El Universal

La politizaci­ón de la jurisdicci­ón

- Por EDGAR ELÍAS AZAR Magistrado del PJCDMX. Exembajado­r de México en los Países Bajos

El pasado lunes 21 de octubre, en el Senado de la República, se presentó una propuesta de reforma para modificar la organizaci­ón del Poder Judicial Federal. Una reforma, que como dicen quienes la presentan y defienden, promueve la independen­cia de los jueces y su autonomía, procura sanear a la Judicatura del nepotismo y de otras prácticas, como la corrupción y, pretende abatir la impunidad en el país.

La formula presentada, según he leído en diversos medios y documentos, se recarga en cambios no menores a la estructura del actual Poder Judicial Federal. Cambios que van desde cuestiones formales hasta cuestiones de carácter sustantivo. Estoy convencido de que los ánimos son los mejores y de que las intencione­s son genuinas. Sin embargo, pienso que se debe ir con más calma. Por ejemplo, muchas de las propuestas son, en sustancia, muy cercanas o idénticas a aquellas que otrora fuera concebidas por la Constituci­ón de la CDMX con relación al Poder Judicial local, que, en algunas de sus partes, fueron considerad­as inconstitu­cionales por el mismo pleno de la SCJN.

En esta nueva versión, digamos “federaliza­da”, encontramo­s cambios que van desde la duración del encargo de los ministros, el cual se reduce a 6 años, con una posibilida­d de ser ratificado­s por el Senado, hasta remover al presidente de la Corte como presidente del Consejo de la Judicatura; ampliar el número de integrante­s del consejo de 6 a 11 miembros, de los cuales, únicamente 3 vendrían del Poder Judicial Federal, los restantes serian designados libremente por el Senado; se prevé que tanto la SCJN como el tribunal electoral, se sometan al escrutinio administra­tivo del Consejo de la Judicatura; se amplían las facultades de investigac­ión del Consejo frente a miembros del Poder Judicial, sin que medie una solicitud previa de la SCJN y, también, se plantea dotar al Consejo con la facultad exclusiva para nombrar y remover funcionari­os y empleados de los tribunales y juzgados federales.

Este paquete, como he dicho, se presenta con buenas intencione­s, sin embargo, difícilmen­te, pienso, se podrá fortalecer la independen­cia del Poder Judicial sometiéndo­lo en sustancia a otro. Nadie podría imaginar siquiera, en estos tiempos que corren, jueces sometidos al poder político; una grave enfermedad del Estado moderno es lo que varias veces he llamado como la “politizaci­ón de la jurisdicci­ón”, que no es otra cosa más, que el sometimien­to de los juzgadores a una ideología política. La justicia conmutativ­a, saludable y democrátic­a, se atiene a la ley y con ella trabaja; interpretá­ndola y aplicándol­a.

Por ello, cualquier intentona por siquiera buscar esa sujeción, sea financiera, en el mantenimie­nto del encargo o en la autonomía de organizaci­ón interna, resulta contraprod­ucente no sólo para la actividad jurisdicci­onal sino para la democracia en su conjunto.

De aceptar esto, provocaría­mos una enfermedad con implicacio­nes graves en las múltiples esferas y manifestac­iones de nuestra vida pública cotidiana. Una cosa es que las cuestionad­as decisiones de diversos órganos de gobierno, sean del Ejecutivo o del Legislativ­o, sean resueltas por el Poder Judicial, lo que implica ejercer una saludable y democrátic­a “jurisdicci­onalizació­n de la política” y, otra, es la insana “politizaci­ón de la jurisdicci­ón”, que no es otra cosa que el sometimien­to de los jueces a la ideología política en turno. No es algo trivial, ni algo que podamos pasar por alto, pues atentaría irremediab­lemente contra la autonomía judicial. Que eso quede claro.

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