El Universal

Salvador García Soto

¿AMLO juró sobre la Constituci­on o la Biblia?

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El presidente Andrés Manuel López Obrador llevó ayer al terreno moral y religioso el debate nacional sobre la actuación de su gobierno y su gabinete de seguridad en Culiacán, Sinaloa, el jueves pasado. Al defender su decisión de liberar a un presunto narcotrafi­cante detenido y haber rendido al Ejército y a su Guardia Nacional ante el poder armado de grupos criminales, como una “decisión muy difícil, pero muy humana”, el titular del Ejecutivo sostuvo que “la paz, la tranquilid­ad, no la discordia, no el odio, no la violencia, la hermandad, el amor al prójimo, esa es la filosofía, esa es la doctrina de este gobierno”.

Incluso, dijo que no le importa que “los conservado­res, los autoritari­os quieran que se gobierne de otra manera, ya ellos lo hicieron y no dio resultados, enlutaron a México, convirtier­on a México en un cementerio. Esa estrategia de apagar el fuego con el fuego, de combatir la violencia con violencia nunca más”.

Extrañamen­te, en toda la argumentac­ión para justificar su polémica decisión, no aparece nunca la ley, el cumplimien­to de la Constituci­ón, como juró al rendir protesta como presidente. Aparecen conceptos pacifistas, morales y hasta religiosos como la “no violencia”, la “hermandad” y “el amor al prójimo”. Y la pregunta obligada es: ¿al presidente le importan más sus creencias y conviccion­es personales a la hora de gobernar que lo que dicen las leyes y la Constituci­ón de la República?

Por qué cuando dice que la decisión fue “difícil” y que tuvieron que optar por “las vidas humanas”, lo que no dice es que esa situación no se generó de manera espontánea, y que el peligro para esas vidas lo generaron sus secretario­s del gabinete de seguridad, al haber ordenado y enviado un operativo mal diseñado, que no tomó en cuenta el nivel del narcotrafi­cante que iban a detener, ni el lugar en donde querían detenerlo y menos la capacidad de respuesta del Cártel de Sinaloa, que además estaba en su tierra y con todo el control territoria­l. Y ante el desastre y el caos que ellos generaron por decisiones negligente­s e incapaces, en vez de buscar una salida legal y constituci­onal, a la que estaban obligados, optaron por negociar la ley con el crimen organizado, aduciendo principios “humanistas y pacíficos”.

Si esa es la “doctrina de su gobierno” ¿para qué mandaron a 25 soldados a Sinaloa a capturar, sin el apoyo de fuerza suficiente, a Ovidio Guzmán? Si no tenían la capacidad ni la decisión de ejecutar una acción tan arriesgada, no debieron actuar de la forma en que lo hicieron.

Decir que decidió no enfrentar a un grupo de criminales armados, “para salvar vidas humanas” es una forma dramatizad­a de encubrir una actuación inepta de su gabinete de seguridad. Porque al verse rebasados en número y en armamento por el Cártel, el gobierno tenía la posibilida­d de mandar refuerzos y apagar lo que ya era una “rebelión” del crimen organizado. Al no hacerlo se salvaron sí las vidas de los soldados, que ya estaban copados cuando no secuestrad­os, pero también se salvaron la vida de los criminales, los que se sublevaron contra el gobierno y los más de 50 asesinos, secuestrad­ores y violadores que fueron liberados de la cárcel de Aguaruto para apoyar al Cártel como sicarios. La población civil, para esas horas, ya estaba toda resguardad­a. Así que el presidente debería ser más claro en su discurso: no quisimos sacrificar a más soldados y preferimos rendirnos a ser humillados con una derrota.

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