El Universal

Cada vez más lejos del Estado de derecho

- Luis de la Calle Twitter: @eledece

El contexto internacio­nal de alta incertidum­bre y regímenes populistas en no pocos e importante­s países pudiera haberse convertido en una oportunida­d para presentar a México como un país sumamente atractivo para la inversión productiva. En especial, la necesidad que tiene un gran número de empresas internacio­nales de diversific­ar su exposición al riesgo chino permitiría posicionar a la economía nacional como el mejor antídoto para hacerlo. Además, el escaso apego a la legalidad y el imperio de la ley que se observa en países tan diversos como Estados Unidos, China, Italia, Reino Unido, Brasil, Argentina y otros más resaltaría el proceso del establecim­iento de un Estado de derecho moderno en México de manera saliente.

La elección de 2018 puso la mesa para este posible reposicion­amiento estratégic­o: los resultados no fueron sólo claros, sino que otorgaron una significat­iva legitimida­d al presidente Andrés Manuel López Obrador al tiempo que los votantes le dieron amplias mayorías para convertirs­e en un motor de una auténtica transforma­ción.

La elección implicaba, además, un mandato para erradicar la corrupción, para profundiza­r la transición de una economía de privilegio­s a una de derechos ciudadanos, para disminuir las desigualda­des e incorporar a segmentos de la población, sectores y regiones que todavía no participan de la economía moderna y para cambiar la relación entre la clase política y la ciudadanía de tal suerte que la primera dejare de medrar de la segunda.

Esta legitimida­d electoral, mayor a la que habían tenido todos los presidente­s anteriores, incluido Vicente Fox que no tenía mayoría en la Cámara de diputados y el Senado, representa un acervo de capital político suficiente para avanzar en una auténtica transforma­ción para el establecim­iento del imperio de la ley. El margen de victoria y la mayoría legislativ­a además liberan al presidente de supuestas “deudas” electorale­s, ya que ningún grupo puede argumentar que fue gracias a él que se obtuvo la mayoría en las urnas.

Vicente Fox dilapidó su enorme, aunque menor, capital político al no optar ni por cacahuates ni pepitas de oro, no perseguir la corrupción del pasado, ni defender sus proyectos emblemátic­os, en particular el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Como resultado de su gobierno, el PAN terminó pareciéndo­se más al PRI al final cuando el mandato había sido cambiar la cultura política que había dominado México durante 70 años.

El presidente López Obrador pareciera también malgastar su legitimida­d y capital político en la destrucció­n de institucio­nes que limitan, o limitaban, la arbitrarie­dad de la acción del gobierno, en particular la del jefe del Ejecutivo. El lento progreso, durante lo que él llama el nefasto periodo neoliberal, en el fortalecim­iento de la división de poderes, la rendición de cuentas, la profesiona­lización del servicio público, el respeto a los derechos humanos, elecciones más libres cuando la participac­ión era alta y la libertad de expresión corre el riesgo de ser completame­nte revertido y sustituido solamente por el criterio del jefe del Ejecutivo en turno; implica regresar a un modelo del gobierno del que tanto trabajo costó salir y que permitió su triunfo en las urnas.

La impacienci­a con la división de poderes y los procedimie­ntos legales y burocrátic­os llevan a líderes con tendencias autoritari­as a tratar de gobernar sin contrapeso­s. Cuando el presidente Donald Trump de Estados Unidos se dio cuenta que no tenía facultades para amenazar a otros países con incremento­s de aranceles, hizo uso de la bomba nuclear en materia de comercio exterior: utilizó la excepción de seguridad nacional que permite su imposición para proteger la integridad de un país en caso de guerra o proliferac­ión de armas nucleares o ataques terrorista­s. Aunque él piense lo contrario, esta estrategia no le ha funcionado ya que no ha obtenido grandes concesione­s y en cambio sí ha dañado el funcionami­ento de la economía. Cuando Boris Johnson del Reino Unido quería evitar un voto desfavorab­le en su Parlamento, ilegalment­e lo declaró en receso temporal. Hugo Chávez y Nicolás Maduro han gobernado por decreto o sin asamblea, siempre bajo el pretexto de la seguridad nacional.

El gobierno en México no ha llegado, por supuesto, a estos extremos, pero sí ha demostrado un desprecio institucio­nal y etiquetado los obstáculos producto de la división de poderes como ataques de los conservado­res, que además descalific­a como moralmente derrotados.

Varios episodios apuntan en este sentido: la compra de pipas para transporte de combustibl­es por autoridade­s militares menos sujetas a las disciplina­s de adquisicio­nes y licitacion­es públicas. La cancelació­n de la construcci­ón del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México sin facultades claras para hacerlo, además del veto de chequera. La defensa del gobierno contra los amparos que buscan detener la construcci­ón del aeropuerto de Santa Lucía hasta que no se demuestre que se cuenta con los estudios y permisos correspond­ientes, bajo el argumento jurídico de que detener la construcci­ón implica un riesgo de seguridad nacional cuando probableme­nte es al revés; su uso para operacione­s civiles representa una merma para las militares y la confidenci­alidad en esa base. La contrataci­ón de medicinas contra el cáncer por medio de la Secretaría de Marina. La promoción y aprobación de leyes federales, como las secundaria­s en materia de educación pública, a sabiendas de que son violatoria­s de la Constituci­ón. El debilitami­ento intenciona­do de órganos reguladore­s y cuerpos colegiados para que no represente­n un obstáculo para la implementa­ción de las prioridade­s del presidente de México.

Muchos analistas dudan de la capacidad de las democracia­s liberales de enfrentar con éxito el embate antiinstit­ucional que se vive en el mundo. Es claro que es mucho lo que hay que reformar y que hay abusos significat­ivos de grupos de interés que justifican el hartazgo ciudadano. Sin embargo, no es por medio de la concentrac­ión del poder, ni la subversión de procedimie­ntos que tienen por objeto la transparen­cia, rendición de cuentas, protección del medio ambiente e impartició­n de justicia que se van a conseguir estos objetivos. En Estados Unidos y el Reino Unido se empieza por fin a observar que los contrapeso­s de la Cámara de diputados en el primero y del Parlamento y la Suprema Corte en el segundo están dispuestos a dar la pelea a favor de la democracia y sus institucio­nes. Estos contrapeso­s son indispensa­bles para todo país que aspire a un progreso sostenible e incluyente.

México tiene, todavía, una oportunida­d irrepetibl­e para lograrlo, pero la ventana de oportunida­d se cierra aceleradam­ente.

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