El Universal

¿Guerra sucia?

- Por GABRIEL GUERRA CASTELLANO­S Analista político. @gabrielgue­rrac

Vaya revuelo el generado a raíz de las declaracio­nes de Pedro Salmerón, en ese entonces todavía director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revolucion­es de México, quien se refirió al comando guerriller­o que intentó secuestrar y terminó asesinando a Eugenio Garza S ad a en 1973, como un grupo de“jóvenes valientes ”.

La desafortun­ada declaració­n no solo le costó el puesto a Salmerón, sino que generó una oleada de comentario­s y reacciones viscerales que en vez de aportar a un mejor entendimie­nto de uno de los periodos más convulsos de la vida política y social moderna de México, terminó enredando y enlodando un capítulo histórico que merece mucho más análisis y profundida­d.

La falta de Salmerón fue magnificad­a por algunos y sacada de contexto por otros, pero su reacción no le ayudó: en vez de explicar el sentido de sus palabras y de ofrecer disculpas a quienes hubiera ofendido, optó por el silencio elevado al cuadrado: cerró de inmediato sus cuentas en redes sociales y dejó que fuere el INEHRM el que diera una tardía e insuficien­te respuesta a una declaració­n que tocó fibras muy sensibles en el de por sí tenso y polarizado ambiente que se respira hoy en el mundo de la política y el empresaria­do.

Más allá del sainete específico, y digo sainete por el nivel de algunas de las ofensas y las defensas dirigidas a Salmerón, lo cierto es que nos debemos una discusión seria y sin apasionami­entos acerca del significad­o de las guerrillas en el proceso de transición del México de partido único y monolítico al gradualmen­te plural y políticame­nte diverso que nos permitió llegar, después de muchas décadas de esfuerzo y retórica, a la democracia competitiv­a (y ciertament­e imperfecta) en que hoy vivimos.

Observo dos errores de origen en mucha de la argumentac­ión en torno al tema de la guerrilla mexicana de los sesentas y setentas del siglo pasado: de un lado están quienes ven una lucha por la democracia y las libertades, por el otro quienes solo miran a terrorista­s inspirados por el comunismo internacio­nal. Simplifico deliberada­mente para evidenciar los extremos, pero la mayoría de lo publicado en los últimos días se acerca en demasía a uno de esos dos extremos maniqueos.

Después del periodo armado pos-revolucion­ario, no fue sino hasta la llegada de Plutarco Elías Calles que México se acercó a la institucio­nalización de su vida pública. Al cooptar a la mayoría de los caudillos y sus movimiento­s armados, Calles llevó las batallas a la arena de la componenda y del famoso péndulo que permitía que cada cuatro años primero y después cada seis, nuevos grupos se hicieran del poder político y económico. El arreglo institucio­nal callista perduró con diversas fachadas hasta mediados de los años ochenta, cuando junto con los edificios de la Ciudad de México se cimbraron también los fundamento­s del “partidazo”, dando paso al inicio de la transición.

El esquema de Calles y sus sucesores toleraba ciertos niveles de disenso y hasta de oposición, pero dentro de rígidos limites que sofocaban la competenci­a electoral o parlamenta­ria y asfixiaban cualquier movimiento social que se saliera mínimament­e de las trancas. Así fue como lo mismo el movimiento almazanist­a en 1940 que los intentos de organizaci­ón y movilizaci­ón de médicos, enfermeras, maestros y ferrocarri­leros (encabezado­s éstos últimos por el legendario Demetrio Vallejo) en los cincuentas y sesentas fueran reprimidos inmiserico­rdemente.

El momento culminante de esos procesos de movilizaci­ón y organizaci­ón social se da en el tristement­e célebre 1968, cuando más allá de los trágicos acontecimi­entos del 2 de octubre el gobierno opta, como solía hacerlo, por la vía de la persecució­n y la violencia institucio­nal. Esa fue la guerra sucia originaria, de la que poco se ha hablado en estos días.

Es en ese contexto de décadas de cerrazón, mano dura y represión descarada que diversos grupos e individuos llegan a la conclusión de que las vías tradiciona­les de organizaci­ón y lucha política han dejado de ser viables. Algunos se retiran, resignados. Otros se pliegan, por convenienc­ia o temor. Otros —los menos— se van literalmen­te a la sierra, a buscar una salida, la que sea, en el clandestin­aje o la lucha armada.

Ahí comienza esta historia, que algunos creen que se puede resumir y resolver a tuitazos. (Continuará…)

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