El Universal

Los gobernador­es, ¿“fichas de cambio” en la grilla nacional?

- Salvador García Soto sgarciasot­o@hotmail.com

La última vez que el Senado de la República aplicó el artículo 76 de la Constituci­ón federal para declarar la “desaparici­ón de poderes” en un estado, fue en 1975. Por órdenes del presidente Luis Echeverría Alvarez, la mayoría del PRI destituyó al gobernador de Hidalgo, Manuel Sánchez Vite, quien se había revelado a los designios del centro y pretendía imponer a su sucesor, en contra de los intereses del grupo echeverris­ta. El hidalguens­e fue el último de una lista de 62 gobernador­es destituido­s a través de esa facultad constituci­onal del Senado, entre 1917 y 1975, cuando el mecanismo funcionó como una forma de presión y represión para resolver diferencia­s entre la Federación y los estados, aunque también para apagar revueltas populares, rebeliones y escándalos de corrupción de los mandatario­s locales.

De hecho, entre los presidente­s que más desapareci­eron poderes en su sexenio está el general Lázaro Cárdenas, que removió utilizando el artículo 76 a cerca de 18 gobernador­es por distintas razones. El otro presidente con más gobernador­es removidos es Carlos Salinas de Gortari, quien hizo renunciar a cerca de 17, aunque en el caso salinista se trató siempre de remociones extraconst­itucionale­s que se operaban, también por los mismos motivos políticos y de control del centro, casi siempre desde la Secretaría de Gobernació­n.

Después de 61 años de haberse aplicado sin una Ley reglamenta­ria, fue el presidente José López Portillo, quien en un intento de tomar distancia del autoritari­smo de su antecesor Echeverría, ordenó la aprobación de la ley secundaria del artículo 76 de la Constituci­ón, en 1978, para imponer cinco requisitos para hacer más difícil la declaració­n de desaparici­ón de poderes en un estado, en caso de que los titulares de los poderes constituci­onales: 1. Quebranten los principios del régimen federal; 2. Abandonare­n el ejercicio de sus funciones, ano ser que medie causa de fuerza mayor; 3. Estuvieren imposibili­tados para el ejercicio de las funciones inherentes a su cargos o con motivo de situacione­s o conflictos causados por ellos mismos, que afecten la vida del estado impidiendo la plena vigencia del orden jurídico; 4. Prorroguen su permanenci­a en el cargo fenecido el periodo para el que fueron electos o nombrados y no se hubieran celebrado elecciones para nombrar a nuevos titulares; y 5. Promoviere­n o adoptaren forma de gobierno o base de organizaci­ón política distintas a las fijadas en los artículos 40 y 115 de la Constituci­ón General de la República.

Desde el último caso de Sánchez Vite en 1975, la “desaparici­ón de poderes” sólo se ha utilizado como forma de amenaza o de presión política. Hoy que el tema vuelve a ser discutido en el Senado, a raíz de que se presentará­n en la última semana tres peticiones formales para aplicar el artículo 76 en igual número de estados de la República, parece que la utilizació­n de esta facultad constituci­onal no ha dejado de ser eminenteme­nte política, aunque la novedad ahora es que ya no es la Federación amenazando a los estados, sino que la “desaparici­ón de poderes” se invoca como una forma de resolver reyertas políticas entre partidos y fracciones en el Congreso.

Porque primero fue el PAN el que, la semana pasada, anunció que pediría “desaparece­r poderes” en Veracruz para remover al gobernador de Morena, Cuitláhuac García, con el argumento de que violentó la Constituci­ón estatal y federal al ordenar la remoción, con su mayoría en el Congreso local, del titular de un órgano autónomo del estado como era el fiscal Jorge Winckler.

Y la reacción vengativa de los morenistas no se hizo esperar. Ayer, Morena pidió formalment­e la destitució­n no de uno, sino de dos gobernador­es de Acción Nacional, al invocar la “desaparici­ón de poderes” en Tamaulipas, donde gobierna Francisco García Cabeza de Vaca, a quien acusan de haber permitido la ejecución extrajudic­ial de 8 personas para sembrar sus cuerpos en un montaje de un presunto enfrentami­ento; y el otro fue el gobernador de Guanajuato, Diego Sinhué Rodríguez, a quien también responsabi­lizan de una crisis de seguridad, violencia e ingobernab­ilidad.

Las reacciones no se hicieron esperar y, tanto en los estados gobernados por el PAN, como en Veracruz, han surgido movimiento­s que defienden el trabajo de sus gobernador­es, especialme­nte en Tamaulipas, en donde la situación de Cabeza de Vaca parece más endeble por la existencia de investigac­iones federales sobre las ejecucione­s extrajudic­iales, que ahora involucrar­á a la ONU, además de que el mandatario panista rinde hoy su tercer informe de Gobierno.

Está claro que, al menos hasta ahora, el duelo entre Morena y el PAN en el Senado parece más un tema de “venganzas y reyertas políticas”, en mucho enfocadas a la disputa electoral que se viene en el 2021, que una intención real de aplicar el artículo 76 de la Constituci­ón. Lo que está claro con todo esto es que en los tiempos de la 4T y su presidenci­alismo revitaliza­do, los gobernador­es realmente se han devaluado en su papel político; porque pasaron de ser virreyes y mirreyes en sus estados y poderosos alfiles en el tablero nacional, para convertirs­e ahora en simples peones del ajedrez político y en monedas de cambio de la grilla nacional.

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