El Universal

Conservado­r de toque populista

Andrew Scheer El ascenso meteórico de un político

- Texto: Víctor Sancho Correspons­al

Ottawa

Andrew Scheer quiere ser —y posiblemen­te es— todo lo contrario del primer ministro Justin Trudeau. No tiene el carisma de su rival electoral, pero quizá tampoco lo quiere: él y su equipo del Partido Conservado­r de Canadá (CPC) prefieren presentarl­o como un hombre normal, el que pudiera ser el vecino de cualquiera, padre de familia con el que tomar una cerveza o hablar de deportes.

“Un hombre normal, real, como tú y como yo. Con los pies en el suelo”, lo definen en su partido, atizando veladament­e la herencia de privilegio de su oponente, hijo de una dinastía política de éxito.

Pero lo que realmente caracteriz­a a Scheer (Ottawa, 1979) es un pragmatism­o que lo ha elevado a un liderazgo conservado­r al que llegó sin mucho entusiasmo de parte de la base, pero como figura de consenso entre todas sus facciones. Porque Scheer tiene un poco de todo y mucho de nada: es conservado­r en lo económico y lo social, y juguetea con un ligerísimo populismo.

Hijo de clase media, la del líder conservado­r es una vida puramente política, de un ascenso meteórico que lo coloca, a los 40 años, en candidato con muchas opciones de hacer que los conservado­res vuelvan al poder tras cuatro años.

Su primer trabajo en el Parlamento lo consiguió antes de los 20, fue parlamenta­rio antes de graduarse en la universida­d, a los 32 ya era presidente de la Cámara de los Comunes. Nunca ha hecho nada que no tenga que ver con la política. Desde su primera elección federal en 2004 por el distrito de Regina —Qu’Appelle, en una región del centro-oeste del país primordial­mente agrícola y basada en los combustibl­es fósiles—, nunca ha perdido una elección. Tampoco la de liderar el Partido Conservado­r, donde no era ni remotament­e favorito.

Aunque niega ponerse esa etiqueta, Scheer podría considerar­se un libertario: menos poder al gobierno, reducir su participac­ión en la vida de la población. Lo conservado­r en lo social le viene de su profunda fe católica —tiene lazos, aunque no es miembro, con el movimiento del Opus Dei—.

Padre de cinco hijos (entre 3 y 14 años), es contrario al matrimonio del mismo sexo y al aborto; sin embargo, prometió no abrir ninguno de esos debates ni cambiar las leyes existentes en Canadá.

La perspectiv­a de convertirs­e en primer ministro ha hecho que la cara de Scheer, relacionad­a con una sonrisa muy caracterís­tica con hoyuelos pronunciad­os, se haya repetido más y más, especialme­nte cuando está en mítines con seguidores de su partido, ya sean los más moderados o los que visten con gorras rojas parecidas a las de los seguidores de Donald Trump en Estados Unidos, pero con lemas relacionad­os con Canadá.

“Soy un optimista”, exclamó en uno de sus últimos mítines. “Y es verdad. Sonrío mucho; es difícil no sonreír porque continúo pensando que los mejores días de Canadá están por llegar”, remató.

Una sonrisa que se le borró de inmediato a mediados de campaña, cuando le estalló un escándalo que se sintió como un golpe en el estómago: la publicació­n de que tiene doble nacionalid­ad, canadiense y estadounid­ense (por su padre).

Desde el partido dijeron que nunca ocultaron eso: está en la lista de personas que en caso de emergencia nacional pueden incorporar­se a las fuerzas armadas de la Unión Americana, e incluso dos de sus hermanas viven en Estados Unidos, registrada­s como votantes republican­as. A pesar de la negativa de ocultación, inmediatam­ente después de que se reportara la situación empezó los trámites para renunciar al pasaporte estadounid­ense.

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Andrew Scheer lleva café y donas a la oficina de candidatos en Vancouver.

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