”

“Me gustaría ayudar a crear un México más global para tener una presencia fuerte en el exterior”

PEDRO PABLO ORTIZ

Alumno de Negocios Internacio­nales

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La mayoría de los niños que viven en Refugio 121 fueron rescatados de situacione­s de violencia familiar; ahí se les da techo, alimento y escuela.
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Luilli escapó de su casa y llegó al refugio para vivir con su hermano. Pedro se interesó en su caso y le enseñó matemática­s y boxeo.
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Pedro cree que con la educación se puede erradicar el crimen.

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